‘Vivir con edificios y caminar con fantasmas’, de Sinclair, un viaje por la influencia de la arquitectura

Vivir con edificios y caminar con fantasmas. Iaian Sinclair. Editorial La Felguera. Traducción: Javier Calvo

Un libro dividido en 8 capítulos de un experto en lo que se ha venido en llamar psicogeografía, un autor nacido en Cardiff en 1943 responsable de una voluminosa obra. Un libro que pretende ver la relaciones entre el espacio y la salud de los ciudadanos.

iain sinclair

‘Vivir con edificios y caminar con fantasmas’ es un análisis de los cambios que se producen en el lugar, de las visiones que los distintos artistas han tenido del lugar y de cómo esos cambios afectan a las vidas de las personas. Es algo así como hacer narración de la geografía, de lo físico, convertir el espacio en el elemento central y vertebrador de una narración. Una explicación de cómo el espacio acaba siendo determinante de cómo vivimos. El espacio es el elemento vertebrador de la narración y, a partir de ahí, los elementos autobiográficos personales, las crónicas, los textos leídos, los recuerdos van surgiendo y construyendo la narración. En este sentido Sinclair muestra una especial predilección por las microhistorias y las anécdotas de personajes famosos vinculadas a estos espacios.

Sinclair es uno de esos escritores míticos, por su forma de contar y por su erudición, por su voluntad de escribir un libro total con absoluta libertad, una escritura que exige de un conocimiento previo de los espacios por parte del lector diría que muy grande para poder disfrutar plenamente del valor de esta escritura. Sin esa percepción personal que complete el texto de Sinclair solo vemos un parpadeo luminoso que intuimos puede deflagrar en una gran eclosión atómica.

Como dice el propio autor en el libro: «Había puesto en marcha mi propia magia defensiva, la rutina de resolver los problemas caminando por la ciudad, cazando al vuelo incidentes al azar, forzando conexiones y trayéndome anotaciones y fotografías de vuelta a la casa en la que había vivido 50 años. Si hemos de mantener alguna relación con los edificios que nos preceden, debemos solicitarles que toleren nuestra intrusión. Las estructuras derribadas dejan una nube de polvo activo. Las nuevas edificaciones tienen hambre de narrativas. Cuando se tambalea esa ecuación, nos ponemos enfermos y buscamos chivos expiatorios entre los promotores inmobiliarios y los arquitectos. Pero los edificios y sus espacios interiores, dormitorios, pasillos y cocinas se convierten en autorretratos en evolución, en visiones de cómo contemplamos nuestra mejor versión. Ya sea trabajando o descansando, damos forma a quienes somos, y, a su vez, nos dan forma las paredes que nos contienen».

Se trata de crear un mito sobre un tiempo pasado, sobre un espacio en el cual no habíamos caído, lo cual pone manifiesto cómo se construyen ciertos mitos de tipo social que tienen que ver, por ejemplo, con el hecho que durante años una determinada plaza fuese el lugar en el que se juntasen los chicos de la alta sociedad. Ese tipo de cuestiones.

Porque los edificios y los espacios públicos nos cuentan una historia. Normalmente es la historia de un sueño, porque la construcción de un edificio, una vivienda, una iglesia constituye un elemento esencial en la vida de las personas y eso es, de algún modo, lo que pretende rescatarnos Iain Sinclair.

El autor se pregunta sobre el significado de cierto edificio, qué significado ha tenido para nuestras vidas, pero no solamente eso sino el significado de la ciudad vista globalmente o la parte de la ciudad con la que nos relacionamos, de qué modo hace que uno sea una persona distinta de las que podríamos ser. Porqué las personas que vienen de un ambiente rural son fundamentalmente distintas a las personas que provienen de un ambiente urbano.

