‘Palabra puta’, FANFAN publica un adelanto del libro que reúne voces de la prostitución

Una obra que desafía tus prejuicios

Palabra puta. Voces de la prostitución. Alfredo Urdaci. Gaveta Ediciones

Hoy se presenta, en la Asociación de la Prensa de Madrid, Palabra puta’, un libro en la que el periodista y director de FANFAN, Alfredo Urdaci, recoge los testimonios de hombres, mujeres y transexuales que ejercen el trabajo sexual y que se han enfrentado durante el último año a los intentos políticos de abolir la prostitución. En las páginas de ‘Palabra puta’ está la voz desnuda de personas que cuentan su experiencia, cómo ejercen su trabajo y las razones por las que siguen en ese ámbito. Urdaci ha donado los derechos de autor de esta obra a las Oblatas del Santísimo Redentor, orden que lleva la noticia del Reino a las mujeres que ejercen la prostitución. Publicamos en primicia el primer capítulo del libro.

Sí. Palabra de puta. Porque han sido condenadas al silencio. Porque lo que incomoda, lo que provoca un rechazo visceral, es la palabra de las putas. Aún más que su trabajo, con frecuencia oculto; más que su propia presencia en las áreas urbanas comerciales, o su cuerpo, ofrecido con una desinhibida seducción. Más que todo eso, su palabra. Por eso nunca fueron escuchadas durante los meses en los que se debatió en el Congreso de los diputados una propuesta legal que aspiraba a cancelar cualquier lugar donde pudieran ejercer su trabajo, a castigar a todo hombre que solicitara sus servicios. Lo intentaron una y otra vez. Hubo partidos que ni siquiera las recibieron. Y estaban legislando sobre sus vidas.

Tuvieron que salir a la calle, unas con máscara, otras a cara descubierta. Me topé con la segunda manifestación el 12 de septiembre de 2022, en la Carrera de San Jerónimo.  Hubo otra en junio de ese año ¿Qué hacían allí tantas mujeres? Gritaban detrás de una pancarta. Había miles, entre cinco y siete mil. En Francia, en 2016, las prostitutas, organizadas contra una ley similar a la propuesta en España, y que entró en vigor en aquel país ese año, apenas reunieron a trescientas señoras en París. En España, miles. Aquella mañana venía de una cita con un editor en la calle Cervantes, escritor que conocía muy bien el mundo de las putas, por sus hermanas, culpables en buena parte de que el autor de El Quijote terminara en prisión por el crimen del navarro Ezpeleta. Crucé la marcha y al pasar al otro lado de la pancarta se me acercó una mujer airada: “usted, el de la tele, ¡a ver si hacen más caso a estas señoras, que nadie les hace caso!

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Volvieron a protestar el primero de diciembre de ese año, cuando el frente de la prohibición ya agrupaba a la derecha y a la izquierda. Y desafiaron a las feministas el 8 de marzo de 2023 en una marcha a ritmo de tambores brasileños, para denunciar que la prohibición, propuesta por los socialistas y aceptada por el Partido Popular, supondría un ejercicio de violencia contra las mujeres que han elegido el oficio de puta, y que lo quieren ejercer en condiciones de seguridad, con protección, con derechos. La marcha discurrió entre el desconcierto de los seguidores de la UGT, del PSOE, y del abanico múltiple de los feminismos. Algunos se acercaron a las mujeres con curiosidad, fueron los más; otros expresaron su rechazo con una evidente mueca de desprecio. Fue la primera vez que, en un 8 de marzo, había una columna de putas.

Aquellas manifestaciones, la de junio, o la de septiembre, que reunieron a cinco mil personas en cada convocatoria, no merecieron ni una línea en los diarios nacionales, ni diez segundos en los telediarios de las grandes cadenas, ni un minuto de radio, ni un comentario de los que establecen en las tertulias, cada mañana, la interpretación de los hechos de la actualidad. La palabra de las putas no existía. Mejor calladas. Y si hablan, que no se las escuche. Solo algún medio marginal colgó en YouTube entrevistas con mujeres, algunas a cara descubierta, que hablaban con una nítida determinación. Así que la propuesta legal fue avanzando suave y sin contratiempos. Como progresan todas aquellas leyes que no tienen en cuenta a los afectados por la regulación.  Se les encierra en la jaula del silencio, y todo camina por un sendero sedoso, como estaba previsto. Pero los impulsores de la ley no contaban con la movilización de las mujeres. Daban por descontado que la prohibición sería aceptada con una mansa sumisión, similar a la que la sociedad española ha demostrado en los últimos años con las ruedas de molino que el poder le ha obligado a tragar desde la pandemia. La rebelión no entraba en los planes de los nuevos puritanos. Sobre el silencio forzado de las prostitutas se construyó la mentira de que son mujeres forzadas, violadas, sin formación, sin otra opción de conseguir salarios.

