Es evidente que todo el mundo quiere que le hagan caso. Probablemente, el problema más importante al que se enfrenta la cultura actual, en opinión de Mortimer, es que en medio de una superexplosión de contenidos, a todos nos puede dar por decir algo, con la idea de que es fácil ponerlo a la vista de todos, gracias a esos medios de comunicación, habidos y por haber, que tenemos a alcance de la mano: blogs, mails, webs y todo lo que pueda ponerse en las redes. El asunto peliagudo es que eso que decimos le interese a a alguien más que a nosotros mismos.
Buscamos las opiniones de los expertos entre la gente que nos inspira confianza, sin saber si cualquiera de nosotros sería capaz de inspirarla o si genera sólo un mayor aumento de la confusión. Muchas veces es una cuestión de edad: ¿los jóvenes atienden a los mayores y los mayores a los jóvenes, o se desprecian mutuamente con lo que no somos capaces de entender, porque no se me ha ocurrido a mí? Eso que dice este tío está pasado de moda, es más antiguo que antiguo. O este jovenzano me viene con cosas sin experiencia, a las que no compensa hacerles ni caso.
Sin embargo, lo que más se empieza a valorar en este mundo traidor es la gente que sabe entender a los demás, independientemente de la edad que tengan. Experiencia y novedad, cuando se juntan amigablemente y se respetan, tienen un resultado diferente, que se aleja de los tópicos y los clichés de cada uno, provocando un relato enriquecido y novedoso, siempre que sepan tratarse bien y escucharse mutuamente. Eso es lo difícil.