Si hacemos caso a la amarillista sastrería internacional, el señor Putin tiene como pareja sentimental a la estrella de la gimnasia olímpica de origen uzbeko, Alina Kabaeva. Más allá de verdades y alcahueteos, lo mismo el gran jefe ruso no tiene tiempo, en estos momentos, (quizá los más cruciales de su vida pública), para amoríos, ocupado como estará en tan intensas labores bélicas. Pero uno no deja de creerse el romance y no puede evitar imaginarlos allá, según dicen los que saben de esto, ocultos, encerrados en el más hermético aislamiento de su búnker siberiano o quizá uraloaltaico, como en una «Escena de matrimonio». Él con un chándal de la gloriosa CCCP, ella a la última moda deportiva, tras su entreno diario para mantener su esbelta figura, rodeados de generales, asesores, asistentes, ayudantes, acólitos, asustados pelotas, pantallas y, por seguir con el teatrillo, algún que otro mapa de guerra.
Alina, Volodia, para esto, por favor, está muriendo gente inocente y yo quiero vivir en paz.
Putin, Ah, mi grácil Alina, mi hermosa chaika, no debes tener miedo. Occidente debe respetar a Rusia. Hace mucho que nos toman por locos, ridiculizándonos en sus películas. Ya verás cuando se rindan y seas la zarina del Nuevo Mundo.
O quizá Alina esté a todas con su marido, mientras reciben más y más partes de guerra y sueñe con ser la Primera Dama de Todas las Rusias, (tanto las actuales como las futuras).
Lejos de bromear con un tema tan triste como perturbador, escrita en 2016 y publicada en España en 2020 bajo el sello de Impedimenta, -joya de editorial-, con algo más de 500 pp., tenemos “Los Terranautas”, del norteamericano T. C. Boyle. “Los Terranautas” cuenta la experiencia, a través del relato, (confesiones), en primera persona de tres de sus protagonistas, lo que, en técnicas de autor lo hace más llevadero a la hora de ser plasmado y leído, de ocho científicos, cuatro mujeres y cuatro hombres, voluntarios en un experimento: dos años de confinamiento, que no de aislamiento, en una gigantesca cúpula sobre el desierto de Arizona con los mayores avances de la época, (1994), esto es, simulacros de diferentes biomas terráqueos, cultivos, ganadería, con el fin, en primer término, de analizar los posibles efectos de una estancia prolongada en similares condiciones, (futuros viajes espaciales) y, en segundo, dar una respuesta a por qué estamos condenados a la autodestrucción.
Es decir, una suerte de “Gran Hermano” de laboratorio o, por el ambiente naturalista y el reto de ser autosuficientes entre ellos, un “Supervivientes”, ya saben, ese show, -pronto empieza la edición de este año-, en el que un puñado de famoso/illos semidesnudos en una isla paradisiaca, compiten por cuál se putea más, robándose comida, dando vergüenza ajena y cuál toca con más fuerza lo esperpéntico y lo ridículo, en un ejemplo de vulgaridad humana, lo que lo hace muy interesante.
Y es en ese abuso del chisme, del dime y del direte, de lo vulgar, donde la novela de Boyle, tan disfrutable como bien escrita, cojea, lo cual se acepta, porque es una cojera inevitable, incluso deliberada, porque, ¿qué quieren?, es un grupo de humanos encerrados durante meses, porque incluso el chisme, el más puro, el de corte y confección exclusivo de escalera comunitaria, contiene trazas y estratos psicológicos. Porque pocas cosas nos hacen más humanos. Los terranautas protagonistas, muy americanos, eso sí, -abundantísimas son las referencias a la cultura americana en el libro-, carecen de profundidad psicológica en el sentido que uno espera en una historia de este tipo. Hay acción y algunas dosis de emociones, -el incidente con los gálagos un embarazo, codicia extrema por formar parte del grupo, lo que la unta de buenas dosis de humor y sátira, (…), pero que no espere el lector páginas de introspección, de pura, dura y comercial supervivencia y se prepare para conocer cómo se aman o cómo se despellejan unos a otros en confidencias sobre cuál es más guapo, quién hace mejor sexo o cuál es la más amargada.
Aun así, geniales y muy recomendables propuestas como “Los Terranautas” (casi) nos demuestran que el ser humano actual no está, servidor como estandarte de todos los ejemplos, preparado para subsistir en una cúpula monitorizada 24/h o en un búnker antinuclear durante un tiempo extremadamente prolongado, años, aun cuando su eterna insatisfacción, junto a su inagotable capacidad de adaptación ayuden a intentarlo. Todo lo que se imagine al respecto son películas repletas de héroes. Cultura como base a una imaginaria valentía.
La última gran guerra, la que los paisanos de Putin llaman Gran Guerra Patria, conocida en el resto como II Guerra Mundial, fue atroz y atroz no, sino terrorífico tuvo que ser vivir en las ciudades bombardeadas, tal y como hoy lo está siendo ser taxista, cartero…, en alguna ciudad ucraniana o estar en el Berlín arrasado por las tropas soviéticas, en Hiroshima y Nagasaki, despertar cada mañana siendo judío, gitano, homosexual o discapacitado en lugares como Auschwitz…, lo que siendo tan horroroso como fue, dista mucho de lo que un cataclismo atómico a escala mundial puede llegar a ser hoy y eso, junto a la indiscutible calidad de la novela de Boyle, es una verdad tan inamovible, -palabra de hipocondriaco existencial, ignorante en temas políticos y escritor chismoso-, como que el señor Putin, con o sin Alina, hará clic.