Los medios, cómplices. Hasta diciembre de 2022 las audiencias de las televisiones no vieron ni un solo reportaje sobre cómo estas mujeres desarrollan su trabajo. Llamémoslo trabajo, sin entrar en debates nominalistas sobre si lo es o no, sobre si la prostitución debe ser reconocida como relación laboral o no. Lo que no es, es esclavitud. Cinco mil esclavos no salen a la calle para reclamar que se legalice su situación o que al menos les dejen en paz para seguir como esclavos. ¿O sí? El feminismo dice que sí. Lo cierto es que están ahí, que intercambian tiempo, caricias, escucha, relaciones sexuales, representación de fantasías, dominación, sumisión, fetichismo y otros ismos por dinero. El catálogo es interminable. Abarca todas las necesidades, desde el afecto al impulso sexual. En los clubes, en las camas de estas señoras, señores o transexuales, en las mazmorras donde ofician las que practican la sodomía o el masoquismo entra la misma sociedad que está en la calle. A veces los mismos diputados que votan en el Congreso.

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La primera grieta en el muro

Los medios, digo, cómplices de esa jaula de silencio. Llamar su atención fue un trabajo arduo. La puerta se abrió con mucha dificultad.  El primero que se fijó en ellas fue Óscar Valero de Reuters. Junto a Joanna Gill firmó un reportaje sobrio y riguroso. Contaron lo que habían visto.  Les siguió Martín Mucha, en El Mundo. Tuvimos que recurrir a la simpatía. Ángela, una joven peruana cuyo testimonio está recogido en estas páginas, se puso en contacto con Martín para que el periódico escuchara su voz. Una conversación entre peruanos. Esa cercanía fue persuasiva. Y le dieron doble página el domingo 27 de noviembre: “La escort para discapacitados que salvó a los suyos con la prostitución y ahora prepara una andanada de cartas protesta al Congreso”. 350 cartas, una para cada diputado. Fueron entregadas el primero de diciembre de 2022. En este libro encontrarás, lector, algunas de esas misivas. Nadie respondió. Silencio al otro lado. Una palabra que no se responde es una palabra que no existe. Las 350 reclaman derechos, protección, seguridad. Todas rechazan la abolición, todas afirman su voluntad libre.

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Los medios ya eran menos cómplices. Vinieron, pero traían su prejuicio. ¡Y quién no lo tiene cuando se trata de la prostitución! Vino María, del programa de Ana Rosa. Desconfiaba. En un hotel de la calle del Moscatelar entrevistó a varias mujeres, a Raquel, a Eva, entre ellas. Sobre todas Raquel, que le contó su historia, su situación, su rotunda convicción de que hace lo que quiere hacer con su vida, y quiere seguir haciéndolo en las mejores condiciones. ¡Que le dejen trabajar!, repetía. Coraje a cara descubierta. María volvió a la redacción con algunas ideas nuevas, y otras, las viejas, pulverizadas. Luego visitó un local en Fuenlabrada. Kiss. Allí otro tanto. Una de las mujeres le confesó que vino a España a buscar trabajo y solo lo pudo encontrar como prostituta, trabajo denigrante, dijo. María hizo dos reportajes. Uno con la versión de que es un trabajo indigno. El otro con las mujeres de la calle del Moscatelar. Solo se emitió el primero. Cuando en la tertulia que acompañó la emisión le dieron oportunidad, la periodista puntualizó que había encontrado muchas mujeres que le habían asegurado dedicarse al oficio de puta con plena libertad. La cortaron entre aspavientos. ¡Cómo iba a ser verdad una palabra como esa, una palabra de puta!

Una palabra que el sistema no admite. No se debe escuchar. No vaya a ser que el feminismo se enfade, no vaya a ser que el puritanismo de todos los partidos se ofenda. A nadie le cabe en la cabeza que una mujer pueda ser puta con plena voluntad y en ejercicio libre de su capacidad de actuar, entre las opciones que tiene disponibles. No te cabe en la cabeza, hasta que las conoces y hablas con ellas. La actitud frente a la prostitución tiene que ver con la cercanía o lejanía con su mundo. Cuando las conoces, vives su ambiente, hablas con ellas, la percepción se modifica.

Pero ¿si no les dejas hablar? Nunca te entrará en la cabeza. Han vuelto a aparecer en la España siglo XXI las damas del comité de defensa de las buenas costumbres, ahora con ideologías diversas. Están en el PP, en cuya dirección se ha escuchado a una mujer decir que hay que ir contra las prostitutas porque “han destrozado muchas familias”. Supongo que por la misma lógica habría que ir contra el alcohol o contra el fabricante de naipes Heraclio Fournier, o contra los automóviles, no digamos contra el libre pensamiento político, que ha roto familias en pedazos. El resentimiento. No hemos valorado lo suficiente el enorme impulso político que se fundamenta en el resentimiento. Nietzsche ya dijo que la ética socrática era un acto de venganza de un tipo feo y achaparrado que odiaba al mundo por haber nacido con una apariencia poco platónica. Ahora descubrimos que la prohibición del mercado del sexo puede ser el acto reflejo de una mujer despechada.

