En la travesía de Arenal, a dos pasos de Sol, se abre La Mistral. Mira de frente a una vieja librería de bibliófilos que se convirtió en una tienda de moda y complementos. De la antigua queda el nombre, grabado en azulejos amarillos que se conservan en la fachada. La arqueología de las ciudades: nombres de comercios arcaicos que rotulan establecimientos dedicados a los reyes del Instagram. Que en la era de Amazon se abran nuevas librerías es notable. Si además ofrecen una experiencia mejor que la de la compra online, lo celebramos. Ya saben, ahora todo tiene que ser experiencial, revelador, místico. La Mistral es una librería. Solo una librería. Lo bueno es que el lector se siente aquí como en el paraíso.
Sin que fuera su propósito, La Mistral ha reverdecido la tradición librera del barrio, la de las librerías grandes, en las que tocar los libros. En la calle Mayor sigue Méndez, y antes de llegar a los callejones que desembocan en Arenal hemos pasado por Desperate Literature, en la de Campomanes. Aquí hemos visto una edición, primera edición, de Poeta en Nueva York. Salió impresa en México en 1940, con prólogo de Antonio Machado, e introducción de José Bergamín. Su precio: mil euros.
Así que la mañana, esta fría mañana de abril, con la sierra blanca de nieve, nos lleva por la corriente de los libros. Así llegamos a La Mistral, que de entrada parece un templo, un teatro, una ópera. Antes que librería, esto fue el Teatro Arenal. Conserva la solemnidad de una entrada de anfiteatro, y una sala en la que se disponen los libros como si fuera el patio de butacas de una ópera. A un lado está la narrativa; en ángulo agudo la poesía; al otro lado los ensayos; sobre una mesa los clásicos. Si compras dos te regalan una bolsa que dice que tu lees literatura clásica. Un manifiesto. Los tomos de Alba editorial nos seducen, con sus tapas duras, y sus dibujos coloreados en una portada de época. Están hechos para durar.
Sobre el terrazo descansa de una vida de descanso Aurora. Es una golden retriever que debe su nombre a la autora de Las primas, la novela de Aurora Venturini. ¿No la han leído? Ya están tardando. En mesas redondas y rectangulares están las novedades. Hay un piso sótano, al que se baja por una escalera con balaustrada de madera. En el fondo están los libros de fotografía, los de teatro y los de cine, los ilustrados de formato colosal, y un templete con dos butacas, que en las horas altas servirá como escenario para presentar libros o para organizar conversaciones con público. Ahora lo utilizan dos muchachos para ojear volúmenes ilustrados. Su padre se resiste a comprar, pero comprará.
Tiene La Mistral un aire antiguo, como de señora maquillada, y en el público que la visita en esta mañana de sábado gélido hay una satisfacción por poder entregarle el tiempo a una librería que está preparada para entregarle al lector lo que quiera. Mientras otras languidecen, aquí se ha creado un lugar para los pasión por los libros físicos, una casa de citas, un lugar de vicio, donde lo electrónico se rinde a la evidencia de que nunca llegará a ofrecernos lo que un libro crujiente nos promete. Salgo cargado. He comprado dos libros que ya tenía en casa. Da igual: son de La Mistral.
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