Orwell también es un cómic: ligero, banal, plano e intrascendente

Los setenta años de la muerte de Orwell son una cifra más, un pretexto más, para profundizar en la obra de uno de los grandes escritores del siglo XX. Escritor trascendente, autor perspicaz. Orwell no fue un gran artista de la palabra, pero sí un autor con motivaciones políticas que fue capaz de analizar los mecanismos del poder totalitario, de igualar al nazismo, el fascismo, y el comunismo, en lo que tienen en común: la voracidad inagotable del poder. Orwell fue además un defensor de lengua inglesa, del valor de la palabra, y un escritor que captó con clarividencia el uso perverso de la lengua como arma del poder. La palabra fue otro ejército para el nazismo y para los regímenes comunistas. La oportunidad de ofrecer ese complejo mundo intelectual de Orwell en versión cómic era una gran oportunidad. El cómic de Christin y Verdier es una ocasión fallida. El Orwell del cómic es un Orwell de redacción de bachillerato.

Buena factura, para una historia insulsa

Orwell en cómic es un libro de buena factura, con tapas duras de color rojo y buenos dibujos. Los autores además han invitado a algunos amigos a que diseñen algunas de las páginas en las que se narran acontecimientos cruciales en la vida del autor de Rebelión en la granja. Uno espera, por tanto, una obra a la altura del desafío de plasmar en viñetas toda la riqueza de la vida, llena de avatares y aventuras, de Orwell. Podríamos esperar incluso que los autores se detuvieran en alguno de los cruces fundamentales de los caminos transitados por Eric Blair (su verdadero nombre) Por ejemplo su experiencia en la guerra civil española, de la que tuvo que salir deprisa y corriendo para que los comunistas no le pasaran por las armas en la Barcelona de la época.

Frente a esa expectativa, lo que tenemos es un resumen de su vida que está a la altura de una redacción de primero de bachillerato. Eric Blair nació, pronto supo que quería ser escritor, fue a Eton, le gustaba la vida en la naturaleza, la pesca en el río Orwell del que tomó el nombre. Se hizo periodista, las pasó canutas, se casó, tuvo tuberculosis, fue a la guerra de España y luego escribió algunas novelas célebres. Fin. Todo muy convencional, todo muy correcto. En cuestiones ideológicas los autores resumen a un escritor tan complejo como Orwell con esta frase: «era un socialista revolucionario». Y ya está. Fue mucho más. Fue sobre todo un ser complejo y profundamente libertario.

Sin apenas menciones a sus grandes obras

Apenas hay unas pinceladas para hablar de Rebelión en la granja o de 1984. El final de la historia gráfica se pierde en anécdotas de la vida familiar: pescar bogavantes y un incidente con un lancha en la que salen de excursión y termina naufragando. Es como si a Christian y Verdier les molestara la Rebelión de los animales y no supieran qué hacer con todo lo que encierra 1984, la crítica al totalitarismo, la denuncia del uso del lenguaje y los mecanismos de un poder que quiere entrar en la conciencia de cada uno para apoderarse de su pensamiento.

Hay pequeños hallazgos narrativos dignos de consideración. Por ejemplo cómo se resuelve en una doble viñeta encabalgada la boda y el funeral por Orwell, en apenas unos meses. Son también llamativas, brillantes, las aportaciones de Manu Larcenet, André Juillard, Enki Bilal, de Juanjo Guarnido o de Blutch. Pero todo se queda en un cuento sin sustancia. ¿Dónde están los mundos actuales que Orwell fue capaz de anticipar? ¿Dónde podemos ver cómo su nombre ha sido utilizado por la televisión más basurienta? Una pena que los autores no hayan arriesgado más, no hayan sido tan radicales como fue Orwell cuando desnudó y denunció los excesos del poder en su tiempo.

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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