Otros resucitaron la policía de la moral. Ordenanzas municipales para multar a los clientes, y normas para dificultar el trabajo de las mujeres, a veces también para sancionarlas. Persecución de la prostitución femenina. Porque aquí, como en Francia, o en los países nórdicos, se persigue solo la prostitución de mujeres. Nada que decir sobre los homosexuales, nada que añadir sobre los gigolós. Que hagan lo que quieran, que vendan lo que puedan. Es solo la mujer, solo a ella se le puede considerar víctima.

A los políticos, como a los medios activistas de la prohibición, lo que les gusta para su propaganda es un buen caso, uno que responda a su prejuicio. Uno con el que construir el esquema binario de la víctima y el verdugo. Una mujer. Una sola. Con una basta. Cuestiono el uso político de la víctima, su utilización para intentar sostener la falsedad de que el 90 por ciento de las que ejercen están obligadas. Todos los académicos que han investigado en España el trabajo de las putas lo niegan. Una mentira como una catedral. Una falsedad policial. Una fake new del poder. Los políticos de la prohibición no tienen ningún programa serio y creíble para reconstruir la vida de estas personas, nunca han hecho nada eficaz por ellas. No lo van a hacer. Nada hay más allá de su propaganda. Solo ruido. En el segundo nivel, no hay hechos, no hay nada.  Durante la pandemia las dejaron abandonadas. A la mujer que encarna el caso digno de mostrar para los planes de marketing político, se la exhibe con fruición mientras se tramita la ley. El día que la ley decae, la víctima ejemplar es arrumbada en un rincón. Olvidada y cubierta de polvo, como el arpa de Bécquer. Un juguete roto. Cuando fue utilizada, llamó a la revuelta. No la siguió ninguna de sus antiguas comadres de la legión mercenaria.

Antes, en el fragor de la tramitación parlamentaria de la ley, a esa mujer que sirve como único caso ejemplar, hubo que pasearla, hubo que subvencionarla, hubo que pagar sus charlas a 800 euros la sesión, hubo que darle premios. Tener muchos casos sería muy caro: ni el Estado ni los partidos lo pueden pagar. No es rentable. Con una es suficiente. Una que vista bien el papel. Convenientemente arrepentida, conversa de la prohibición, hará que su propia vida anterior sea irreconocible. Porque ella ejerció con libertad. El relato de sus compañeras es concluyente. Vivieron con ella, la vieron trabajar, entrar, salir. Viajó de un local a otro, en el Levante, o en el País Vasco, donde los aizcolaris son tímidos, tiernos y avergonzados en cuanto cruzan el umbral del puticlub.  

Sí, tuvo algún novio tóxico. Pero ella, caso ejemplar, ahora proclama que son todas esclavas y que hay que liberarlas. Liberarlas de ellas mismas, porque, aunque digan que son libres, su palabra está viciada, están sometidas al imperio brutal del mercado. Esa mujer llamará a la revuelta, pero de entre las putas, ninguna la secunda. Curioso. Vienen a liberarte y rechazas la libertad. Viene Espartaco y sigues siendo un gladiador. Todas se revuelven, sí, pero contra la abolición.  

Al político de la prohibición le interesa confundir prostitución y trata. Y hacer que todo sea trata. A algunos policías también. Por eso repiten que el 90 por ciento están obligadas. Algunos llegan hasta el 95%. Metidos en gastos, ¡qué más da un cinco arriba, un cinco abajo! Cuando uno es un falso samaritano, la estadística y el rigor de los números es lo de menos. El samaritano falso puede ser impreciso, ¡no pasa nada! Claro que no todos son tan obedientes a las reglas ideológicas del régimen. Algunos dicen la verdad. Cuando tienen que dar cifras se descubre la trampa. Y cuando escuchan en un debate a una oenegé dar cifras, se llevan las manos a la cabeza.

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La palabra devaluada

La prostitución ejercida en locales abiertos al público facilita el trabajo de los agentes del Cuerpo Nacional que se dedican a perseguir la trata con fines de explotación, laboral o sexual. El mayor porcentaje de trata de personas se hace con fines de explotación laboral (Informe CITCO). A los agentes, los locales conocidos, los públicos, les facilitan la labor. Porque pueden hacer inspecciones. Acuden con regularidad, siempre acompañados de inspectores de trabajo y de oenegés que se ocupan de atender a las mujeres, a las personas que ejercen la prostitución. Los policías buscan personas que sufren explotación, y tienen mecanismos para detectarlas. El artículo 59 bis de la ley de Extranjería permite paralizar la deportación a sus países de origen, y ofrecer beneficios sociales, ayudas y protección de testigos a las mujeres que denuncien que son víctimas de redes de trata y explotación. La policía se lo ofrece. ¿Por qué hay muy pocos casos de mujeres que lo aceptan y prefieren la deportación antes que denunciar al propietario del local?  Las prohibicionistas contestan que la palabra de las señoras está viciada, que es fácil hacerlas hablar en favor de los dueños y las dueñas de los clubes. De nuevo, la devaluación a priori de la palabra de las prostitutas. Hermana, si eres puta no te creo.

