Mujer de placer. Kiyoko Murata. Traducción de Makiko Sese y Daniel Villa. Hermida editores
En Mujer de placer, la escritora japonesa Kiyoko Murata nos ofrece una mirada íntima, nada sentimentalista y profundamente humana sobre la vida de Ichi, una mujer que trabaja en un burdel en la periferia de Tokio, en el barrio de Tamanoi, poco después del final de la Segunda Guerra Mundial.

Ichi no es una víctima, ni tampoco una redentora. Es una mujer práctica, observadora, endurecida por la experiencia, pero aún capaz de gestos de ternura y de una lucidez sorprendente. Su vida transcurre en la casa de citas, rodeada de otras mujeres que, como ella, ejercen la prostitución no como una vocación ni como una condena, sino como una forma —una de las pocas posibles— de sobrevivir y sostener cierto control sobre sus circunstancias.
La novela no busca provocar indignación ni ternura. Lo que Murata construye es un retrato coral, sobrio y poderoso de una comunidad femenina que, en un entorno hostil y patriarcal, genera sus propias reglas, jerarquías, afectos y resistencias. A través del día a día de Ichi —sus silencios, sus rutinas, sus recuerdos— se nos revela un mundo que suele permanecer oculto, o peor aún, reducido a clichés.
El estilo literario: cuando el silencio pesa más que el grito
Murata escribe como quien escucha: con atención, con paciencia, sin interrumpir. Su estilo es austero, limpio y sin aspavientos, pero en esa contención se esconde una potencia literaria innegable. La autora no necesita adornos para conmover. Le basta con describir un gesto, un tatami mal barrido, una conversación entre dos mujeres mientras se cambian el kimono.
Este estilo, tan propio de la tradición narrativa japonesa, evita el dramatismo, y en cambio logra algo más difícil: crear intimidad sin caer en el sentimentalismo. La mirada de Murata es compasiva pero jamás condescendiente. Su prosa se apoya en los detalles cotidianos, en lo que no se dice, en lo que se repite, en lo que pesa más por su presencia muda.
En Mujer de placer, el lenguaje es sobrio pero nunca seco. Hay momentos de una belleza contenida, como si la autora supiera que las palabras deben abrir espacio para que el lector respire, observe, escuche. Murata escribe con la precisión de quien ha vivido cerca de lo que cuenta —y quizás, con el pudor de quien sabe que esas vidas no necesitan ser redimidas ni embellecidas para ser valiosas.
La historia: entre la supervivencia y el sentido
Lo más notable de la historia que Murata narra no es su acción —escasa, casi anodina si se mide en términos de grandes giros argumentales—, sino su capacidad para hacer visible lo invisible: el vínculo entre mujeres, la dignidad que persiste incluso en las condiciones más precarias, el deseo como motor que no siempre es sexual.
Ichi no sueña con escapar ni se deshace en lamentos. Tiene una visión cruda del mundo, pero también un código ético que la sostiene. La novela muestra cómo, en ese universo de intercambio sexual mercantilizado, se tejen complicidades, celos, afectos y lealtades. Cada relación —con las otras prostitutas, con los clientes, con la propietaria del burdel— tiene matices y contradicciones.
No hay lecciones explícitas, ni juicios. La prostitución se muestra tal como es en ese contexto histórico: una realidad social, económica y cultural compleja, en la que las mujeres encuentran —más que libertad— un margen para negociar su lugar en el mundo. Para un lector joven que no tiene aún una posición clara sobre el tema, esta novela es un excelente punto de partida: no dicta, sugiere. No enseña, muestra.
Conclusión: lo humano persiste, incluso en el margen
Mujer de placer es una novela que huye de la grandilocuencia y del morbo, y encuentra su fuerza en lo que otras obras suelen pasar por alto: la rutina, la resistencia silenciosa, la capacidad de las mujeres para generar sentido allí donde no parece haber esperanza.
Murata no nos ofrece una historia heroica ni un relato de denuncia. Nos ofrece algo mucho más difícil: un espejo empañado en el que, con paciencia, empezamos a ver reflejada nuestra propia humanidad.
Una lectura imprescindible para quienes buscan entender —sin prejuicios ni paternalismo— qué significa vivir en los márgenes y, aun así, conservar la dignidad.