Santa Eulalia Boulangerie y Patisserie es como una se imagina las pastelerías en el cielo: grande, acogedora, limpia, con pasteles divinos y con un personal que no intimida.
Porque la calidad de sus pasteles y también el precio, por qué no decirlo, justificaría, en cualquier otro lugar de la ciudad, que el visitante se sintiera intimidado. Pero Santa Eulalia está ubicada en la calle del Espejo, en el Madrid de los Austrias, a un tiro de piedra de la plaza de Isabel II. Tan en el corazón de Madrid que en su interior, protegidas por un suelo de cristal, descansan ruinas medievales de aquel villorrio que debió de ser la actual capital del Reino. Y quizá ese entorno ha despojado a sus pasteleros de la vanidad, para centrarse en el amor al oficio y desarrollarlo con pasión: alta pastelería francesa, como me atrevo a decir, no existe en Madrid. Un hojaldre que destila mantequilla, y unos pasteles cuyo soberbio aspecto y diseño, por una vez, no desilusionan al paladar.
Las vitrinas son un festín de pasteles de limón coronados por espirales de merengue; rojas y relucientes porciones individuales de tarta de queso; contundentes pasteles vascos y refrescantes tartaletas de frutos rojos. Y luego está el hevin.
El hevin, conocido por el nombre de su creador, el pastelero chocolatero francés Jean Paul Hevin, es el pastel perfecto. Tan bonito que da pena trocearlo. Cuando lo pruebas, piensas que su tentador aspecto no le hace justicia: una explosión de chocolate equilibrada donde que cuesta distinguir la galleta, la mousse, la ganache y del cacao en polvo que lo remata. Una golosina.El café es bueno y también el té. Personalmente, echo de menos una tetera individual, pero eso son manías mías.
El dueño del local fue extraordinariamente amable y nos obsequió con un cannelé de Burdeos, que hornea en moldes de cobre impregnados de mantequilla y cera virgen. El resultado es un pastelito con la corteza crujiente y húmedo por dentro y con un delicado sabor.
Tiene Santa Eulalia unos panes que huelen a pan, grandes, como tienen que ser. Tanto las baguettes como las hogazas. Y una selección de mermeladas que son de las mejores y más galardonadas de Francia. Y esto no lleva al principal inconveniente de Santa Eulalia: los precios. Es un sitio caro, no se puede negar. Pero a mi modo de ver es preferible tomar un croissant una vez al mes, que comer más a menudo, los curasanes a los que los sufridos habitantes de Madrid estamos condenados.