Las muertas. Jorge Ibargüengoitia. Machado libros.
Mientras algunos se detienen en hacer el elenco de lo que han leído en el año, yo les cuento cuál ha sido mi última caza. Termino el 2023 leyendo a uno de los grandes autores mexicanos, maestro del humor, de la ironía, del sarcasmo. Un escritor que desconfiaba de la verdad mayúscula y que no despreció nunca lo ínfimo como material literario. En mi último paseo libresco del año descubrí esta edición de Las muertas en Machado libros y a ella me he entregado. Si hacemos caso de la clasificación que el propio Ibargüengoitia hizo de sus novelas, estaríamos ante una de esas narraciones que agrupó con el título de «públicas» (Las muertas, Los relámpagos de agosto, Maten al león, El atentado) frente a aquellas otras que bautizó como «íntimas» (Estas ruinas que ves, Dos crímenes)
Ibargüengoitia es un narrador brillante, cáustico, directo. su afán no es hacer reír, sino contar las cosas como las ve, narrar la realidad desde su óptica. Y sigue funcionando cada vez que lo lees. No importa que pase el tiempo. NO formó parte del boom latinoamericano. Pero ha resistido el paso de los años con mucha más salud que algunas de las más célebres novelas de aquella explosión. Algunos lo despreciaron por incurrir en el humor. Pero sus novelas demuestran que la risa es cosa seria.
Ya en Estas ruinas que ves, Ibargüengoitia anuncia la llegada de esta novela, basada en los crímenes cometidos a mediados de la década de 1960 por las hermanas Delfina, María de Jesús, María del Carmen y María Luisa González Valenzuela, mejor conocidas como «las Poquianchis» en el Estado de Jalisco y en la región de El Bajío. Las hermanas controlaban una extensa red de burdeles.
Compraban y secuestraban mujeres. Cuando envejecían y sus carnes se volvían flojas, las mataban y las enterraban en el campo o en los patios de las casas de prostitución. A las que querían escapar, les aplicaban torturas crueles. En Las muertas, la Poquianchis son las hermanas Balandro, y aquí en el relato son tres: Arcángela, Serafina y Eulalia. El descubrimiento de los delitos de las Poquianchis fue un escándalo, primero regional, luego nacional, y después internacional.
Ibargüengoitia construye su ficción a partir de los informes del sumario del caso. Como advierte en el mensaje preliminar, «algunos de los acontecimientos que aquí se narran son reales. Todos los personajes son imaginarios». La técnica narrativa de Ibargüengoitia nos permite enlazar esta novela en la tradición inaugurada por Max Aub en Crímenes ejemplares, y en lo que unos años antes había hecho Truman Capote en A sangre fría.
A diferencia del norteamericano, Ibargüengoitia no se mezcla en el relato, lo mira desde fuera, y se contiene con maestría. Solo narra hechos. Les aplica el mismo humor distante, irónico y piadoso, que habrían manejado Evelyn Waugh o G.K. Chesterton, pero sin ninguna intención de hacer reír. La risa, sin embargo, es inevitable cuando un político baila con otro hombre en la fiesta de un burdel y se descubre su homosexualidad. Ese desliz público será origen de un resentimiento trágico. O cuando unas mujeres se caen de un balcón mientras pelean por los dientes de oro de una muerta. El narrador de Las muertas es plural. la novela está construida con múltiples voces, sus detalles tomados de las confesiones en los interrogatorios, o durante el juicio. Cuando el relato se topa con zonas oscuras, el narrador se atreve a imaginar, o expresa su confusión e ignorancia.
Con Las muertas, el mexicano incurre en la valoración de lo policíaco como materia literaria, y entre en un mundo oscuro y caótico. El relato se inicia con la llegada de Serafina, acompañada de tres hombres, a la panadería donde trabaja Simón Corona. Enferma y obsesionada por un despecho, Serafina y sus secuaces rocían el establecimiento con gasolina, le prenden fuego e inician una granizada de balas para escarmentar a Simón, que la había dejado colgada en una esquina por su mal carácter. La investigación policial del suceso descubrirá el mundo oculto de las Baladro, la fuerza carismática con la que manejaban la voluntad de los hombres, compraban muchachas adolescentes y las sometían a una explotación continua sin final.
Las muertas resulta al final una exploración del ser mexicano, de su forma de entender la vida, de la violencia ineludible, como forma expresiva, como fatalidad. El destino de las Balandro cuaja en el momento en el que, a un político, para conseguir unos votos, se le ocurre prohibir las casas de prostitución. El negocio se refugiará en la clandestinidad y toda ocultación derivará en delitos, tragedias y muertes que arrastran a las Balandro y a las mujeres y hombres que las acompañan en una espiral de desastres a la que contribuyen los errores de unos, la estupidez de otros.