Los agentes conocen bien la realidad y las cifras. Las ofrece anualmente el CITCO, y a ellas aludiremos más adelante. Por eso, el 16 de noviembre de 2022, en un debate organizado en la UNED, Luis Mayandía Fernández, Comisario jefe Principal de la UCRIF, la unidad que se ocupa de extranjería y fronteras, reclamó a Médicos del Mundo que revisara y aclarara sus cifras, que aseguran que habían encontrado mil cien personas en situación de coacción: “Habéis hablado de mil cien entrevistas y muchas chicas en esa situación, ¿os habéis puesto en contacto con nosotros para denunciarlo? Pregunto. (…) No puedo salir de mi asombro si vosotros tenéis información sobre personas que son machacadas y maltratadas y no hacéis nada porque de alguna manera os convertís en cómplices de todo eso, y yo, que soy el responsable en España de la lucha contra esta lacra, y no tengo noticias de Médicos del Mundo. Porque algunas personas pueden pensar que vamos a ir y vamos a expulsar a las personas que estén en España de forma ilegal, pero vosotros, que se supone que estáis formados y al día, ¿no vais a poner en conocimiento de las fuerzas de seguridad que hay personas en esta situación? No podéis imaginaros la necesidad que tenemos de información. Hay más denuncias porque hay más información”. El representante de Médicos del Mundo, Andrés Vergara, técnico de intervención del Programa de Explotación Sexual de la sede autonómica de Madrid de Médicos del Mundo España, precisó que no se había explicado bien, que se trataba de mil cien mujeres atendidas. ¿Indicios de trata? Un diez por ciento del total, añadió el portavoz de Médicos del mundo, ¡Un diez por ciento! Pero en sus publicaciones insisten en que más del 80% están coaccionadas. ¿Qué fuente citan para sostener esta cifra? ¡La policía!

Esa cifra tantas veces repetida de mil, o más de mil, es reiterada por casi todas las organizaciones que se dedican a trabajar en este contexto cuando publican las memorias anuales de su trabajo. Por cierto, Médicos del Mundo en España se ha declarado a favor de la prohibición, al contrario que Médecins du Monde (Francia) que llegó a recurrir ante el Consejo de Estado francés la ley abolicionista de aquel país, por condenar a la clandestinidad, la violencia y la indefensión a decenas de miles de mujeres.  Y por eso, por esas cifras confusas, infladas, es legítimo preguntar, preguntarse, si es que hay alguien, oenegés o policía, que no está haciendo bien su trabajo, o esa estadística imprecisa, por no decir falsa, esconde una intención oculta. ¿Si hay tantos miles, por qué la policía solo detecta unos centenares cada año? ¿Cómo vamos a creer a Vanessa Silva, fundadora de la asociación Las Independientes, cuando afirma en una entrevista en El Confidencial (2/3/2023) que en España hay 500.000 migrantes prostituidas? Se juega con las cifras sin ningún rigor y con intenciones muy poco transparentes. Intenciones ideológicas, motivos políticos, e intereses económicos, como veremos.

Mezclar prostitución y trata obedece al interés de empujar a la opinión pública hacia la prohibición. Llevar a las mujeres a la clandestinidad tendrá como segunda consecuencia potenciar el negocio del rescate. Cuando todo esté prohibido, cuando todas sigan trabajando en la clandestinidad, llegará la industria de la salvación. En Francia una ley similar a la propuesta en España está en vigor desde hace siete años. Hace unos meses la industria del rescate pidió al Estado francés 2.400 millones de euros para salvar a 40.000 prostitutas.  Se trata de un mecanismo de control de la opinión pública: creas o magnificas un problema para luego plantearte como solución. Cobrando, por supuesto. El dinero lo debe pagar el ciudadano alarmado, de ahí la necesidad de convencerle de que toda mujer es “prostituible”.

Esa es la razón por la que, en España, algunas oenegés que se dedican a la “salvación” de las prostitutas, y también las gubernamentales, exageran el número de mujeres atrapadas en las redes de trata y obligadas a la prostitución. Miles y miles, según estas fuentes, que insisten en la urgencia de prohibir y perseguir toda prostitución. Repiten contumaces que toda prostitución es trata, es esclavitud. Por eso no hay que dejar hablar a las que la ejercen en libertad, porque derrumban su argumento. Confundir trata y prostitución es una de las grandes trampas en el solitario. Sería como afirmar que todo trabajo es una vulgar tiranía. Solo el anarquismo nihilista sería capaz de aguantar esa posición sin titubear. Como dice el informe de Amnistía Internacional “Derechos humanos de las trabajadoras sexuales” publicado el 2 de junio de 2022, “el consentimiento es fundamental para diferenciar el trabajo sexual de la trata de personas, la explotación y la violencia sexuales o de género. Amnistía entiende por tal el acuerdo voluntario y vigente para realizar una actividad sexual específica a cambio de un precio determinado. Es muy importante comprender que consentir no significa consentir la violencia y que las trabajadoras sexuales pueden modificar o retirar en cualquier momento su consentimiento para vender servicios sexuales”.

