El próximo 8 de agosto se inaugura en Valencia SAMAN HOTEL BOUTIQUE, con 35 habitaciones, a un paso del centro de la capital, y muy cerca de la playa y de la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Abierto en el número 10 de la calle de la Industria, el hotel se encuentra a quince minutos a pie de los tres puntos clave de la ciudad.
El hotel recupera uno de los espacios industriales de la antigua Valencia, una fábrica de clavos, ejemplo de la arquitectura racional de la primera mitad del siglo XX. En esa arquitectura de superficies abiertas, a la sombra de una de las chimeneas fabriles que forman parte del patrimonio histórico valenciano, los diseñadores de SAMAN HOTEL BOUTIQUE han evocado en su interior un aire retro y vintage con grandes ventanales que comunican el lobby y la cafetería con el patio.
El hotel cuenta con una piscina que se abre en el patio central, rodeada de una vegetación con acentos tropicales, que constituye un espacio natural de relajación y descanso. El cuero, la madera y las plantas, son los tres elementos de una decoración que busca crear espacios de comodidad y calidez.
Anclado en la tradición y en la historia de Valencia, el hotel está presidido por un cocodrilo, gemelo del que se encuentra en el Real Colegio Seminario del Corpus Christi o del Patriarca, levantado a instancias del patriarca San Juan de Ribera, a finales del siglo XVI. En una de las paredes del Real Colegio cuelga el cocodrilo de río, símbolo de terror y de silencio. Los niños de Valencia han escuchado alguna vez la amenaza ancestral “si parleu, a la panxa vindreu”, que las madres repiten para pedir que los pequeños estén bien callados durante las celebraciones y los ritos. El cocodrilo es el centro de una de las más antiguas leyendas de la ciudad y en SAMAN constituye una seña de identidad valenciana y un punto de referencia para todos los visitantes de la ciudad.
La leyenda
Cuenta la leyenda que fuera de las murallas de Valencia, en las riberas del río, habitaba el peligro y la pesadilla de la ciudad: una bestia a la que dieron el nombre de dragón, enviado por Dios para castigar a pecadores y bandidos. El reptil devoraba entre sus fauces cada día a una persona. La historia la contó el célebre escritor valenciano Vicente Blasco Ibañez en el diario Pueblo el 6 de enero de 1901. Las puertas de la ciudad se cerraban todos los días para proteger a los valencianos de las terribles dentelladas del animal. Se ofrecieron premios y recompensas para quien consiguiera abatirlo, pero todos los que lo intentaron terminaron devorados por el dragón.
Deprimida, la ciudad terminó por claudicar, y aceptar que entre los suyos no quedaban valientes. Se resignaron a la idea de que solo la muerte natural de la bestia les libraría de su amenaza. Pero un día los tribunales de la ciudad sentenciaron a muerte a un hombre desconocido, un judío misterioso que había recorrido el mundo y hablaba lenguas remotas. Sentenciado a morir ahorcado, el forastero pidió gracia y clemencia y se ofreció a matar al dragón a cambio de que le perdonaran la vida. La ciudad aceptó, escéptica, ese trueque, con la seguridad de que el judío hacia hecho un mal negocio. El condenado pidió una semana para preparar el combate. Se encerró en una casa con una buena chimenea y pidió que le llevaran un cargamento de vasos rotos y viejas botellas.
El prisionero salió de casa en el día señalado, armado de lanza y cubierto de ropajes para enfrentarse al monstruo, que le esperaba rugiendo a la orilla del río. Al llegar junto al dragón, el reo arrojó las vestiduras: una armadura de espejos lo rodeaba, y lanzaba destellos de sol. La bestia, atemorizada por la figura deslumbrante, retrocedió, y cuando intentó rugir en su defensa el condenado le ensartó la lanza entre las fauces. Valencia estaba salvada. El vencedor fue absuelto, y desapareció en la historia como había llegado, en el más extraño misterio. Los restos de la bestia se encuentran en el Real Colegio Seminario del Corpus Christi o del Patriarca, levantado a instancias del patriarca San Juan de Ribera, a finales del siglo XVI. En una de las paredes del Real Colegio cuelga el cocodrilo de río, símbolo de terror y de silencio. Los niños de Valencia han escuchado alguna vez la amenaza ancestral “si parleu, a la panxa vindreu”, que las madres repiten para pedir que los pequeños estén bien callados durante las celebraciones y los ritos.
Hay otra versión que asegura que el caimán que guarda la solemnidad de la capilla fue en realidad un regalo del Virrey del Perú al Patriarca, que envió dos ejemplares al Patriarca, que los tuvo y los crio en sus jardines hasta que murieron. Al que está colgado le puso el nombre de Lepanto, en recuerdo de la batalla. El segundo, una hembra, desapareció durante la Guerra Civil. Su recuerdo preside nuestra casa.