No es que sea actualidad. Es que tienes las cuatro temporadas en Filmin, y si no las has visto, ahora es el momento. Me lo vas a agradecer. La serie está dirigida por el célebre realizador de video-clips Steven Barron. Se trata de la adaptación de la popular Trilogía de Corfú, obra autobiográfica del naturalista, zoólogo y presentador de televisión Gerald Durrell. En esa trilogía recuerda los años en los que, siendo niño, junto a su familia, se mudó a la isla griega de Corfú. Llegaron desde Bournemouth para iniciar una nueva vida. Los Durrell eran unos pijos. Estaban acostumbrados a la buena vida. Tuvieron que hacer frente a su nueva situación. Su nueva casa no tenía electricidad. Y el país y su gente no se parecían en nada a su Inglaterra.
La familia y otros animales
Insisto, Los Durrell es un antídoto para la tristeza de septiembre, porque la serie es un verano permanente. Los Durrell son excéntricos, son una familia de gente variopinta. Vienen de Inglaterra, donde uno, al verlos, piensa que debían de ser unos desgraciados. Ya lo dice Colin Thurbon, uno de los grandes aventureros británicos. Las islas de la vieja Britannia han dado grandes viajeros gracias a que en ellas la vida es áspera y aburrida. Los Durrell viven en el Corfú de 1935. Es decir, en un Corfú entre dos guerras mundiales. Y asistimos al despliegue de una historia costumbrista, divertida, optimista llena de situaciones y diálogos ingeniosos y personajes entrañables
Los Durrell cambian la civilización inglesa por el agreste Corfú. El Egeo era un lugar de turismo privilegiado, sobre todo para las damas británicas y para los aficionados a la arqueología y al mundo clásico. La isla griega de Corfú no se había convertido aún en uno de los principales lugares de peregrinaje turístico del Mar Egeo. El en Corfú de la época, unos campesinos pobres de costumbres ancestrales, viven de las aceitunas y de las cabras. De la leche y del aceite. El clima es amable, el mar azul resplandece, y los animales son tan domésticos que entran y salen del salón como si fuera su casa. El joven Durrell convirtió aquella infancia en un monumento literario, en un paraíso para cualquier adolescente. Por la libertad con la que vivió.
Un canto a la vida
Hay adictos a esta serie. Algunos la han visto tres y cuatro veces. Si usted, lector, está cansado de series de crímenes y pederastas, de brumas en Noruega y mala cocina en algún lugar del campo inglés, dese una vuelta por Los Durrell. Su historia es la de una mujer que se queda viuda. Está agobiada por las deudas. Louisa Durrell (Keeley Hawes) decide cambiar su vida de forma radical. La suya y la de su familia. Se marchan a Corfú. Eso es como si usted, ahora, vende todo lo que tiene y se marcha a República Dominicana. Louisa se va con sus hijo: con Lawrence (el escritor de El cuarteto de Alejandría), con Leslie (aficionado a las armas), con la joven Margo y con Gerald. El pequeño es la voz narrativa. Gerald descubre en Corfú la naturaleza y los animales.
La serie sigue el relato de los libros de Gerald. La familia hace amigos, se meten en líos, cada uno va a lo suyo, y tiene aventuras diversas. Todos tienen el reto de encontrar sentido a sus vidas. Y de eso es de lo que va esta serie. Es un canto a la libertad y también a la familia: todos son distintos, todos tienen su sitio, la familia respeta la singularidad de cada cual. Insisto. Si no la han visto, prueben. Me lo van a agradecer.
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