Si toda puta es una esclava, es obligado liberarla. Sería una tarea de todos, un compromiso moral y cívico que se traduce en una inmediata intervención ¿Y quién las libera? Las libera la policía y las entrega a las organizaciones que reciben dinero del Estado para enseñarlas a coser, cocinar, limpiar. Pero no quieren, lector, no quieren. Las mujeres no quieren. Por eso la necesidad de la ley. ¡Para que aprendan!  La ley de abolición supondría un rotundo negocio. Condenadas todas a la clandestinidad, el número de mujeres clientes de las salvadoras, de los falsos samaritanos, también crecería en progresión geométrica, y por tanto la capacidad de algunas oenegés de captar dinero público sería mucho más robusta. Alguien tiene que hacer ese trabajo.

Porque el Estado, lectores, nunca se va a ocupar de las decenas de miles de mujeres que una ley como la que se planteó dejaría en la clandestinidad. Nunca lo ha hecho. Ni siquiera en la pandemia. Como afirman muchas de las que hablan en este libro, en los meses del estado de sitio por la COVID nadie se acercó a sus casas. Sobrevivieron, muchas, gracias a los clientes, que les daban dinero, les dejaban comida, llamaban para ver cómo estaban. También gracias a alguna organización religiosa que las acoge sin pensar en la subvención que va a cobrar al Estado.

El Informe GRETA

No he conocido una sola mujer dispuesta a cambiar su trabajo y sus ingresos por una subvención de cuatrocientos euros mensuales, como se ha propuesto desde el poder político. Cuando se lo planteas, se ríen.  Ellas no lo contemplan, y las familias que sostienen con su trabajo, tampoco. La estrategia de la abolición ha sido la de presentar un caso. Un solo caso. Un buen caso siempre es una oportunidad para un político, y un negocio para quien se ofrece a gestionar su situación a cambio de unos millones de dinero público. Un caso despierta emociones y permite asegurar, en un regate lógico, que todas son como ella. Un ejemplo. Una mujer ejemplar.

Los partidarios de la prohibición y la industria del rescate no tienen ningún interés en que se conozcan las cifras, en que se entre a fondo a conocer un sector en el que hay múltiples formas de trabajo y de organización. La estrategia consiste en encontrar un caso y hacerlo extensivo a todos los demás. Con un caso, callar a todas las demás mujeres. Con un caso, llamar a la rebelión de las putas. Pero las que se rebelaron en la calle no fueron las de la prohibición sino las otras, las que se proclaman libres y quieren seguir, quieren que las dejen en paz. Nadie siguió a la del caso. Más bien al contrario, salieron algunas colegas suyas que denunciaron que ejerció la prostitución como ellas, que no era honesto y coherente que ahora quisiera prohibir a todas, el ejercicio del trabajo.

A los que se dedican a esta industria, la del rescate, les da igual que el informe GRETA (Grupo de Expertos sobre la lucha contra la Trata de seres humanos) del Consejo de Europa les repita, año tras año, que están mintiendo en las cifras de trata, y que, si esas cifras fueran ciertas, habría que denunciar a la Policía y a la Guardia Civil por no hacer su trabajo. GRETA reitera que hay que diferenciar prostitución de trata con fines de explotación sexual, y que multar a prostitutas o clientes no es la mejor forma de aplicar el artículo 19 del Convenio europeo que prevé criminalizar el uso de servicios de una persona sometida a trata, ya que “la situación de las prostitutas no equivale automáticamente a trata”. A través del informe anual GRETA, el Consejo de Europa le recuerda año tras año a España que el gobierno y las autoridades hacen muy poco por combatir la trata con fines de explotación laboral.

El informe anual del CITCO, el Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado, anota el número de mujeres sometidas a trata con fines de comercio sexual. En el balance estadístico 2018-2022 se anota que, en ese último año, 2022, se detectaron 129 víctimas de trata sexual y 435 víctimas de explotación sexual. El número de víctimas de explotación laboral fue 516, y las personas objeto de trata con fines laborales, 72.  Las personas en riesgo de explotación sexual son 6.655. Conviene precisar que, para el CITCO, son personas en riesgo todas aquellas que están en un local. El informe completo arroja conclusiones interesantes. Quien tenga interés en los detalles encontrará en la bibliografía la dirección web donde descargar el PDF del informe. La pregunta que nos deja, sin respuesta, es la siguiente: si las cifras son éstas, ¿porqué algunos mandos policiales insisten en que entre el 80 y el 90 por ciento de las mujeres ejercen coaccionadas? La policía dice que se trata de fuentes del gobierno. Cuando preguntamos al gobierno, en el Portal de Transparencia, el origen del dato, nos remiten a fuentes policiales. Un partido de tenis con una bola fantasma.

