Los mimbres de Stillwater (Netflix) son muy interesantes: un drama familiar, un hombre necesitado de redención, y un choque cultural. Matt Damon es un padre del medio oeste americano que tiene que rescatar a su hija, encarcelada en Marsella por un crimen que dice no haber cometido. La hija ha sido condenada a una pena de cárcel por acuchillar hasta la muerte a su amante, una joven árabe. El padre, Matt Damon, es conservador, católico, formal y bien educado, aunque tenga un pasado de alcohol y drogas. Su redención se ha cumplido a medias. La historia de su hija se presenta como la oportunidad de redimir su pasado y dar le un nuevo rumbo a su vida. De ritmo a veces lento en exceso, Stillwater se sostiene sobre una actuación de Damon brillante, muy brillante. Y compone, al fin, un drama muy interesante.
Una tragedia griega
Stillwater recuerda de forma inmediata el caso de Amanda Knox, la joven condenada en Italia por un crimen, luego absuelta en la revisión del caso. Matt Damon es un padre de Oklahoma que vive a salto de mata, que busca trabajo en los pozos de petróleo, y que necesita dinero para ir a Marsella. Su hija está encarcelada, condenada a nueve años de cárcel por asesinar a su novia árabe, un crimen que jura no haber cometido.
Damon encarna, en un retrato perfecto, a un redneck, un rudo americano, simple y bonachón, un cristiano que bendice la mesa y da gracias a Dios al terminar el día, aunque tenga pocas cosas que agradecerle. Tiene el cuerpo adornado con tatuajes, viste camisas de cuadros y se tapa la cabeza con una gorra de béisbol. Piensa que el fútbol americano es el de verdad, lo demás son cosas de lloricas y blandengues, y no ha votado a Trump porque su situación de ex convicto no le permite votar.
Vamos, que Bill Baker es en Stillwater el típico americano perdido en Marsella. No habla francés y quiere a toda costa sacar a su hija de prisión. Nadie le ayuda. A su alrededor todo es indiferencia o negocio. Su hija no confía en él. Pero Baker decide iniciar la investigación por su cuenta. La película responde al esquema clásico de la tragedia: la soledad del héroe, la ayuda de una persona con la que se encuentra por casualidad, el encuentro con una verdad inesperada, la transformación del protagonista, y el regreso a casa. Todo esto lo inventaron los griegos, y Matt Damon lo representa con una eficacia magnífica. Es un prodigio cómo un actor se puede transformar tan a fondo, tan al detalle, en personajes tan diferentes.
Un pasado difícil
El guion de Mccarthy, en el que colabora el francés Thomas Bidegain, ahonda en el choque cultural entre el americano y los franceses. La película navega entre el conflicto entre el padre y la hija y la perplejidad de un americano en Francia. A Baker solo le importa llegar al fondo de la verdad, convencido de que esa revelación esconde la llave con la que sacar a la chica de la prisión. Pero se encuentra en una Europa en la que hay ideas que no se pueden pensar, y si se piensan, no se pueden decir. Y en el caso de que se digan, merecen la cárcel.
El padre se vuelca con su hija. No entiende en qué mundo está, y no le importan las leyes de la Francia republicana: solo quiere recuperar a la hija que perdió, con la que tiene unas cuantas deudas. En ese descenso al infierno, Baker descubrirá que las cosas no son como se las han contado, que la verdad es más compleja. Su transformación interior implica aceptar las cosas como son. Stillwater tiene una primera hora impecable, de ritmo pausado pero paso firme. Luego se detiene con morosidad, para volver a recuperar la tensión en el tramo final. ¿Es previsible? En buena parte sí. Pero la salva una actuación colosal de Damon y el análisis minucioso que hace del personaje.
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