Por qué dar la vida a un mortal y otras lecciones. Fabrice Hadjadj. Traducción de Elena Álvarez. Colección Pensamiento. Editorial Rialp. Madrid 2020
Fabrice Hadjadj es un filósofo de nombre árabe, nacido en una familia judía, y convertido en 1998 al catolicismo. Antes de su conversión pasó por el nihilismo y por el anarquismo. Su familia, originaria de Túnez, practicaba en casa un maoísmo radical, como debe ser todo maoísmo que se precie. Hoy es un filósofo profundo, actual y divertido. Y católico. La obra que hoy les recomendamos está publicada en Rialp, y es una colección de ensayos, textos y conferencias en torno a cuestiones tan vivas como la sexualidad, la pornografía, el suicidio, el ecologismo, el papel de los laicos, la caridad o la compasión.
El hombre en busca de sentido
Hay escritores o filósofos que sitúan el desafío de sus tesis en las primeras líneas de sus ensayos. Es el caso de Fabrice Hadjadj. El libro que nos ocupa comienza con un párrafo desconcertante porque desmiente el tópico. «Tal vez no hayamos perdido el espíritu, sino la materia. Es probable que la pérdida de sentido que encontramos hoy no sea una pérdida del sentido el espíritu, sino una pérdida del sentido de la materia».
Esa pérdida del sentido es evidente en el mundo de la cultura. Todo se ha convertido en un divertimento. Nada se admite si no supone diversión. Y sin embargo, «la cultura entraña la necesidad de remover la tierra de nuestro espíritu, arrancarle las malas hierbas, quitar la madera muerta, limpiar, podar y orientar las ramas hacia una mejor percepción de la luz solar». Cultura es un término nacido en el mundo del campo. Y para Hadjadj, «el evento más importante del siglo XX no ha sido la llegada del proletariado sino la desaparición de la clase campesina». La multiplicación de productos culturales esconde en el fondo una radical ausencia de cultura.
Progreso y desarrollo
Para Fabrice Hadjadj el modelo de la ingeniería ha establecido un materialismo que ha convertido la sexualidad, las emociones, las relaciones familiares, o la cultura en objetos de consumo privados de sentido. Un modelo que no distingue entre desarrollo y progreso. Porque «el progreso de un sujeto presupone la conservación de su naturaleza y de su personalidad». Y el progresismo es hoy un movimiento sin finalidad, que pretende cambiar el contexto de las personas pero no desarrollar su interior.
Y aquí llegamos a uno de los puntos más radicales de este filósofo al que conviene leer. Nuestra época, sostiene, se caracteriza por una abdicación del poder político frente a la innovación tecnológica. La implicación de este hecho es que «la democracia es una palabra inútil, porque estamos en guerra, una guerra comercial, una guerra tecnológica, pero guerra en todo caso, y exige que inmolemos nuestra humanidad». ¿No han percibido ustedes que la democracia, por ejemplo en España, se va disolviendo con el pretexto de estas «guerras» tecnológicas o sanitarias?
El progresismo y las buenas intenciones
El progresismo moderno murió en Auschwitz y en Hiroshima. Hoy «el mayor progreso consiste en ser conservador, porque, como hemos visto, es imposible hablar de progreso si no se trata de que el ser humano llegue a la Jerusalén celestial». Ojo, porque Fabrice Hadjadj atribuye al progresismo la buena intención de terminar con el mal. Y en esa intención encuentra su mejor baza de marketing. Pero la pretensión de «suprimir todo mal sobre la Tierra significa abolir la condición humana». Por esa vía se llega al antiespecismo, del que ya hemos hablado en FANFAN.
Ese es el espíritu que domina estos ensayos en los que analiza la pornografía, la compasión, la sexualidad. Y en el que se pregunta (es el ensayo que da título) sobre el porqué de dar vida a un ser mortal. Ensayo en el que hay ideas tan profundas como estas: «Cuando una mujer se ve empujada al aborto porque no se ve capaz de criar a un niño, por lo general olvida la radical transformación que origina la venida al mundo de ese niño, las posibilidades que ayer eran imposibles y que otorga la presencia de ese rostro. Porque mi hijo no viene al mundo como un ser entre los demás, sino como la renovación del mundo para mí y el cambio íntimo de mi ser que se transforma, de individuo en padre. En consecuencia es imposible prever lo que sucede en un nacimiento, ni desde el pesimismo ni tampoco desde el optimismo»
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