Nimiedades, la poesía de lo pequeño con sentido universal de María Paz Otero

Nimiedades. María Paz Otero. III Premio de Poesía Joven Tino Barriuso. Poesía Hiperión

Desde el comienzo, estas Nimiedades de María Paz Otero plantean la dualidad de los seres, el mundo de las apariencias y el de los fondos, bajo una superficie de blanca pureza. «Podría una erróneamente, confundir tu torso con la dalias, o con la leche que brota del seno adiposo de una madre». Pero al escarbar «con empeño», surge «como un ser entre la niebla, el grito, el llanto, la infancia mal curada, el murciélago, la sarna, la muerte». La pureza es una percepción equivocada, un espejismo.

Contrastes

Hay más contrastes en Nimiedades: el del recuerdo de un cuerpo que se detalla con metáforas animales, y el renacer en el que «la vida se abre paso de nuevo entre la pena». Es una pena que dura, que Otero es capaz de rastrear en todos sus detalles, con precisión de horarios, gracias a los archivos del móvil, esa caja negra que registra las nimiedades de nuestra vida.

Y el amor, mezclado con el llanto, con la enfermedad, o con el paso del tiempo «no intentes asirlo, deja que corra como el agua entre tus dedos aquel día en el lago», esos son los puntos cardinales de esta poesía honda, que se mueve siempre en imágenes, y que levanta una cartografía erótica para proponer siempre un juego de seducciones: «más tú fíngete virgen, quinceañera, esta noche. Así podré amarte por primera vez, como siempre».

Nimiedades

En Días vulgares, el segundo capítulo, se queda en los recuerdos de una Laura que adoraba los defectos de su amante, porque no eran sino extensiones propias de su ser y que piensa que el mundo será recíproco con ella y alguien la querrá sin juzgar. O el genial Dardo, en el que un «breve certero diminuto beso» toca el centro amarillo de la diana: «a veces todavía me sorprende, en el bolsillo del jean, en la cartera, arrugado al fondo de la lavadora. Yo lo estiro de los bordes, resignada, lo tiendo al sol con el resto de la ropa».

Hay en los poemas de Otero ecos políticos en 8 de marzo, mezclados con el recuerdo de un beso. Y una reconocida madurez en Nimiedades, en la que anota cómo dejó atrás los poemas remilgados para quedarse ahora con «verte dudar junto al estante de los yogures, mirarte hervir las patatas, sacudir de tu hombro las toras algún día en que, al salir del cine, nos sorprendiese la lluvia y su fragancia». Hay un tono general de tristeza dulce y serena en los versos de Otero, una aceptación del paso del tiempo, la soledad y la enfermedad, el dolor de la despedida y la llegada, sola, al «imponente templo del futuro».

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