Carlos Giménez y el cómic que convirtió la infancia en testimonio gráfico
En 2025, la editorial Reservoir Books ha reunido en un volumen monumental la edición completa de Paracuellos, la historieta que consagró a Carlos Giménez (Madrid, 1941) como uno de los grandes narradores de la memoria gráfica en España. Con este tomo definitivo —casi 600 páginas de tinta, dolor, ternura y verdad—, se rescata una obra fundamental no solo del cómic español, sino también del testimonio sobre la posguerra.

El horror infantil como materia narrativa
Paracuellos nació en 1976, en plena Transición, cuando la libertad de expresión aún caminaba con muletas. Giménez se atrevió a contar lo que pocos querían oír: la experiencia brutal de los «hogares del Auxilio Social» franquista, instituciones destinadas a acoger a los hijos de los vencidos y a moldearlos bajo el yugo del nacionalcatolicismo.
Inspirado en su propia infancia, Giménez convierte el testimonio autobiográfico en materia narrativa. “No es un cómic de ficción. Es un cómic de realidad. De una realidad que me tocó vivir”, declaró el autor en una entrevista. En sus viñetas desfilan castigos físicos, humillaciones, rezos impuestos, delaciones entre niños, hambre y silencio. Pero también hay momentos de camaradería, inocencia y juegos, porque la infancia —incluso en cautiverio— encuentra siempre un resquicio para la vida.
Un estilo crudo, humano, implacable
Visualmente, Paracuellos es reconocible al instante. El trazo de Giménez combina un realismo expresionista, que acentúa gestos y emociones, con una economía de recursos que recuerda al mejor Will Eisner. Sus páginas están pobladas de rostros exageradamente expresivos, cuerpos pequeños que sufren en espacios claustrofóbicos, planos cortos que obligan al lector a mirar a los ojos al niño protagonista.
“No dibujo para que me quieran —decía Giménez con sorna—. Dibujo para que no se olvide”. Esa misión le ha valido comparaciones con Art Spiegelman (Maus) o Joe Sacco, aunque la suya sea una historia radicalmente española, sin mapaches ni guerras lejanas.
Historieta y memoria histórica
Cada entrega de Paracuellos fue una pequeña carga de dinamita contra la desmemoria. El autor la publicó en distintas etapas entre 1976 y 2003, y cada reedición encontraba nuevos lectores y renovaba el debate sobre el uso del cómic como forma de testimonio histórico. “Me han dicho que exagero, que no todos los hogares eran así”, confesaba Giménez, “pero yo hablo del que viví. Y sé que no fui el único”.
El cómic ha sido utilizado en institutos, universidades, y debates sobre memoria democrática, convirtiéndose en una pieza clave para entender la dimensión cotidiana del franquismo desde los márgenes: no desde las élites ni desde los vencedores, sino desde los niños olvidados por la Historia.
Una edición definitiva
La recopilación de Reservoir Books no solo incluye todos los volúmenes originales —desde Paracuellos 1 hasta Paracuellos 7—, sino también material gráfico inédito, bocetos, entrevistas y un texto introductorio del propio Giménez, que a sus 84 años conserva la lucidez y la rabia de siempre.
“Lo peor que se puede hacer con el pasado es olvidarlo”, escribe en ese prólogo. “Yo no perdono ni olvido. Pero tampoco odio. Solo dibujo”.
El legado de un maestro
Carlos Giménez no solo ha dejado una obra; ha dejado un espejo. En él se reflejan las heridas mal cerradas de la España del siglo XX. Con Paracuellos, el cómic se convirtió en arma política, testimonio moral y obra de arte. Y lo hizo sin renunciar a la emoción, a la belleza ni a la verdad.
Giménez ha dicho muchas veces que no es un héroe. Pero su historieta lo desmiente. En un país que aún discute cómo y cuándo recordar, Paracuellos recuerda siempre. Aunque duela. Porque debe doler. Porque esa es su verdad.
