Viaje en blanco y negro. Lasse Söderberg. Fotografías de Christer Strömholm. Traducción de Ángela García. Editorial Renacimiento.
Ciencuenta años después del viaje de dos suecos (Söderberg y Strömholm) por España, es escritor y poeta rescató aquellas notas para editarlas, completarlas y formar este libro en el que las imágenes, blanco y negro riguroso, van paralelas al texto, que a veces las explica, en otras ocasiones establece su contexto. Hacia el final del libro, Söderberg expresa su confusión: el tiempo de las fotografías es inmóvil, «siempre prevalece el mismo instante. Los textos, en cambio, se mueven, y por tanto son menos fiables» El texto del libro se mueve entre el presente y el pasado, aquel Söderberg que fue y el que es hoy.
Y es que algunos pasajes de este Viaje en blanco y negro parecen revisados y completados con la información de la que dispone Söderberg en el presente. De lo contrario no se explica que afirme en la página 142 que el Valle de los Caídos fuera un remedo del monasterio de El Escorial,. construido como mausoleo para Franco y «erigido a su propia gloria». Sorprende que Söderberg desconozca que Franco nunca previó ser enterrado en la basílica excavada en la roca de Cuelgamuros, y que fue después de muerto cuando los herederos del régimen dispusieron su tumba junto a la de José Antonio en el fondo de la cripta.
A pesar de ese y algunos otros tics izquierdistas, el libro merece una lectura y un repaso de las excelentes fotografías de Strömholm. El texto nos recuerda a aquellos otros libros de viaje de los años sesenta. El texto inicial es de la misma época que La Chanca, de Goytisolo, o Caminando por las Hurdes, de Salinas y Ferres. Es la época en la que los escritores descubren el paisaje de España, y se lanzan a recuperar una verdad escondida bajo los ropajes solemnes de un régimen que tenía a media España escondida en el olvido.
El viaje de estos dos suecos, dos extraterrestes en la España de 1962, sigue una ruta que no tiene un único propósito. Pasan por la Costa brava y retratan a Marcel Duchamp, de vacaciones. Cruzan el norte y se encuentran a Blas de Otero en la taberna del casco viejo de Bilbao que frecuentaba; repasan lugares de batalla, en la región del Ebro, en Gandesa, donde intuyen estar ante la «Colina de muerte de los escandinavos«, donde algunos compatriotas se dejaron la vida.
Cruzan la Alberca y entran en Las Hurdes, en su paisaje todavía de miseria, donde el fotógrafo tiene que bajar la cámara porque impera la prohibición de hacer fotos porque desde el famoso documental de Buñuel los paisanos de la comarca se habían convertido en objetivo de todo el que pasaba por sus pueblos. La Guardia Civil tenía órdenes de prohibir las fotos. En la comarca no canta nadie, anota el escritor y poeta, que hace de traductor para el fotógrafo. En una taberna les desprecian el dinero. La desconfianza ante el extranjero se aderezaba con un orgulloso desprecio de su riqueza.
Siguen por paisajes de carreteras poco frecuentadas, donde se encuentran con cuadrillas de jornaleros que desprecian a los gitanos, con curas que creen más en la justicia social que en el bienestar de la religión, y con un Antonio Saura, el pìntor. Hay pueblos vaciados por la emigración, y los vecinos que quedan señalan la imagen de una cosechadora en un calendario como promesa de un progreso, de la esperanza de tiempos mejores. Este es un libro que nunca se hizo, porque el editor que lo encargó se echó atrás. Recuperarlo es un acierto, porque nos recuerda cómo era España en los primeros sesenta, y como la vieron dos suecos y también cómo contempla ese recuerdo un escritor que ha completado los vacíos de unas notas incompletas, con sus imperesiones de hoy.