‘Un lugar al que volver’, héroes y villanos en la Italia de 1943

Un lugar al que volver. Arturo del Burgo. Almuzara editorial

Sobre el lienzo trágico de la Italia de 1943, Arturo del Burgo ha construido una novela monumental en la que se cruzan las vidas de dos jóvenes italianos y otros dos norteamericanos. Vidas transformadas, agitadas y enfrentadas por la guerra y por el pasado. Valeria y Carlo crecieron cerca, en un pequeño pueblo del Lazio, cerca de Roma. En 1943 están prometidos. Pero ella reniega del fascismo que les ha llevado a la guerra; él escala en la jerarquía, tiene la admiración de Mussolini y cree en aquel ideal cuyo catecismo comenzaba con tres infinitivos: «Credere, obbedire, combattere». Sobre todo obedecer. Desde el sur avanzan las tropas aliadas. Entre sus soldados, dos aviadores: Robert Spencer, hijo de un portero de Manhattan, y su amigo Harvey Dekker, vástago de una familia rica, de una de aquellas familias en las que los hijos se bebían la codicia de los padres con el frenesí de quien sabía que todo se podía perder, tal y como había ocurrido en el crack del 29. Con esos elementos, Del Burgo ha fabricado una de esas novelas que te hacen desear un domingo de lluvia, para sumergirte en la peripecia de las vidas ajenas.

En Un lugar al que volver se narran vidas que se mueven con dificultad e incertidumbre, con tragedia, en una Italia rota, en la que el fascismo se resiste a entregar el poder, el nazismo exige sacrificios y los aliados avanzan por el sur con la promesa de la liberación. El nudo central de la novela consiste en un viejo arquetipo muy propio de la historia del fundador de la Compañía de Jesús: la caída en la conciencia como consecuencia de una herida de guerra.

Hace de esto algo más de 500 años. El 20 de mayo de 1521, Ignacio de Loyola caía herido por una bala lombarda en la defensa de Pamplona. Durante la convalecencia cambió el rumbo de su vida. Dejó atrás una vida disoluta para entregarse a una nueva y definitiva vocación que desembocó en la fundación de la Compañía de Jesús en 1534. El autor no debe de ser ajeno a este modelo narrativo, porque habrá pasado, al menos una vez por semana, por la estatua que en Pamplona, evoca aquellos sucesos: dos soldados de piedra recogen a un Ignacio desanimado.

Ese giro radical es el punto central de una novela de la que no vamos a revelar las múltiples sorpresas que esperan al lector, porque Del Burgo maneja los cambios de rumbo y los giros con maestría. La historia comienza una tarde del verano de 1943. Es una escena de amor erótico a la vera de un río en el que dos jóvenes se bañan. Valeria ha decidido terminar su relación con Carlo Bracco, su joven prometido, un fascista entregado a la causa, un sumiso servidor del Duce. Pero las palabras no consiguen salir de su boca, y él regresa a Roma con su fascio, y ella vuelve a la casa familiar de Castelungo donde están a punto de vendimiar. Un lugar al que volver es precisamente esa hacienda, esa bodega que encarna los ideales de una vida virtuosa, la vida buena.

un lugar al que volver
Arturo del Burgo

Roma, 1943

Pero la vida cambia cuando, después del bombardeo de Roma, en julio del 1943, uno de los más de quinientos aviones que dejaron una lluvia de bombas sobre la capital cae en los viñedos de la familia Ricci. Pietro, el padre, acoge, cura y cuida al piloto herido. Un golpe en la cabeza ha provocado que Robert Spencer pierda primero la consciencia, y luego la memoria. El diario que lleva en un bolsillo permite a Valeria construir su biografía y los detalles de su vida en Nueva York.

Con este planteamiento, el lector de Un lugar al que volver se debe adentrar en esta historia de la que no podemos revelar otros detalles de la doble trama que se cruza una y otra vez en las seiscientas páginas de esta novela colosal. Todos los personajes son trágicos: están enfrentados a la crisis que provocan las grandes decisiones vitales.

Valeria quiere una vida nueva pero está anclada en el pasado de un amor en el que no cree; Carlo elige la fidelidad a Mussolini pero no quiere perder a Valeria. Robert tiene que saber quién es. Harvey se perdió en una vida golfa antes de llegar a la guerra, donde la verdad no se puede maquillar con borracheras. Del Burgo construye personajes de una realidad palpable: fuertes y débiles al mismo tiempo, contradictorios, capaces de perseguir un ideal con generosidad, pero también de plegarse como muñecos a las manipulaciones de los más cínicos, conscientes de lo que exige la ética elemental, pero huérfanos del coraje necesario para restablecer el honor. Personajes que son unas veces héroes, otras villanos.

La masacre de las fosas Ardeatinas

Encajados en la historia. Y la historia de Italia, en aquella hora, era una historia trágica, confusa, caótica. El fascismo había llegado a su fin, pero iba a ser un fin que abría una guerra civil entre los partisanos y los leales a Mussolini, y todos sometidos al imperio nazi. Del Burgo recrea con precisión algunos de los sucesos de aquel final, como el atentado contra los nazis de via Rasalla en marzo del 44, y la masacre de las fosas Ardeatinas en la que fueron fusilados 335 civiles italianos como represalia. Ese momento de Italia, el giro desde el fascismo al abrazo entusiasta de los aliados, provocó torsiones, heridas y traumas que sangraron durante mucho tiempo, y el estallido de los vasos capilares de los italianos están recogidos en esta novela con humana precisión.

Un lugar al que volver es un magnífica, ambiciosa, y viva opera prima. Su estructura es sólida e inteligente. La exigencia del relato es alta: maneja no solo la vida italiana sino el Nueva York de los años veinte y treinta, el ascenso de un capitalismo exuberante hasta el delirio y la caída de la crisis del 29, en la que otros muchos, también, tuvieron que elegir entre la cordura o la codicia. Recrea ambos mundos con un gran realismo, y encaja los personajes en su paisaje con una maestría tal que el alma de cada uno de ellos cobra vida en el paisaje moral y social de la época con una exacta precisión.

Solo nos queda añadir tres errores: sería imposible que una novela tan larga y ambiciosa no los tuviera. El primero es de naturaleza histórica. Se dice en varios momentos de la novela que algunos personajes (los padres de Spencer, por ejemplo) escuchan las noticias a través del transistor. Pero en aquellos años existía la radio de válvulas, el transistor no se inventó hasta 1947. El segundo error es de naturaleza lingüística. El autor utiliza el verbo recabar con frecuencia, pero en un sentido que nada tiene que ver con las tres acepciones que establece la RAE: «nadie recabó en cómo Harvey abandonaba el comedor». Se confunde recabar con reparar. El tercer error es narrativo. El final se dilata demasiado: el mismo gusto por el detalle que el lector aprecia cuando se trata de narrar en la zona central de la novela se convierte en un pequeño lastre en el final, cuando el lector quiere un ritmo más vivo, una velocidad más precipitada, una resolución más contundente. Le ha faltado al autor, pensamos, aquel ejercicio que recomendaba Hemingway: suprimir, eliminar, borrar, para que el resultado final sea un relato en el que la parte oculta se forma en la mente del lector sin necesidad de nombrarla.

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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