Madrid sí fue una fiesta. La movida y mucho más de la A a la Z. Javier Menéndez Flores. Libros Cúpula
Sí, la movida tiene un diccionario, y es un libro repleto de datos, de nombres, de anécdotas. Es un diccionario muy personal. Uno diría que se trata del diccionario de la vida de Javier Menéndez Flores, porque en la obra mete a la movida y otras muchas cosas, desde Raphael (que fue importante para algunos músicos y cantantes de ese tiempo) y Julio Iglesias. Es sobre todo un diccionario cultural de los años 80. Habla mucho de Madrid, porque en Madrid pasaban muchas cosas, sin olvidarse de lo que sucedía en Vigo, en Avilés, o en Pamplona, donde Barricada ya le daba golpes a una guitarra para sacarle sonido de fundición de metal. Es también una obra muy personal. Menéndez reparte bendiciones. Tiene más filias que fobias, le pone ironía, y al final resulta un libro divertido porque no tiene nada de académico.
La primera utilidad que tiene Madrid si fue una fiesta es la de demostrar que la movida fue un momento más que un movimiento; que en la movida cabía de todo, que en la movida se ensayaron mil caminos; y que si tenían todos un mínimo denominador común era el de romper con la seriedad y el tiempo gris.
La ruptura estética con el franquismo vino con la movida. La estética de la transición era tan gris como los tiempos de la dictadura: barbas, mucho pantalón de pana, mucha cara seria, mucha teoría marxista/escuela de Frankfurt y alguno que te daba la chapa con las obras de Marcuse. Lo demás era un páramo. Raimon era un petardo, y Lluis Llach daba ganas de llorar.
Y entonces llegó la movida, sin orden ni concierto. Como reconoce Almodóvar, eran gente sin memoria que se dedicaba a copiar y a plagiar con descaro. Y lo que imitaban era la new wave, a David Bowie, a los Sex Pistols, o a los Ramones. Hablamos de los 80 pero la cosa empezó antes, como bien reivindica Ramoncín, que es muy crítico con la historia que se ha escrito sobre la movida. Así queda reflejado en la entrada que recoge su obra y su estilo. Comenzó siendo un macarra lleno de energía en el escenario y ha demostrado ser capaz de reinventarse. Como dice él, de ser un renacentista en un país que te quiere siempre en el papel o etiqueta que te ha adjudicado.
En muchas de las entradas de este diccionario de la movida, Menéndez hace repaso de su carrera, de sus discos, o de su obra. En otros no. De Fabio MacNamara, por ejemplo, elude su última etapa como pintor místico y devoto de la Vírgen. Aunque recuerda algunas entrevistas al sujeto en las que se muestra en todo su esplendor: «lo mejor de la movida fui yo». Es curioso cómo muchos de los personajes que aparecen en el libro detestan el término movida, como si fuera una hormigonera que da vueltas en la que se encuentran en una mezcla con ingredientes que les son ajenos.
El libro dibuja una geografía conocida: bares como La Bobia, La Vía láctea, locales como RockOla, revistas como La luna, programas de televisión como La Edad de Oro, escritores como Francisco Umbral, actores como Eusebio Poncela, músicos, muchos músicos, cantantes, fotógrafos, grupos, y canciones, muchas canciones que tienen su entrada particular.
Hay satélites o cometas que nada tienen que ver con aquel caldo, pero Menéndez ya deja claro desde el prólogo que él hace el diccionario que le sale de la bola, que el diccionario es suyo y que esta es su quiniela. Por eso hay una entrada para cabina de teléfono y otra para ilegal. Y está bien, porque a las cosas y a los sucesos hay que ponerles su paisaje y su contexto. Y así cualquier novato que se asome a este libro tendrá una idea bastante cercana de lo que fue aquel tiempo. A la pregunta de qué queda de aquel tiempo, pues queda mucho. Dejó una huella en Madrid que uno cree que no se ha borrado.
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