Those who remained (Los que se quedaron), un bello cuento de amor y redención

Those who remain. Dirigida por Barnabás Tóth. Hungría. FILMIN

Hungría. 1948. La Segunda guerra mundial ha terminado hace apenas tres años. La gran máquina de triturar personas se ha detenido. Ha dejado un rastro de seres solitarios que deambulan perdidos, sin fuerza ni ilusiones. Sobre ellos cae ahora la lluvia de acero del comunismo. Aladar es un ginecólogo que ha regresado de un campo de concentración nazi. Un día tiene que auscultar a Klára, que se presenta en la consulta acompañada de su tía Olgi. Klára es una joven inquieta e insolente que se aburre con su tía. El doctor siente afecto por la muchacha, que se presenta en su casa para descubrir lo que hay detrás de la fachada silenciosa y solitaria del doctor.

El trauma de la pérdida

El relato abarca unos años, desde 1948 hasta 1953, el año de la muerte de Stalin. En el relato de Barnabás Toth está todo: la guerra, los campos de exterminio, los campos de prisioneros, la muerte. Pero de una forma sutil y velada. No vemos la guerra ni las alambradas de espino, ni las bombas. Pero todo eso está en las miradas del médico, en el número tatuado en su brazo, en las ojeras de Klára, en las cabezas hundidas, en la astenia de todos los personajes de Those who remained. Todo ha sido arrasado. Klára ve a sus padres en sus sueños. Aldo no ve a sus hijos y a su mujer, pero «están en todas partes».

La irritante curiosidad de Klára despierta un rescoldo de afecto en el doctor. La chica no quiere vivir con su tía Olgi. Se aburre. Lee a Thomas Mann y traduce libros alemanes, y pregunta, siempre pregunta. En el caos de la posguerra Klára decide abandonar la casa de su tía. Pasa las noches en el piso de Aladar, que la acoge como una hija adoptiva. Las dos soledades se respaldan. Klára busca el abrazo con una inocencia espontánea, pura. Y Aladar no se lo niega, aunque el suyo sea un gesto sorprendido, perplejo.

Those who remained
Those who remained

Una exploración sobre el amor

Aladar descubre que puede amar de nuevo. Klára explora los terrenos ambiguos del amor, sus fronteras. De fondo, el comunismo, el gran hermano que entra en las vidas de la gente con su viscoso totalitarismo, hecho de miserias, delatores, detenciones a medianoche, miedo, terror. Tampoco aquí el director se recrea en el dramatismo. Los esbirros del régimen son apenas unas sombras en el cristal esmerilado de la puerta de la vivienda. O ese amigo que ha decidido entrar en el partido para pasar desapercibido porque su padre tuvo una fábrica en la Hungría de antes de la guerra.

Es una película sutil, puro cine que se expresa en detalles, en gestos, en miradas, en silencios. Y en esas imágenes el espectador capta las zonas de conflicto entre el amor y la amistad, la ternura pura de dos seres que se saben solos y que tienen que cargar con el peso de la pérdida, el peso de ser «los que quedaron». Brillante la escena en la que Klára descubre el pasado familiar de Aladar. Por cierto, una actriz, Mari Nagy, que merece los más entusiastas elogios. Cine con valores, para ver en familia, y que atrapa al espectador, al que se le pide en todo momento que interprete lo que está viendo, que contemple el juego complejo de la vida entre la decepción y la esperanza.

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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