Nieve negra. Jorge Benítez Montañés. Libros del K.O. 216 páginas. 15,10 €
Es el deporte de los confinados, aunque uno se pregunta el porqué de que se haya clasificado como deporte algo que se practica sentado en una silla, algo que se juega con el órgano del cuerpo humano que controla todos los músculos. Ajedrez y aislamiento. El ajedrez cuando todo lo demás no tiene sentido. El rey de los juegos de mesa. Como toda obsesión, el ajedrez es juego de bastardos, de canallas, de locos.
Una historia legendaria
Kadid era un monarca indio, belicoso y guerrero. Ganó una batalla pero tuvo que enterrar a su hijo, muerto en la contienda. Una profunda tristeza le llevó a encerrarse en su palacio, a desatender las tareas de gobierno. La melancolía duró años. Hasta que un día se presentó en palacio un brahman de la casta sacerdotal con algo que le iba a arrancar de las profundidas del pozo. Dibujo las casillas en el tablero, dispuso las piezas, y comenzó una partida para enseñar a Kadid las reglas del juego.
Cada partida era diferente, cada juego ordenaba como por azar una situación vital. Un día, en una de las partidas, se replicó el orden en el que su hijo había perdido la vida. El rey, en una esquina, estaba amenazado por las piezas contrarias. El brahman explicó aquel paralelismo: «A veces, vencer exige sacrificar una pieza importante». El sacrificio es una de las grandes lecciones del ajedrez. Quizá una de las más duras, también la que más genialidades ofrece. Kadid comprendió que la maniobra de ataque por el flanco que había dirigido su hijo para proteger al rey le permitió ganar la batalla a costa de perder la vida. La herida del padre cicatrizó.
El ajedrez y un regalo imposible
Cuenta la leyenda que Kadid ofreció al brahmán un regalo, el que quisiera. Y el sacerdote le pidió un grano de trigo por la primera casilla, dos por la segunda, cuatro por la tercera, y así, en progresión geométrica hasta llegar a la última. El tesorero del reino hizo el cálculo final. No había trigo en todo el mundo para satisfacer aquella petición. Kadid, consciente de sus límites, nombró a su brahmán consejero del reino.
Estamos en tiempo de sacar el tablero, disponerlo sobre la mesa y repetir partidas, porque en alguna de ellas llegaremos al orden, o al caos que traduce nuestra situación actual: encerrados, confinados, amenazados por el alfil y las torres enemigas, obligados a buscar el temple de los nervios, a pensar en el futuro, a encontrar salidas cuando toda fuga parece un imposible. Es también el momento de enseñar a los pequeños a jugar.
La nieve negra
Nieve negra es una mirada diferente sobre el mundo del ajedrez y sus grandes jugadores. En el libro no solamente aparecen Bobby Fischr, Kaspárov, Kárpov o el genial Capablanca. Se habla también de Nietzsche, de Céline o de Napoleón, porque el ajedrez, como dice Kaspárov en un libro célebre, nos enseña a ver la vida como un juego de estrategia.
Así estas historias del ajedrez se van entrelazando con el contexto histórico. Por el libro desfilan el disidente Korchnoi, las hermanas Pólgar, o Arturo Pomar, aquel niño genial del franquismo, un tiempo en el que en España brillaban los niños prodigio, desde Joselito a Pomar, prodigio del ajedrez. El ajedrez es, como la vida, una historia de genios, de dioses, de crímenes, de miserias, de adictos a la vida, al juego, a la estrategia, y a las combinaciones más insospechadas.
Un poema de Jorge Luis Borges
En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?
El autor
Jorge Benítez nació en Madrid en 1979. Es periodista. Escribre en Papel, la revista diaria del periódico El Mundo. En 1999 publicó Recordado Nando Altea (Ed. Calambur), libro ganador del Premio de Novela de la Universidad Politécnica de Madrid. Ha escrito varios guiones. Entre ellos Las Huellas, convertido en mediometraje y producido por el director de cine finlandés Aki Kaurismäki.