En la historia de la Segunda Guerra Mundial hay operaciones que no ganaron batallas, pero sí cambiaron el rumbo del conflicto. La que narra Max Hastings en Operación Biting es una de ellas. No fue una campaña ni un bombardeo masivo, sino una incursión quirúrgica y audaz ejecutada por tropas aerotransportadas británicas en 1942 con un único objetivo: robar la tecnología del radar alemán situada en un acantilado de la costa normanda. Hastings convierte este episodio aparentemente menor en una vívida reconstrucción de inteligencia, estrategia y acción que captura tanto la tensión del momento como el drama humano que lo acompañó.
El libro —publicado por Crítica en su versión española— combina lo mejor de la divulgación histórica con el nervio narrativo del thriller militar, una marca que Hastings lleva perfeccionando desde hace décadas. A pesar de su brevedad, Operación Biting está pensada como una miniatura con la densidad de un fresco: los preparativos, la ejecución y las consecuencias están narrados con un pulso que hace olvidar que estamos leyendo historia.
El historiador de los matices bélicos
Hastings, autor de obras de referencia como La guerra secreta, Inferno o Overlord, se mueve con soltura entre archivos, memorias personales y análisis táctico. Tiene el raro talento de equilibrar erudición y ritmo narrativo sin traicionar la precisión. No es un academicista, pero tampoco un fabulador: lo suyo es una historia bien documentada, escrita con inteligencia estructural, y con la habilidad de saber qué contar y cómo.
A diferencia de otros historiadores militares más apegados al dato o la cronología, Hastings compone escenas, perfila personajes, y ofrece una narrativa casi novelada sin perder el rigor. En esta obra, ese estilo encuentra terreno fértil: la operación Bruneval fue breve pero intensísima, y se presta a una reconstrucción cinematográfica.
Biting: un golpe quirúrgico que cambió la guerra
La “Operación Biting” fue diseñada por los británicos para capturar elementos clave del radar alemán Würzburg, instalado en la costa de Bruneval, al norte de Francia. Con el dominio aéreo aún disputado, la posibilidad de comprender cómo detectaban los alemanes a los bombarderos aliados era una prioridad estratégica de primer orden. En la noche del 27 al 28 de febrero de 1942, un comando de paracaidistas británicos se lanzó tras las líneas enemigas, desmanteló parte del equipo y fue evacuado por mar en cuestión de horas.
Hastings reconstruye el asalto con agilidad y tensión. Los personajes cobran vida: desde los ingenieros del equipo técnico hasta los soldados rudos que cargaban las piezas robadas bajo el fuego enemigo. La planificación, los ensayos previos, los nervios del salto, los errores, la improvisación… Todo está contado con un pulso que logra que el lector olvide que conoce ya el final de la historia.
Tecnología robada, historia ganada
Uno de los grandes aciertos del libro está en cómo Hastings aborda la dimensión tecnológica del conflicto, sin caer en el tedio ni en la jerga. El radar, ese “ojo invisible” que empezaba a decidir el destino de los aviones, es presentado como un personaje más: misterioso, determinante, vulnerable.
Hastings consigue que el lector entienda por qué una sola antena robada valía más que muchas bombas. La narración de los técnicos que identificaron las piezas, desmontaron el equipo y lo metieron en mochilas sobre la nieve normanda resulta no solo instructiva, sino cargada de tensión.
A través de este episodio, el autor lanza una idea poderosa: en las guerras modernas, el conocimiento y la tecnología son armas tan decisivas como los ejércitos. La captura de un radar puede tener más consecuencias que la toma de una ciudad.
La épica y sus silencios
Ahora bien, no todo en el libro resiste una lectura crítica sin matices. Como en otras obras de Hastings, hay una tendencia a narrar desde el lado británico con cierta fascinación, que si bien está respaldada por fuentes y testimonios, deja fuera algunas perspectivas importantes: la alemana, la civil, la política de fondo.
No hay apenas reflexión sobre el coste moral de estas operaciones. Tampoco se entra en el debate sobre el impacto real de la acción: ¿fue tan decisiva como se sugiere, o simplemente parte de una cadena más amplia de avances tecnológicos? La épica no deja siempre espacio a la ambigüedad, y ahí el libro se vuelve algo complaciente con su propio relato.
Estrategia en escala reducida
Más allá del episodio puntual, Operación Biting propone una lectura mayor: la historia de las guerras no se escribe solo con grandes batallas, sino con pequeños gestos estratégicos que alteran equilibrios invisibles. Hastings lanza así un guiño a la “microhistoria militar”, una corriente que pone el foco en las decisiones tácticas de impacto desproporcionado.
En ese sentido, el libro es también una lección para pensar la guerra contemporánea: operaciones de comandos, inteligencia técnica, acciones quirúrgicas. La Segunda Guerra Mundial como laboratorio de la guerra del siglo XXI.
Hastings y el arte de la microhistoria militar
En definitiva, Operación Biting no es solo el relato vibrante de una acción militar poco conocida, sino un ejercicio de historia narrativa que pone en valor lo pequeño, lo técnico y lo humano en medio del gran caos de la guerra. Hastings confirma aquí su talento como narrador de conflictos, y ofrece un libro que seducirá tanto a aficionados a la historia militar como a lectores que busquen comprender el siglo XX a través de detalles reveladores.
Como escribe él mismo en el epílogo, “las guerras no se ganan solo con valor, sino con ideas audaces ejecutadas con precisión”. Operación Biting es, en sí misma, la demostración literaria de esa idea.