La industria del rescate

Algunas de las oenegés de la llamada industria del rescate dirán que sus cifras, las suyas, son reales. La conclusión es que, si lo fueran, habría que denunciar a esas organizaciones por no poner esos casos en manos de la justicia, como reclamó el Comisario jefe de la UCRIF. A esta reflexión se oponen profesionales del mundo académico como la psicóloga Andrea Gutiérrez García, que afirma que “el estatus de víctima no es ni puede aspirar a ser de libre elección”, y propone a renglón seguido abolir la prostitución, es decir, declararlas a todas víctimas por decreto ley. En el mismo artículo reconoce que una medida tal no terminará con el mercado del sexo, es evidente, pero tendrá efectos pedagógicos. A eso se llama educar con el Código Penal en la mano. El despotismo, más o menos ilustrado, sigue entre nosotros. La autopercepción, la que sirve para definir el género de las personas según la moda woke, es inválida para sentirte libre: si eres puta eres víctima, porque lo dicen otros, los que reparten el carné de víctimas. Digas tú lo que digas. La palabra de puta, de nada vale.  

He pasado un año conviviendo con prostitutas. Las he acompañado a reuniones con políticos, he conversado con ellas, las he escuchado, he asistido a sus tertulias, conozco sus problemas, les he buscado médicos especialistas para sus hijos, he estado presente en sus confidencias. En este viaje por el mundo de la prostitución he preguntado a todas las mujeres con las que he hablado, a puerta cerrada, sin testigos, pero con grabadora registrando cada detalle, si conocen o han conocido casos de mujeres sometidas, esclavizadas. En una ocasión una mujer, Ana María Paulino, me dijo que sí, que había tenido una compañera que ejercía como puta por presiones de su marido. “¿Y qué hiciste?”, le pregunté. “Le animé a que dejara a su marido”. “¿Y ella qué hizo?”, insistí. “Dejó a su marido, y siguió trabajando como prostituta, pero ahora el dinero era para ella”. Ágata, una cubana que ejerce en Valencia y Madrid añadió dos casos: una mujer que se prostituía también presionada por su marido, y una joven de origen árabe a la que su madre exigía cada día el dinero que había reunido con su comercio sexual.

He conocido empresarios comprometidos en la lucha contra la trata. Uno de ellos denunció un caso ante la policía. El Cuerpo Nacional le concedió una medalla de esas que ponen color dorado al honor con el emblema de los ángeles custodios. Desde entonces viaja armado en un coche blindado por las amenazas de unos sicarios.

Al final, la propuesta de ley de los socialistas se estrelló contra los acantilados de la hipocresía. Es donde suelen terminar estos empeños. Diputados que en plena pandemia visitaban clubes y pisos y terminaban sus negocios en una noche de sexo y droga, votaban luego a favor de prohibir lo que ellos mismos practicaban. Otros, de los que tenemos constancia nominal, visitaban un célebre club de forma habitual. Y en cada visita charlaban con las señoras y los empresarios sobre la marcha de los trabajos de la comisión de Justicia donde se debatía la cuestión. Por la mañana en misa, por la noche pecando. Hipocresía de los políticos, hipocresía de los medios. Algunos diarios tuvieron años dorados. Ingresaban sólidas cuentas de publicidad con anuncios de citas. En tu casa o en la mía. Cinco millones de euros anuales. Esa era la caja del diario de más tirada. Concepto: contactos. Nunca se molestaron en comprobar si lo que anunciaban era falso, era delito, era libre o era esclavo. Todo por la caja. Más tarde los anuncios migraron a internet y se terminó el negocio. Ahora, esos diarios que hacían cajas millonarias,  tienen una corresponsal de género, encargada, entre otras cosas, de que al discurso de la prohibición no se le oponga ninguna voz. Una censora. Y, sobre todo, que ninguna prostituta diga la suya. El activismo ha tomado el lugar del periodismo. Medios de conspiración. Los diarios se han convertido en un catálogo moral de lo que es correcto pensar, de lo que se debe decir, de lo que se tiene que callar.

Este no es un libro de moral, ni acoge un debate filosófico sobre el cuerpo y los límites de la dignidad. No es un libro a favor de la prostitución. En los mundos ideales, soñamos que nadie ofrezca servicios sexuales, soñamos un mundo sin aborto, incluso sin muerte. Lo soñamos tanto que el aborto y la muerte se han convertido en un derecho. Soñamos con tanta fuerza que las leyes ahora tienen un preámbulo en el que se detalla que van a cambiar al hombre y a la mujer: el hombre nuevo, la mujer renovada. Pero hay personas que deciden que, en un momento de su vida, su mejor estrategia consiste en intercambiar favores por dinero.

