Bueno, pues al fin es Navidad. He de confesar que la Navidad, no en lo referente al hecho religioso, sino a la época del año en sí, no es que no me guste, es que la borraría del mapa con toda su parafernalia. Si pudiera permitírmelo, me metería en la cama el veinte de diciembre, o mejor aún, el dieciocho, y no saldría hasta el diez de enero, más o menos, para que ya no quedase ni una lucecita, ni un arbolito ni ninguna de las cosas que pueblan el periodo navideño y que se supone que nos tienen que encantar.

Los años de cama de Onetti
Esto de la cama no es nuevo. Juan Carlos Onetti, destacado autor uruguayo, pasó los últimos doce años de su vida en la cama de su piso de la Avenida de América, en Madrid, básicamente leyendo, fumando y bebiendo whisky. Ignoro si la cosa empezó una Navidad, pero no me extrañaría nada.
Las fallas, el Rocío, la Feria de abril, son para mí, sin querer ofender a nadie, la puerta de entrada al infierno con toda seguridad.
Nunca me he parado a analizar a fondo los motivos, pero creo que este sentimiento tiene que ver con muchos factores.
El primero, y no necesariamente el más importante, puede ser que odio el folclore por encima de todo. Me da vergüenza ajena, lo reconozco. Soy incapaz, por ejemplo, de ver una chirigota y no tener la necesidad inmediata de tele transportarme al punto más alejado del planeta, a poder ser, desierto. Las fallas, el Rocío, la Feria de abril, son para mí, sin querer ofender a nadie, la puerta de entrada al infierno con toda seguridad.
La obligación de ser felices
Otro motivo por el que creo que no soporto esta época es la pretendida obligación de ser felices. De algún modo, tenemos que felicitarnos, abrazarnos y transmitirnos nuestros mejores deseos.
El resto del año podemos ser unos cabrones con pintas, pero en Navidad hay que tener el corazón henchido de gozo. Claro, en Navidad nació Jesús, al cual pagamos el bien que quiso hacernos con una crucifixión. Tú me amas, yo te masacro. Muy gráfico. Fue un gran antecedente de lo que estaba por venir. Sin embargo se supone que estos días deben sacar lo mejor de cada uno.
Además, tenemos que ver Love Actually año tras año, porque el nivel Qué bello es vivir ya ni lo nombro. Pertenece para mí al terreno de lo sobrenatural. Prefiero La jungla de cristal, donde Hans Gruber, el líder de un pretendido grupo terrorista Interpretado magistralmente por Alan Rickman que, por cierto, también sale en Love Actually, irrumpe en una cena de empresa navideña que acaba como el rosario de la aurora.
La vida en chanclas y bermudas. Nada me haría más feliz
Por no hablar de El Apartamento, donde una despechada Shirley Maclaine intenta suicidarse en el apartamento de Baxter, su admirador secreto, precisamente en estas fechas.
Donde no existe el invierno
Aparte de esta hipocresía a kilos que repartimos en Navidad, creo que el último motivo, quizá el menos importante, es que no soporto el invierno. Si alguna vez me pierdo y alguien quiere encontrarme, lo cual es mucho suponer, búsquenme en un país donde no exista el invierno, mejor dicho, donde el invierno, la primavera y el otoño se confundan con verano. La vida en chanclas y bermudas. Nada me haría más feliz. Los cuarenta grados de agosto resumen para mí la felicidad absoluta.
Tengo una amiga medio brasileña que acostumbra a felicitarme la Navidad desde la playa de Copacabana. Si eso no es estar en otro nivel, que baje Dios y lo vea.
Yo nací un 5 de agosto, por fortuna. El 5 de agosto es, justamente, el día medio del verano. Creo que Dios, conocedor del estado de ánimo que provoca en mi la Navidad, lo hizo para que naciese lo más lejos posible de estas fechas. Para que quede claro, si yo salgo a la luz y veo un arbolito u oigo un villancico, me vuelvo dentro.
A todo esto, se han venido a sumar este maravilloso año 2020 los condicionantes y las restricciones que nos ha impuesto el coronavirus. Para que queremos más.
Resulta que este año, si tus padres viven en Madrid pero tu vives, por ejemplo, en Valladolid, no vas a poder cenar con ellos, circunstancia esta que varía totalmente si vives en Toronto o Estambul, ciudades, por cierto, asediadas por el virus. Si es así, no vas a tener problemas para entrar a Madrid o donde te dé la gana.
Y, por supuesto, solo seis personas, así que si, como en mi caso, tienes tres hijos, te tienes que jugar a la pajita más corta quien se queda sin cenar con los abuelos.
El gel hidroalcohólico bendito
No digamos ya si quieres acudir a la misa del gallo. Aforo limitado, dos personas por banco, nada de darse la paz y para suplir el agua bendita, gel hidroalcohólico. Que digo yo que no sé cómo todavía no se le ha ocurrido a nadie patentar el gel hidroalcohólico bendito. Así podemos protegernos contra el virus y expiar nuestros pecados en un solo gesto. Todo son ventajas.
Lo definitivamente positivo de las fechas en las que estamos es, por tanto, que al fin vamos a decir adiós al 2020, aunque como dice mi madre “otro vendrá que bueno te hará”.
Las perspectivas para 2021, por desgracia, no parecen mucho mejores. Al menos, cuando termine todo esto, el siete de enero, quedará prácticamente un año para las siguientes navidades, lo cual hace que sea uno de mis días favoritos, aunque sea invierno.
Así que, sin llegar al nivel de Charlie Chaplin, que odió la Navidad hasta el punto de morir un 25 de diciembre, creo que lo mejor que puedo decir para finalizar es… ¡ feliz Navidad !.
Sean felices.