La Revolución Cultural. Una historia popular (1962-1976) Frank Dikötter. Traducción de Joan Josep Mussarra. Editorial Acantilado.
Tercer tomo de la trilogía formada por La tragedia de la revolución: Una historia de la revolución China (1945-1957) y La gran hambruna de la China de Mao. Historia de la catrástrofe más devastadora de China (1958-1962), La Revolución Cultural. Una historia popular aborda la década en que China se sumió en el caos y en la violencia, en una revuelta ordenada y alentada por el poder, con el objetivo de eliminar cualquier tentación de golpe contra Mao.

No fue una revolución nacida desde abajo, sino orquestada desde arriba por la mente política más maquiavélica del siglo XX. China había sufrido las consecuencias del Gran Salto Adelante, el ambicioso plan para superar en producción de acero al Reino Unido, que se saldó con más de cuarenta millones de muertos, en su mayoría muertos de hambre. Mao es el único dirigente de la historia de la humanidad al que se pueden atribuir la muerte de más de setenta y cinco millones de personas en tiempos de paz. Dikötter, que nos había explicado con ambición y detalle la Gran Hambruna que destrozó China, nos detalla el contexto en el que se lanza ese gran ciclón devastador que fue la Revolución Cultural. Jruschov había leído su crítica a Stalin en el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS (marzo de 1956) Seis años después fue destituido por un golpe palaciego en Moscú. China aspiraba al liderazgo comunista mundial. Mao había tenido algunos desencuentros con Nikita Jrushov, la famosa controversia chino-soviética. Y algunos dirigentes soviéticos animaban a las delegaciones chinas a deponer a Mao y abrir la renovación en el poder.
Las consecuencias del Gran Salto Adelante habían sido tan graves y trágicas que algunos dirigetnes del Partido Comunista Chino se atrevieron a señalar al Gran Timonel como responsable de aquel error. Mao, maestro en el manejo de las situaciones críticas, no duda en provocar el enfretamiento entre facciones y alentar con su retórica poética la proliferación de ideas para luego lanzar a los estudiantes a una gran operación de represión y castigo contra «los monstruos y demonios capitalistas».
El país se convierte en un baño de sangre, recorrido por bandas de fanáticos llamados Guardias Rojos. Palizas, saqueos, detenciones, cermonias públicas de reprobación y castigo, se suceden mientras las universidades se vacían de estudiantes, y el país se sume en el caos. Aquella llamada Revolución fue manejada desde el poder, que primero lanzó a los Guardias Rojos contra cualquiera que fuera acusado de revisionista o de no tener padres revolucionarios, para luego ordenar que el péndulo se moviera en dirección contraria, en una maniobra de venganza. Cuando el caos remitía, Mao alarmó a la población con la amenaza de una guerra contra la URSS. El objetivo era siempre el de tener a la población cautiva del terror, y a las facciones de palacio enredades en luchas intestinas.
En la segunda mitad de la Revolución Cultural, Dikötter detalla cómo tras el caos China va regresando a la economía anterior a la revolución maoista. En las regiones más remotas, lejos de Pekín, los campesinos fueron reconstruyendo de forma casi clandestina un sistema económico que les permitió primero sobrevivir y luego reconstruir algunas de las industrias tradicionales. Regresaron a un sistema de alquiler de tierras, de mercados improvisados para vender los excedentes: «el verdadero cambio se impulsó desde abajo. En una revolución silenciosa que se había iniciado por lo menos una década antes, los cuadros del Partido y los aldeanos habían empezado a salir de la pobreza por el procedimiento de reconectar con el pasado».
Los grandes protagonistas de la transformación económica de China, la que da lugar a la China que hoy conocemos, fueron los campesinos. El cambio partió del campo para llegar después a las zonas urbanas. La consecuencia más notable de la Revolución Cultural, la más práctica, fue el descrédito del marxismo-leninismo y del penamiento Mao Zedong. La ideología desapareció, disuelta en el descrédito. Vendrían después décadas de represión hasta llegar a junio de 1989, cuando Deng Xiaoping ordena la carga en la plaza de Tiananmen. Aquella fuerza brutal transmitió el mensaje de que no cabe cuestionar el monopolio político del partido único.
Dikötter tiene las virtudes de los grandes historiadores: bebe en fuentes documentales de archivos oficiales y tiene en cuenta la microhistoria, los relatos personales, sin los que sería imposible abarcar el espíritu de una época, y sin los que sería muy difícil imaginar el profundo sufrimiento de un pueblo que sufrió en el siglo XX los efectos devastadores de una revolución permanente animada por un psicópata sin conciencia. El libro de Dikötter, la trilogía sobre la historia de China, resulta así fundamental para entender la China de hoy.