Este un libro a favor de la libertad de las personas; es un texto partidario del derecho de cada adulto a elegir la vida que quiere llevar dentro del rango limitado de posibilidades que cada uno de nosotros tiene. ¿Quién soy yo, lector, quién eres tú, lectora, para decirle a una de estas mujeres qué es lo que debe hacer con su vida, con su cuerpo, qué estrategias debe seguir para dar de comer a los suyos o para hacer con el dinero que gana lo que quiera? Sobre todo, cuando la alternativa que se les ofrece es vivir de un magro subsidio estatal. Es un libro contra la pretensión del Estado de gobernar la moral de cada uno de nosotros, contra la intromisión en la vida privada de los ciudadanos, contra la pérdida de la autonomía personal, con el pretexto de la salvación de los individuos. Es un libro que cree en la conversión de los corazones, en la educación, en el humanismo.  De las prostitutas se dice, para criminalizarlas, que no tienen capacidad de decisión, que no tienen formación académica, que no pueden acceder a otros trabajos. Las tres condiciones son falsas. Los testimonios recogidos en este libro y que se pueden escuchar en las grabaciones del canal Condenadas a la clandestinidad, lo demuestran.

Hoy la ley nos permite cambiar de sexo cada día, abortar a edad temprana sin permiso de los padres, “transicionar” por una exuberante variación de géneros desde la más tierna infancia sin apenas asesoramiento especializado. Pero niega a las mujeres y a los hombres el derecho a pactar un intercambio de gestos y servicios a cambio de dinero. El consentimiento es válido, siempre y cuando lo uses para lo que el poder te diga que lo puedes utilizar. ¿Para ser puta? Ah, eso no, eso nunca. Este es un libro en contra de lo absurdo y de un moralismo errático y sin principios.

La retórica de las putas

Al final de este viaje descubrí el libro La retorica delle puttane de Julia de Castro y Ferrante Pallavicino. Se trata de un diálogo entre la obra de escritor italiano del XVII y la escritora y actriz española. A Pallavicino el libro le costó primero la cárcel,  luego la muerte por ejecución. Le cortaron la cabeza en Avignon. Fue el precio de entrar en polémicas con el papa Barberini (Urbano VII), y de reírse de los jesuitas y de sus votos. Al final de su libro, Pallavicino se mofa de la disciplina jesuítica con esta descripción de los compromisos a los que obliga el arte de “esta dulce religión”: “además de los tres votos ordinarios de lujuria, avaricia y un eterno fingimiento, de acuerdo con los padres jesuitas, añadió un cuarto: el de no creer jamás en el afecto de ningún hombre ni dar crédito alguno a sus promesas”.

De Castro, becada en la Academia Española de Roma, encargó la traducción y añadió un texto propio sobre el oficio. Pagó las horas de dos prostitutas: una italiana, la otra española, Susanna y Valerie. Si, se trata de la misma Valerie (May) que comparece en uno de los testimonios de este libro. Las dos le contaron su experiencia. De Castro llega a conclusiones muy similares a las que defiende este texto: “durante el proceso he comprendido que la palabra de una puta, más que su trabajo y que su cuerpo, genera un gran rechazo. Por eso, escuchar su experiencia ha sido importante. La satisfacción que les produce su jornada laboral va a dejar de ser una confidencia sottovoce

Quien vea en este libro cualquier atisbo de defensa o justificación de la esclavitud sexual solo puede ser un ciego borracho de ideología, un activista sin principios, o alguien que no haya pasado de la solapa del tomo.  Por desgracia, estos últimos suelen ser los más activos y aspaventosos comentaristas de estas obras. Quien tenga la tentación de pensar que se trata de un cuento naif sobre la “puta feliz”, que abandone toda esperanza. En los testimonios abunda la desgracia, el infortunio y la infelicidad. Pero como me dijo Laura, después de relatarme la cadena de sucesos que la llevó hasta un local de Madrid, no culpo a nadie de mi situación. Esto es consecuencia de mis malas decisiones”. Para terminar con la prostitución no sirven leyes punitivas. Los casos de Francia, Irlanda, Suecia o Noruega demuestran que tales leyes traen más violencia, sufrimiento y marginación de las mujeres. Sirve reformar la ley de extranjería, sirve regular el mercado laboral. Es falso que la prostitución sea la última opción de las mujeres. Todas las que comparecen en Condenadas a la clandestinidad han tenido otros trabajos. Con sueldos que no les sirven, con horarios que no les permiten ver a sus hijos, con un trato personal muchas veces inaceptable. Abolir la prostitución porque existe la trata de personas sería, como afirma Valerie Tasso, abolir la política porque existe la corrupción.

Este texto pretende ser una defensa de la libertad de las mujeres que ejercen este oficio, y de su derecho a vivir amparadas por la sociedad, en un marco legal, y sin que su voz esté oculta y silenciada, marginada con fines políticos y mercantiles. Se condena el negocio lucrativo que las señoras realizan con sus cuerpos. Y se premia el mercadeo que algunas organizaciones hacen con esas mismas mujeres, pretexto para lograr subvenciones millonarias que terminan por engordar el patrimonio personal. Los políticos se hacen fotos, reparten preservativos, hacen declaraciones ampulosas. Ruido y confeti.  