Escritor de párrafos

Sinclair nos subraya como un lugar queda definitivamente marcado por lo que allí ocurrió en el pasado y como eso le da una significación especial para aquellos que viven en el presente y hacen que aquel espacio no sea contemplado como un simple espacio vacío, una tabula rasa sobre la cual pueda construirse cualquier cosa. No es así. Nunca es así. Sinclair es un escritor de párrafos peculiar porque normalmente los escritores tienden a colocar en la primera frase del párrafo la idea central del mismo y a partir de ahí desarrollan esa idea o ponen ejemplos de esa idea, pero Sinclair no hace esto, sino que se espera a la última frase para dar sentido a todo el párrafo.

Una de las características de analizar los espacios de grandes ciudades es que antes de formar parte de la gran ciudad eran unos espacios que muchas veces eran un terreno de nadie o bien formaban parte de un conglomerado humano y urbano distinto y diferencial, lo cual tiene que ver con una forma de vivir distinta, donde además las distancias les costaban mucho más de salvar que hoy en día, de modo que hoy en día la ciudad acaba teniendo una dimensión absolutamente descomunal que no puede ser recorrida a pie a menos que seas algo así como un vicioso del paseo infinito.

La escritura de Iain Sinclair tiene algo de poética en el sentido que es una ventana que se abre al mundo y que debe ser completada por el lector. Digamos que él simplemente hace una propuesta o un: y si, y a partir de ahí se abren expectativas que no tienen por qué ser coincidentes entre distintos lectores.

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Hay discusiones que son eternas: la intervención de lo público en el sector económico, la no intervención de lo público, y en este sentido uno de esos debates infinitos es el de la construcción de grandes edificios de viviendas, grandes bloques de edificios, rascacielos, frente a la construcción de viviendas unifamiliares. Ciertamente, como todo en la vida, tiene sus puntos positivos y negativos. El espacio no es infinito y por tanto construir un edificio hacia lo alto supone un ahorro de espacio, pero también supone una aglomeración de ciudadanos y por tanto requiere que la gestión de ese espacio tiene que ser tremendamente eficiente. Construir a lo largo supone destruir la naturaleza por completo. O sea que entre una solución y la otra supongo que debe haber un punto medio. Luego, evidentemente, están las corrientes migratorias que hacen que la gente, a pesar de la adoración por la naturaleza, huya del campo para irse a vivir a un lugar tan inhóspito como es una gran ciudad.

Iain Sinclair es un paseante, una especie de explorador urbano, que conforme anda se va preguntando por los porqués, los cómo, los quiénes de las distintas cosas que se encuentra, por su pasado, por lo que había antes allí. Digamos que es como un niño curioso que frente a la experimentación que supone la vida no deja de hacerse preguntas respecto de aquello que ve. En este sentido para entender mejor el texto es necesario buscar en Internet imágenes de los lugares de los cuales se está hablando.

De hecho, por poco que uno se fije en un paseo por la gran ciudad va a ir encontrando innumerables hitos que nos hablan de tiempos pasados, señales que han sido dejadas por el hombre para recuerdo de los que allí estuvieron, para que no sean olvidados. Una lucha por dar sentido a nuestra propia existencia a través del paseo y de la observación. Debemos entender que todo se construye sobre algo anterior, sobre una narración anterior, y eso provoca un conflicto, una lucha en la que normalmente prevalece lo nuevo sobre el antiguo, a menos que esto último sea realmente muy antiguo.

Para terminar, me permito una cita que recoge el autor de Anna Seghers (‘Tránsito’): «Dije que la medicina no funcionaba. Que, de hecho, en realidad ni siquiera existía. Que nadie había sido curado nunca por un médico, que la gente se recuperaba como resultado de alguna coincidencia».

Podría decirse que los edificios son para Sinclair lo que las voces para Svetlana Aleksiévich: una brújula moral y estética.

Josep Masanés
Josep Masanéshttps://josepmasanes.blogspot.com/?view=flipcard
Escritor. Menorca es mi mundo, San Luis su capital. Me gustaría ser un epígono del rey de la vajilla. Pero va a ser que no.

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