La muerte del filósofo Antonio Escohotado ha llegado. Así, tal como suena. El gran hombre, lúcido y humeante pellejo, se ha ido. Para los que lo seguían a través de sus redes y hemos leído sus obras, una sorpresa esperada. Pocas personas reciben a la Huesuda con esa magnificencia, y menos aún son las que dejan este mundo con esa estela de sabiduría. Incluso cuando sabiduría es poco para poder definirlo. No porque fuese el hombre más sabio de la historia, sino por el uso, mediante la palabra, tanto escrita como liberada envuelta en caladas, que hizo de dicha sabiduría.
¿Qué es el martillo de Thor sin el buen uso de su portador?
Nacido hace poco más de 80 años, vivió experiencias dignas de serie de televisión. Hijo de periodista, -agregado a la embajada española en Brasil-, y padre del malogrado cónsul, Román Escohotado, Antonio comenzó el tutorial básico de toda existencia de la época con nota. Y, sin ser lo que ha llegado a ser, habría sido un buen jurista, un buen banquero, hasta un consumado profesor toda su vida. Habría sido casi cualquier cosa, pero Antonio escogió salirse del tiesto, romper con las cuerdas del titiritero y no ya dirigir, sino experimentar, -acción que siempre tan bien se le dio-, su paso por lo que sea que sea esto que vemos cada día.
Tacharlo de antiespañol en su citada trilogía, de demasiado cercano al liberalismo orteguiano, de amable con imperios como el romano y no con el azteca, a que tildó de monstruosa civilización, era de los que consideraban y no desacertadamente, a Hitler de socialista
Sin comerlo ni beberlo, por un ideal de juventud, pues no se es joven del todo si no se es medianamente rojo alguna vez, intentó unirse al Vietcong en su lucha contra los tiranos y los poderosos de la otra mitad del hielo bélico. Incansable mental. Capaz de jugarse la vida por la moda de entonces, como de fundar una de las discotecas más famosas, mientras experimentaba, de nuevo la experimentación como guía, con todas las sustancias psicotrópicas habidas y por haber, inconsciencias que le valieron para estar seguro de que el drogadicto es solo una víctima colateral de un negocio mundial, obviedad hoy, rasgadas vestiduras ayer.
De su célebre “Historia general de las drogas” ya di cuenta en mi blog particular, no así de sus otras obras. A destacar, y con mucho, cómo no, su trilogía “Los enemigos del comercio”, donde efectúa, a sí mismo, algo así como los exámenes de conciencia que Mao obligaba a sus acólitos en Yan’an, pero al revés, expresando, sin proselitismo ni radicalismos, que cambiar lo uno por lo otro es cambiar un cromo malo, por otro peor. No hace mucho declaraba: “A mí me hace mucha gracia que el comunista de salón, digamos tipo Rufián, me llame chaquetero. Tiene verdadera gracia, allí te jugabas que te pegaran un tiro en cualquier momento y estos lo único que se juegan es ganar 8 o 10.000 euros al mes por rascarse la barriga. Sin embargo, emiten juicios morales sobre terceros, vaya por dios…”.
Criticarlo por su inexistente defensa de las drogas, cuando lo que realmente hacen quienes la prohíben es repartirlas. Tacharlo de antiespañol en su citada trilogía, de demasiado cercano al liberalismo orteguiano, de amable con imperios como el romano y no con el azteca, a que tildó de monstruosa civilización, era de los que consideraban y no desacertadamente, a Hitler de socialista, sus últimos años tuvo una actualización de su mayestática figura en internet, logro humano que colocaba a la altura del descubrimiento/uso del fuego, convirtiéndose en adalid de quienes se alejan de las nuevas corrientes, la mayoría jóvenes que se embelesan con su discurso, lleno de dulce cordialidad, aun huyendo de sus extensos tratados filosóficos.
Antonio Escohotado Espinosa ha muerto y lo ha hecho en un país cainita con sus genios. Ha muerto sin ni siquiera ser propuesto para el Nobel. Ha muerto, seguro que como quería morir, “arropado por su familia”, tal es su último tuit. Y el que escribe no vivirá como vivió él jamás, pero sí quiere morir como él. Sino como un polímata universal al que personalmente, con sus diferencias, por su laboriosa investigación, por la claridad de su mensaje, las ganas de divulgar sus ideas y lo mediático de su silueta, coloco junto a Ramón y Cajal, Umberto Eco, Stephen Hawking o Carl Sagan, sí morir como un viejito apacible.
Arropado…y libre.
Que quede claro, para los que leímos sus palabras, recibimos su mensaje y escuchamos su mente. Para todos: Escohotado, ahora es cuando naces.