El lector encontrará en este libro tres caminos o itinerarios. El primero y más importante es la voz de las mujeres, hombres y transexuales que ejercen la prostitución. Sus testimonios son transcripciones de las grabaciones de audio que se publicaron en el podcast Condenadas a la clandestinidad, disponible en Ivoox, Spotify, Apple y Google. En la medida de lo posible he respetado sus propias expresiones, su voz, y un habla que está cargada de giros del portugués de Brasil o de modismos del español de Venezuela, Colombia o Paraguay. Son ellas las que explican, detallan, comentan, y el lector puede comprobar la fidelidad a su palabra y acceder al tono y al color emocional de su voz a través de los capítulos del podcast. Conviene escuchar esas voces. Existe una calidad en la voz que el texto no puede soportar. Hay fuerza, convicción, sentimientos, determinación seguridad, debilidad, afecto, melancolía, risas, quiebros y requiebros, que en el texto se pierden y que el sonido, un sonido sin imagen, que no distrae, transmiten un valor que en la palabra escrita está lavado, diluido.

En las grabaciones hay otra voz, la mía, la que pregunta. Aquí he suprimido ese interlocutor, que es tan solo un introductor de temas y de contextos. El segundo itinerario está compuesto por las crónicas de este viaje, las citas con políticos y prelados, las conversaciones con mujeres, hombres y transexuales, la confesión de detalles íntimos, esos que ni siquiera se dejan grabados. En el tercer recorrido abordamos la realidad sociológica de un sector del que viven unas 100.000 personas, su peso económico, los efectos de la prohibición en algunos países, y los intereses que oculta la ofensiva puritana a favor de lo que se ha llamado, de forma incorrecta, y por eficacia política, la abolición. Acompañan estos textos algunas citas literarias de escritores clásicos o anónimos, en los que se puede comprobar la exuberancia de voces y términos con los que la lengua española ha denominado a las prostitutas, casi todos con tono despectivo. Rastro lingüístico del estigma. Camilo José Cela estimaba, con imaginativa precisión, que el español tiene mil ciento once sinónimos para nombrar a las putas. Hoy reducidos a uno por arte del progresismo woke: el pasivo prostituídas. Inventan palabras que son paquetes de ideología. La neolengua te facilita la vida: no necesitas pensar. Neologismos ideológicos, un lenguaje que como escribió Kemplerer, “no solo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones, dirige mi personalidad psíquica”. Mujer prostituida, masculinidad prostituidora, sistema prostitucional. Y en tu cerebro la niebla se despeja y emerge la imagen del campo de concentración Cuanto más se repite menos tienes que pensar, menos necesitas la realidad, más te estorba la verdad. Con esas herramientas no necesitas información, te ahorras acércate a las personas. Te lo dan todo para que no pienses, para que no escuches, para que sigas viendo tu serie de ficción en una plataforma.

Termino esta primera entrega con algo que me dicta el corazón: este es un libro sobre lo que las putas, con su generosidad, su espíritu libertario, su honestidad sin complejos ni componendas, me han enseñado. Coincido una vez más con De Castro en la descripción adjetivada con la que retrata a estas mujeres: “las putas son exhibicionistas, narcisistas, ingeniosas, libidinosas, humanas, simpáticas y amables. Distantes cuando la situación lo requiere. Intuitivas, saben leer códigos de comportamiento de un modo asombroso. Generosas, la generosidad es la base del éxito de su trabajo. Valientes, que no temerarias, porque ejercen siendo conscientes del peligro. Poseen una mentalidad abierta, capaz de entender las fantasías más íntimas. Sentirse deseadas les complace enormemente. En mi opinión, lo que mejor define a una prostituta es su capacidad de disfrutar, su fortaleza para convivir con el estigma social y su autoestima, saben gestionar muy bien el rechazo”. La primera tarea que tiene la sociedad es la más compleja: terminar con el estigma, con el señalamiento, con el desprecio social. Muchas de las mujeres con las que hemos hablado confiesan decepcionadas que son insultadas de forma continua por feministas y abolicionistas, en las redes. Las mujeres que comparecen en este libro lo hacen en función de su oficio. Pero después de las entrevistas para mí son madres, algunas esposas, preocupadas y ocupadas del bienestar de los suyos, del tratamiento médico de sus padres, o de sus propias carreras, que pagan con el beneficio de su trabajo.

Por todo eso y por mucho más, ¡que nadie las calle! Porque la espiral de silencio con la que se les obliga a callar, la invisibilidad, es un contexto que favorece el estigma, la violencia, y el sufrimiento. Kristina, una estudiante de 22 años de Dublín se lo advirtió a Amnistía Internacional: “Las normas que se han introducido para intentar ayudarnos han fracasado todas, y lo que es peor, nos han puesto en peligro en muchos casos (…) ¿Por qué no intentamos, por una vez, escuchar a la gente que de verdad sabe lo que está pasando, que sabe de qué habla?” En ningún momento se ha escuchado a quienes se dedican al trabajo sexual. Ni en Suecia, ni en Irlanda, ni en Francia. Tampoco en España.

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Marianne Échiré
Marianne Échiré
'Gourmet' y 'gourmande', adoro cocinar y disfrutar de la buena mesa, sobre todo en compañía. Soy exigente y quiero pensar que también justa en mis críticas. Y sé que hasta del más humilde tengo algo que aprender.

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