viernes, marzo 29, 2024

Letizia Battaglia, el dolor, la sangre, la pasión, la belleza, la mafia.

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Empezó tarde. A los cuarenta se puede llegar a ser una gran fotógrafa. No fue la vocación lo que le llevó a la fotografía. Más bien la necesidad. Empezó a disparar  y ya no paró. La violencia, la sangre, el dolor, el amor, la inocencia. Hace unos días se clausuró en Milan la muestra “Letizia Battaglia-Storie di Strada” y ahora se estrena en España un documental sobre su obra. Parece llegada la hora de reconocer a una gran fotógrafa. Es la mujer que retrató a la mafia siciliana, pero sería injusto que ese apellido ocultara una obra que va mucho más allá, construida desde el instinto, con poca ciencia, con mucha pasión.

Foto: Letizia Battaglia
Un asesinato mafioso. Foto: Letizia Battaglia

Su historia personal es la de una mujer rebelde. El padre no la dejaba salir a la calle. No era fácil ser mujer en Sicilia. Así que se casó para huir de casa. El propósito fundamental no era el amor. Un día su marido la encontró en la cama con su amante. Hubo tiros, separación, y divorcio. Letizia Battaglia llegó al periódico L’Ora de Palermo con el hambre y la necesidad de trabajar para alimentar a sus hijas.

Foto: Letizia Battaglia

L’Ora era un vespertino de orientación comunista, en un territorio en el que los comunistas eran un objetivo de las familias de la Cosa Nostra. Un día le pusieron una cámara en la mano para ilustrar las noticias. Eran años de plomo. Las bandas de mafiosos se destripaban en la calle para controlar el territorio. La primera vez que tuvo que retratar un cadáver sufrió. El muerto llevaba días tirado en el campo. La peste era un golpe brutal. Eso no se olvida. Tampoco la mirada de odio del capo que se siente humillado por ser retratado por una mujer. Battaglia recuerda el gesto de Luciano Leggio, el capo de los corleoneses, su dedo que le señala, el mafioso esposado que le llama.

Fotos olvidadas

La muestra de Milán reunía muchas fotos, algunas inéditas: “Cuando trabajaba en L’Ora me parecían fotos feas, sin fuerza. En realidad casi no las había visto hasta ahora. Ya saben cómo iban las cosas  en los periódicos. Llegabas a la redacción, dejabas lo carretes, y como mucho se publicaban una o dos fotos. Todo muy deprisa. Me iba a casa  y el resto iban al archivo. No tenías tiempo de mirar, ni de pensar. La de Milán me parece una exposición de fotos menores, desconocidas incluso para mí, porque  no las he visto en los últimos treinta o cuarenta años”.

Letizia tiene 84. Es una mujer fuerte, vehemente, de voz ronca, dura. Habla sin descanso. Alude de forma continua a la mezquindad del poder. Probó la política durante un tiempo, en el Partido Verde. Eran los tiempos de Leoluca Orlando como alcalde de Palermo. Lo llamaron la primavera siciliana. Hasta que se dio cuenta de que le pagaban una fortuna por no hacer nada. Todo se decidía fuera, con permiso de la Cosa Nostra. Los diputados regionales eran solo una comparsa, parte de un teatro del absurdo, como en una obra de Luigi Pirandello. Lo dejó, amargada. Demasiado ridículo para una mujer acostumbrada a tratar, en su vida, y en su obra, con una realidad  dura, trágica, de violencia, de sangre, pero también de amor, de belleza, de empatía.

Letizia Battaglia
Foto: Letizia Battaglia

Dos documentales, una vida

No es la primera vez que le dedican una obra documental. Además de este documental titulado en inglés Shooting the mafia (Disparando a la mafia) de Kim Longinotto, Franco Maresco la hizo protagonista de La mafia non è più quella di una volta, que se presentó en la Mostra de Venecia.

La calle. La muestra de Milán es un escaparate de una vida vivida en la calle. Niños en la calle, fiestas, bodas, novias irritadas, muchachos que juegan a ser pichones de la mafia, aprendices de sicarios que emulan a los capos y empiezan a saborear esa cultura legendaria de vidas intensas, criminales, con la euforia de una lealtad de hermanos de sangre, de “hombres de honor”. Y a la vez la vida interior de las familias, las mujeres sometidas, encarceladas, la losa de vergüenza que rodea la homosexualidad, la fraternidad de los hombres, la franqueza de la miseria, y el dolor. En las fotos de Battaglia hay mucho dolor, y mucha piedad.

Amor y política son la encrucijada de su vida: “ todo es político, la fotografía, el amor, la maternidad, la generosidad, el compromiso. Para mi la pasión y el compromiso son dos elementos indispensable, mientras cocino, mientras trabajo o me relaciono con los demás. Ahora la verdad es que si miro alrededor, la política carece de belleza y de sentimiento. Es una pena. Solo veo egoísmo e indiferencia”.

Foto: Letizia Battaglia
Foto: Letizia Battaglia

Solo veo sangre

Mira sus fotos de los años 80, de los años de plomo: “solo veo sangre”. Y guarda  en la mente, como un fracaso, aquellas  fotos que no hizo. Paseaba entre la gente en los funerales de mafiosos. Tosía cuando disparaba para  ocultar  el sonido del obturador. Pero recuerda su presencia en la calle y rechaza la idea de que sintiera límites: “¿Quién me podía poner límites? Fue maravilloso, fue  un don. Me siento feliz de ser  mujer. He tenido tres hijas, nietos, soy bisabuela de dos gemelos. Mi vida está rodeada de mujeres. He hecho teatro, me he dedicado a la política, al periodismo, me gusta trabajar entre mujeres. El límite lo sentí cuando era  joven, y no tenía confianza en mi misma. La conseguí con el trabajo, la cámara fotográfica me dio seguridad. Hoy creo en mi misma”.

Letizia Battaglia fundó en 1991 la revista Mediocielo, en la que solo trabajan mujeres. Es la única mujer premiada con el Premio Eugene Smith de fotografía social (1985) y en 2009 se le otorgó en Nueva York el Cornell Capa Infinity Award

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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