Guerra. Ensayos estadounidenses. Selección, traducción y prólogo de David Cerdá. Editorial Rialp
En tiempos de guerra y de tambores de otras guerras, David Cerdá reúne en un tomo una gavilla de ensayos sobre la guerra, firmados todos por escritores, filósofos o militares nortemaricanos. La mayor parte de estas reflexiones sobre la guerra se elaboraron en los tiempos de la gran catástrofe de la Primera Guerra Mundial, cuando la gran globalización de finales del XIX y principios del XX terminó en una conflagración mundial después de una carrera loca de rearme de las grandes potencias. La invasión rusa de Ucrania terminó con el espejismo de que la guerra había sido desterrada de Europa, desgarrada por última vez en el conflicto de los Balcanes. Estos ensayos, con diferentes puntos de vista y aproximaciones diversas, nos devuelven a una reflexión eterna: la que intenta desterrar el conflicto bélico al tiempo que cae en la perplejidad de ver cómo la guerra parece inserta en la naturaleza humana como un gen indeleble.
Abre el fuego de este tomo el genial Mark Twain. Su humor se cuela en el seno de una iglesia en la que se recita una oración para la guerra, una de esas arengas en las que se pone a Dios por testigo legitimador de la próxima batalla contra un enemigo al que la divinidad ordena destruir. Un anciano forastero entra por el «silencioso pasillo principal». El sacerdote pide a Dios que bendiga las armas, que conduzca al ejército a la victoria, invoca la protección de la tierra y de la bandera.
El anciano es un mensajero de Dios que trae un mensaje: la plegaria será atendida una vez que el anciano explique el significado de lo que están pidiendo en oración. A continuación, el anciano traduce la súplica en términos de guerra: «Dios nuestro, ayúdanos a despedazar sangrientamente a sus soldados con nuestros proyectiles; ayúdanos a cubrir sus felices campos con las pálidas formas de sus patriotas muertos; ayúdanos a ahogar el trueno de los cañones con los gritos de sus heridos, retorciéndose de dolor». Esa traslación irónica sólo provocará la mirada despectiva de la parroquia a un «lunático».
Sigue a Mark Twain un ensayo de Randolph Bourne, escritor e intelectual que se enfrentó a John Dewey por la entrada de Estados Unidos en la Primera guerra mundial. Bourne escribe un ensayo en el que describe los mecanismos por los que la nación, en tiempo de guerra, se convierte en estado. La guerra, escribe, es esencialmente la salud del Estado. La opinión pública se convierte en un bloque granítico, toda disidencia es despreciada, castigada, marginada, y la nación deja de ser un conjunto de individuos que actúan de forma privada en busca de su interés particular para convertirse en un rebaño, en una manada, en la forma más primitiva de agregación humana. En ese punto, el Estado comienza a funcionar, y la clase dominante convertirá la pertenencia a la nación en una cuestión de obediencia. Bourne describe con claridad meridiana los mecanismos que se disparan cuando llega la guerra. Vale para su tiempo, 1917, tanto como para el nuestro: Rusia en la guerra de Ucrania.
Destaca entre los ensayos reunidos en este libro el de Smedley Butler (1881-1940), que fue el capitán más joven y el militar más condecorado de la historia de Estados Unidos. También uno de los dos únicos Marines condecorados por dos veces con la Medalla de Honor. No duda en titular su ensayo «La guerra es una estafa», y enumera los grandes beneficios obtenidos por industriales y comerciantes durante la guerra mundial, mientras el conflicto tritura carne humana. Y propone tres medidas para terminar con las guerras: eliminar el beneficio económico de la guerra, permitir que sean los jóvenes que tienen que tomar las armas los que decidan si debe haber o no conflicto bélico, y limitar las fuerzas militares a la defensa nacional. Termina por proponer que durante las guerras, los industriales, los ejecutivos de las grandes empresas, los políticos, cobren el mismo salario que los soldados del frente.
Mucho antes de la Primera Guerra Mundial, Ralph Waldo Emerson dio una conferencia en 1838 en la que anotó la idea de que el comercio es el antagonista de la guerra: «hace que los hombres se miren a la cara, y da a las partes el conocimiento de que esos enemigos del otro lado del mar o de la monaña son hombres como nosotros, que ríen, se afligen, aman y temen como nosotros». Pero olvida anotar que la codicia del comercio ha sido, muchas veces, origen de guerras. Emerson propone un cambio del hombre a partir de la difusión de ideas de fraternidad que mitiguen los sentimientos bélicos. La suya no es una postura pacifista: basa la paz en el coraje. «La causa de la paz no es la causa de la cobardía. Si se busca defender o preservar la paz paa la seguridad de los lujosos y los tímidos, entonces la empresa es una fasa y la paz que se busca es vil». La paz debe ser mantenida por hombres valientes que hayan llegado a una altura ética heróica.
Cierra el tomo un ensayo clarividente de Irving Fisher, economista ligado al intento de crear una Liga de las Naciones para construir una paz duradera. La pieza que recoge el libro fue escrita en 1914. Ya en la introducción de su ensayo prevé un futuro atroz si no se arbitra un tribunal internacional con capacidad de arbitraje: «que sin un arreglo semejante después de la presente guerra – aun cuando se tomen todas las demás medidas que tiendan a mantener la paz- habrá, con toda probabilidad, una repetición periódica de esa conflagración europea en el futuro, debido a la carrera internacional de armamentos que inevitablemente comenzará de nuevo». Y así fue, y en septiembre de 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial.
En el epílogo del libro, Cerdá ha colocado el discurso de Lincoln en el cementerio de Gettysburg, Pensilvania. Era el 19 de noviembre de 1863. Se inaguraba un cementerio en el que Lincoln había enterrado a su hijo, muerto en la batalla. Su discurso, breve, brevísimo, está entre los diez mejores discursos de la historia. Su retórica es contenida, humilde, ligeramente solemne, orientada a la visión de una paz duradera, basada en un bien común, construida con coraje y valentía.