Un loco anda suelto

“Los débiles imploran. Los débiles exigen que los fuertes se rindan ante ellos. Ser fuerte significa en este mundo sostener el pudor del sufrimiento, de la debilidad… ¡Fortaleza que te increpan, cuerpo y alma, eres frágil, y bien que lo sabemos!” –Carmen Conde–

Puedo ser yo, puede ser cualquiera. Puede ser quien piensa, pero él también pasará como han pasado todos sin pena ni gloria, a pesar de la grandilocuencia, del hastío de las buenas formas para esconder las mentiras y a pesar de todo el aparato opositor que, como palancas, han tratado de forzar las compuertas de lo inevitable.

Sí. Él pasará y vendrá otro que hará lo que pueda, lo que sepa o lo que le digan que debe hacer para llenarnos la cabeza de propaganda y vaciarnos la conciencia y el bolsillo. Porque en algún momento se han dado cuenta de que enzarzar a la opinión pública, les permite un espacio de tranquilo tránsito para tomar el poder en medio del rugido de las plebes por un trozo de verdad…

Y luego, otro vendrá con la lección, la oratoria y la sonrisa bien aprendida. Y tratará de arañar de los fondos reservados para necesidades perentorias, un poco para las suyas, para las de su familia, para las de sus amigos. Puede que use un poco de esos fondos para derrocar al líder mensual de las encuestas, al barón de turno, al listo que se cree un ‘verso libre’ y no es más que un garabato tachado en la larga elegía del mundo.

Los asesores le aconsejarán que se tiña las sienes y que se quite los cinco kilos de más que ha cogido en las comidas y cenas con la gente bien de su provincia, con los promotores que empezaron a acercarse al conocer su elección, con los gerifaltes que perviven después de la batalla. Y comenzará de nuevo la rueda de promesas, las declaraciones de pulcritud, la lucha contra la corrupción de aquellos que lo han encumbrado a lo más alto…pero, no; este tampoco es el loco a quien me refiero; al fin y al cabo, hace su trabajo porque lo han puesto ahí otros locos que han tragado el anzuelo con el gusano de la desmemoria, como ilusos, crédulos que dan su confianza a ese manjar brillante que asoma por debajo de la superficie. Muerden y muerden como hambrientas carpas, como hambrientas pirañas que se amontonan, se atacan, se enfrentan por el pequeño trozo de carne que se les clava en el cielo del paladar y los arrastra hacia una atmósfera irrespirable. Como la de ahora…

El loco de quien hablo es, más bien, ese pobre que traga con todo, que se entrega a sí mismo a cambio de nada, que da su confianza a quien le ha prometido un trozo de cornúpeta luna, sin rubor, sin vergüenza. Y luego cree ciegamente a quien promete tomar las viejas colonias y renovar las ensoñadoras nostalgias de un pasado que nadie recuerda; porque, seguramente, los abuelos ya han muerto y no pueden contar a sus embobados nietos cómo llevaban pesados cubos de agua desde una fuente hasta su casa hecha de barro, chamizo y sombrajos en las afueras de la ciudad donde, alrededor del foro, crecieron pequeñas Extremaduras junto a divinas Andalucías para levantar y servir en la capital. Ese es el loco de quien yo hablo. El loco sin pan que se vio obligado a abandonar su paraíso de ruiseñores y mirlos; de atardeceres incendiados en Caños de Meca, en Tarifa, en la Málaga cantaora cuando eran pequeños pueblecitos de pescadores. Ese es el loco que tuvo que partir de su Doñana, de su Barrio la Viña, de su Puerta Tierra, de su Algeciras, de su Córdoba, de su Jaén de su Almería…de su Granada, del rumor de las campanas conventuales y de la brisa fresca del Sacromonte.

Ese es el loco, el loco pobre; el que no puede decidir quedarse y al que lo embotan con futuros de bienestar si secunda la llamada de la urbe, donde sí hay industria, donde no hay descanso. Y deja sus tierras empobrecidas en las que luego, años después, sus hijos encuentran un hotel en el mismo lugar donde una vez vivieron frente al Estrecho, frente a la cetrina África, frente a un horizonte sin final. Y sólo entonces se preguntan quién fue el artífice del engaño y quién subió el precio de sus tierras, hasta hacer de ellas una Costa del Sol para cuatro privilegiados que escaparon de Berlín, tres señores de la guerra y dos familias de narcotraficantes que no saben que lo son, porque el padrino blanqueó su vida anterior en ultramar. Y ahora, por fin, ya son decentes…

Ese es el loco. Esa es la loca que ahora, como nuestros abuelos, como nuestros bisabuelos, dejan a sus hijos y llegan a un lugar hostil por un trozo de pan, algo de comida y son atravesados por miles de miradas de sospecha. Después, encuentran con suerte un trabajo que los agota y que los deja absortos de sueño y nostalgia el único día libre que tiene entre semana. Y ya sólo ven atardecer y amanecer dentro de un vagón de gente hacinada que, como él, o como ella, van y vienen dormitando, soñando, con otra vida más saludable que esta de estar al filo del umbral de la pobreza, tal y como está más de un cuarto de nuestra España, mientras algo menos de otro cuarto de españoles, se ha gastado en juergas, putas y cocaína el dinero que podría haber ayudado a tanta gente.

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