Maripepa de Oliva, la tercera corresponsal de The New York Times en Madrid

Maripepa de Oliva nos recibe en su casa de Sanchinarro, entre recuerdos de una vida, una vida ondulante, como decía Josep Pla, que es la vida, toda vida. También la de Maripepa. Tiene 96 años, y maneja el móvil y el ordenador con soltura, «sin filigranas». Sus primeros recuerdos tienen que ver con la guerra. El padre llevó a la familia a Fuenterrabía para protegerles de los bombardeos. El padre volvió a Madrid, y nunca más se supo. Solo pudieron reconstruir sus últimos pasos: una detención, un ingreso en la cárcel Modelo, y después la nada, el silencio, sin una huella: «hubo años en que cada vez que veía un hombre alto y un poco calvo sentía un estremecimiento ante la posibilidad de que fuera él». Maripepa vivió en Estados Unidos y de regreso, estuvo trabajando para los corresponsales de The New York Times en Madrid. Maripepa de Oliva conversa con Escuela de Idiomas, el programa de entrevistas de Alfredo Urdaci en Decisión Radio.

Maripepa guarda como un tesoro la caja de plata que le regalaron en The New York Times por los servicios prestados en España, por acompañar y ser los ojos y los oídos de Tad Szulc y de Benjamin Welles. Maripepa guarda un ejemplar de Spain, the Gentle Anarchy, el libro que Welles escribió sobre España, y para entender España.

La caja está firmada por los periodistas, por el director y los editores del periódico. «Com saudade» escribe Tad en la firma de la caja con nostalgia portuguesa. Tad fue luego célebre con su biografía sobre el papa Juan Pablo II. «Fueron los mejores años de mi vida», dice Maripepa.

Maripepa no solo era secretaria y consejera de Ben y de Tad, sino que escribía en el periódico reportajes sobre la vida en Madrid y Barcelona, con recorridos para que los americanos que pasaran por España pudieran hacer una visita completa de las grandes ciudades españolas. Firmaba como Mari de Oliva. «Yo me ocupaba de muchas cosas. Welles era una persona que te reconocía mucho lo que hacías. Eso es fenomenal. Yo le llevaba las cosas de la casa, pero también las de unos terrenos que compró en Alfaz del Pí. En aquella época todo era a través del teléfono y me hice muy amiga de la jefa de internacional de la Telefónica, porque había unos plazos horarios que había que cumplir para llegar al cierre del periódico».

La oficina de The New York Times era una sola habitación. «Y allí estábamos Ben, un ordenanza y yo. El ordenanza era muy singular, porque siempre añadía cosas suyas a los recados que se le encargaban» A Maripepa le encargaron artículos que luego se convirtieron en trípticos del Ministerio de turismo. «A mi madre le decían que cómo me dejaba trabajar. Las chicas de mi edad se dedicaban a buscar novio, pero eso a mí no me interesaba». Maripepa hablaba inglés y francés, tenía un buen trabajo, buen sueldo y acceso a los economatos que utilizaban los extranjeros para hacer las compras. Cuando se casa, Maripepa puso como condición no dejar de trabajar.

Asistió al rodaje de El Cid, con Charlton Heston y Sofía Loren. El viaje fue incómodo porque tuvo que ir acompañada por dos policías que custodiaban la nómina para pagar a los actores. Maripepa era el filtro que daba valor o lo negaba a las fuentes que informaban a Benjamin Welles cuando escribió su libro sobre España: «él tenía un aparato con el que lo grababa todo y después lo escuchábamos juntos y yo a veces le decía que tal o cual le habían engañado. Muchos venían a ver qué podían sacar de él.»

Siempre se ha sentido una mujer libre: «Cuando cumplí dieciocho años mi madre me dio las llaves de casa y me dijo que volviera a la hora que quisiera, que yo sabía cuándo tendría que regresar. He tenido chicos a montones pero nunca he sido flirteadora».

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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