Un caballero en Moscú. Amor Towles. Salamandra Narrativa
Si solo puede leer un libro este año, lea Un caballero en Moscú. Si va a hacer un regalo, regale Un caballero en Moscú. Si aprecia a alguien de verdad, aconséjele Un caballero en Moscú. La tercera obra de Amor Towles, la primera fue la exitosa Normas de cortesía, es una novela absolutamente deliciosa. Una historia, que como decía el maestro Chejov, consigue que al final del libro, del clavo que aparece en la primera escena, cuelgue en la última línea de la obra, un sombrero.
Abordar una novela de 500 páginas, en cuya contraportada se indica que el protagonista pasa 30 años, 30, en arresto domiciliario, no parecía muy atrayente. Craso error. El caballero es el conde Alexander Illich Rostov, tan sofisticado que solo maldice en francés… o en latín; tan refinado que convierte en interesante al más tedioso comensal; un gourmet que exaspera al chef del Metropol; y sobre todo, un elegante bon vivant amigo de sus amigos.
Un condenado afortunado
Escuchada la sentencia que lo condena a arresto domiciliario de por vida, en el Metropol, su residencia habitual, Rostov decide encarar su situación con la máxima de su padrino: ‘Si uno no controla las circunstancias, se expone a que las circunstancias le controlen a uno’. Y se va adaptando a ser un exiliado en su patria. Se adapta a los bolcheviques; al control del pensamiento; a la falta de libertad; al ascenso de los patanes y los incompetentes… Se adapta hasta que un día se da cuenta de que la Rusia que él conocía y amaba ha desaparecido para no volver. Este punto de inflexión le lleva a una nueva vida, la vida que realmente merece la pena vivir. Como explica en uno de los capítulos finales ‘Te voy a decir qué es una comodidad (…) Dormir hasta mediodía y que alguien te traiga el desayuno en una bandeja. Cancelar una cita en el último minuto. Tener un coche esperando a la puerta de la casa donde se celebra una fiesta, para que en cualquier momento puedas irte a otra. Esquivar el matrimonio en la juventud y aplazar tener hijos. Eso si son comodidades, y hubo un época en que yo las tuve todas. Pero al final, han sido las incomodidades las que más me han importado’. Porque como le dice su mejor amigo:’Quien podía imaginar, cuando te condenaron hace ya tantos años, que eso te convertiría en el hombre más afortunado de Rusia‘
Towles es un enamorado de la cultura rusa, que ha conocido a través de sus clásicos, y narra la vida bajo arresto del conde Rostov con una maestría admirable. Una prosa aderezada con intriga constante que empuja a seguir leyendo. El autor agarra al lector de la mano y lo pasea por los lujosos salones del Metropol; por su refinadísima cocina francesa; le da a degustar sus incomparables vinos; le hace admirar su mobiliario, sus brillantes cristalerías, su delicada porcelana, su bruñida plata y le invita a oler sus flores. Y sin soltarlo, como si de una matrioska se tratara, abre una historia dentro de otra para desgranar las descabelladas políticas stalinistas; la vida en las cotidianas colas de la población rusa; los subterfugios del régimen para espiar a los extranjeros o las consecuencias sociales de la vida en el Gulag.
Un caballero en Moscú tiene personajes entrañables, desde el personal del Metropol hasta el alto funcionario al que el conde ilustra en los secretos de la cultura de occidente y con el que acaba viendo cine clásico americano, que es el bueno de verdad. Trata de filosofía, de arte, de literatura, de gastronomía, de batallas bélicas, de política, de poesía, de música clásica y de jazz, de cine, de decoración y de arquitectura. Pero también de la amistad, de la lealtad, del amor, de la paternidad y de la superación de los contratiempos de la vida, que son las cosas que realmente importan. El autor consigue tejer la historia sin que decaiga el interés de la narración en una sola página, en un ambiente cuyo refinamiento haría parecer al mayordomo de Downtown Abbey, un tabernero de Manchester.
Y por último, Un caballero en Moscú tiene lo que hace que una historia sea no ya redonda, sino esférica, un desenlace mejor aún, que el final feliz que el lector intuye. Esperemos que la versión para televisión que va a protagonizar Keneth Branagh consiga capturar el espíritu de la novela.
Nota para el editor:
- Error en la página 47, párrafo 3, dos últimas líneas ‘… acudía una vez por semana( )cortarse el pelo a la hora acordada…’ Falta la preposición a.
- Error en la página 380, párrafo 3: ‘no puedo creer que has mantenido conversaciones clandestinas con Sofía’. Lo correcto es que ‘hayas mantenido‘, presente del subjuntivo del verbo haber, no presente del indicativo.