Sombras chinescas, la mentira maoísta denunciada por Simon Leys en 1974

Acantilado publica una de las grandes obras de Leys

Sombras chinescas. Simon Leys. Acantilado

A Sombras chinescas le hemos puesto la fecha en la que fue publicado el libro. 1974. Fue un año muy «maoísta» en Europa. Los diarios de la progresía aplaudían al Gran Timonel, celebraban sus obras. Los intelectuales de la izquierda bonita se rendían ante los logros del socialismo, versión china. Le Monde era un mar de tinta de elogios ante la obra de la Revolución cultural. Los intelectuales iban a China, les daban un paseo, y volvían extasiados. Leys fue enviado como agregado cultural de la embajada belga en Pekín en 1972. Bélgica estrenaba embajada. Leys ya conocía la lengua china, era de hecho un sinólogo. Eso le permitió zafarse de los encargados de que tragara la versión oficial. Como dice Jean François Revel en su prólogo, «hay que releer una y otra vez el libro de Leys para constatar que, incluso en el siglo de las mentiras, la verdad logró levantar la cabeza y carcajearse».

El humor de Leys

Si, la risa en Sombras chinescas es un reflejo permanente, porque Leys utiliza la ironía con efectos desternillantes. Esa distancia con la propaganda que en la época camuflaba el régimen chino con una capa de barniz indestructible es una de las razones de que el libro de Leys no haya envejecido. La otra es el humor. Constante: «en lo que a la ópera de Pekín se refiere, cuyo prodigioso repertorio se ha visto reducido bajo la alta supervisión de madame Mao a seis piezas «revolucionarias modelo» -monstruosos acoplamientos de no sé qué Vísperas sicilianas a la salsa Bolshói con una ópera china tremendamente academizada y casposa- se percibirá, por lo demás muy pronto que el principal problema no es cómo encontrar una ocasión para asistir a ella sino más bien de escapar a ella».

Sombras chinescas
Sombras chinescas

Leys comienza el relato de su viaje con la constatación de que un régimen que predica la hermandad entre los pueblos prohíbe y desalienta la comunicación entre individuos. El extranjero es aislado en cuanto pone el pie en China. Dormirá en hoteles para extranjeros, comerá en restaurantes con salones solo para extranjeros, viajará en medios de transporte sin contacto ninguno con la población. El extranjero es un ave que debe ver lo que el régimen le enseña, hablar con quien le diga el régimen y llevarse una imagen fabricada para que en el exterior nadie sepa la verdad. Nadie osará hablar con el extranjero. Los chinos de 1972 tenían fresco el recuerdo de los aniquilados por tener en casa una novela de Dickens. En esto el maoísmo fue de una eficacia total. Como el comunismo chino de hoy. Leer a Leys es fundamental para comprender la China de nuestro tiempo.

La Revolución cultural

En su viaje de 1972 los efectos desastrosos de la Revolución cultural eran patentes: la ciudad de Pekín destrozada por la piqueta, el urbanismo convertido en una imitación de la Unión soviética, los templos antiguos transformados en fábricas. Y una población atemorizada por «cinco años de furia, de sangre y de locura, la más gigantesca llamarada de frenesí colectivo que ha conocido China desde la insurrección de los Taiping; un maremoto que se tragó súbitamente los dos tercios de la élite dirigente del régimen; el golpe de Estado militar elevado técnicamente a técnica de gobierno; una cascada de purgas y de contrapurgas que no han dejado finalmente más que dos ancianos colgados de los mandos de un aparato descalabrado»

Leys rastrea los efectos de la Revolución y de la tiranía comunista: la vida de los mercados ha desaparecido, la vida universitaria está ocupada por una sopa ideológica marxista uniforme, la vida cultural ha sido arrasada, y el paisaje está ocupado por la grandilocuencia retórica del maoísmo y los pésimos poemas de su Gran Timonel.

Simnon Leys
Simon Leys

Trilogía china

Las obras de Leys sobre China no se agotan en Sombras chinescas. Esta forma una trilogía con Los trajes nuevos del presidente Mao e Imágenes rotas. Su obra, como dice Revel, es un mensaje de lucidez y de moralidad en medio de un panorama mediático e intelectual en el brillaban los idólatras de Mao. Leys les da una lección de método: rechaza la propaganda, busca las grietas que el régimen no puede controlar, y tiene además un profundo conocimiento de la historia de China. Registra escenas de la vida cotidiana, entra en las librerías, anota la vida de los diplomáticos (aislados) y rompe con sus textos esa conspiración del silencio que cegó a Europa con la mentira maoísta. ¡Nos hablan hoy de fake news! ¡Nos quieren vender una nueva verdad desde los mismos altavoces izquierdistas que besaron la mano del tirano Mao o de la gerontocracia soviética. En esa actitud básica, Leys es un seguidor admirativo de George Orwell.

Simon Leys y China

Fue en 1955. Ese año cambio la vida de Simon Leys. Tenía veinte años. Hizo un viaje a China. Descubrió la lengua, la civilización, el arte, la literatura china. Desde ese momento se convirtió en un «sinólogo». Para Simon Leys, China era la “alteridad absoluta”, aquello que estaba “en el otro polo de la experiencia humana”, lo que le permitía entender mejor nuestra civilización.

Los grandes autores que tradujo fueron su mejor universidad. La obra de Leys ha sido publicada en España por Acantilado: Breviario de saberes inútiles, Los náufragos del «Batavia», La felicidad de los pececillos, Con Stendhal y La muerte de Napoleón, su única obra de ficción. Leys era un gran navegante. Amaba el mar. Su velero se llamaba Fousheng (“La vida flotante”) Les dejamos el enlace de una edición de Apostrophes en la que participó para hablar de Orwell, Kafka y Kundera.

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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