En Los policías, Alon es un investigador que deja un buen puesto en Tel Aviv para regresar a Nahariyya, una ciudad en la costa norte de Israel. Es la ciudad en la que nació, en la que vive su familia. Regresa con su mujer y con hija, un ajoven adolescente en edad de instituto. Alon es un policía íntegro. Le han prometido pagarle un curso en los Estados Unidos. Tiene en perspectiva un puesto como agregado de seguridad en la embajada de Whasington. En fin, un poli de carrera brillante, que aplaza sus expectativas para volver a su pueblo. En Nahariyya se va a encontrar una ciudad sometida por el mafioso Maor Ezra, un tipo adiposo de 25 años, muchas ambiciones y pocos escrúpulos. Un delincuente.
La producción de series en Israel deja a un lado el conflicto con los palestinos para centrarse en cuestiones de interior, para mirarse en el espejo. Los policías asegura en los primeros fotogramas que está basada en hechos reales, pero que toda coincidencia con la realidad es pura casualidad. Hay una zona de confluencia en esas dos afirmaciones que parece al menos contradictoria. Pero esto le da un punto de interés. En Israel hay corrupción como en todas partes, y polis que la persiguen.
Alon entra con fuerza en Nahariyya. Tiene prestigio y viene con el respaldo de los de arriba. Pero se encuentra con una policía desprestigiada, que hinca las rodillas ante los sicarios del mafioso Maor. Una vergüenza a la que el carismático y tozudo investigador se va a enfrentar a pesar de que todos le van a culpar de perturbar esa paz en la que nadie padece porque nadie se enfrenta al tirano.
En este sentido, Los policías es una clásica de malos y buenos, con una zona intermedia de corruptos y sumisos, ambientada en Israel. Para combatir al pérfido Maor Exra, el poli bueno Alon tendrá que saltarse el rigor de la ley y cruzar al lado de los malos para provocarles con sus propios métodos. Las consecuencias llevan al viejo dilema moral de si es bueno tragar con el estado de la situación o buscar el imperio de la ley. Alon lo tiene claro. Y con el otros tres policías. Para el resto, se trata de un incordio que sería mejor evitar. La paz de la corrupción, en la que ganan unos pocos, es para muchos, el mejor de los mundos posibles.
La serie se estrena con otro sello interesante: la producción está a cargo de los creadores de Fauda, la serie israelí de más éxito internacional. Esto se nota en la narrativa. El relato es claro, está muy bien graduado, y aunque algunas de sus derivadas sean previsibles (el punto débil de Alon serán su mujer y su hija) están administradas con muy buen sentido dramático.
La producción es sobria, y muy eficaz: nada de alardes de grandes coches de alta potencia. Los polis visten casual, llevan coches baratos y utilizan móviles prehistóricos. Apple no va a vender un iphone más en esta serie, y el sonido de Nokia, el clásico, suena de vez en cuando mientras el espectador se pregunta cuándo se rodó esta maravilla. Buena parte del éxito se debe a Alon, encarnado por el actor Tsahi Halevi, uno de los actores más populares del país gracias a series como «Fauda» o películas como «Belén» o «Mossad». Los hechos narrados en «Los policías» están inspirados en los sucesos reales que recogió el documental «HaShotrim HaNokmim» (Anat Stalinsky, 2018).
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