La violeta del Prater. Christopher Isherwood. Traducción de María Belmonte. Editorial Acantilado.
Dos relatos se unen en La violeta del Prater: el del ambiente de Londres y Viena en la Europa que se despeña hacia la II Guerrra Mundial, y el de cómo nace la idea de una película, cómo toma forma, cómo se llega al final. Isherwood conoce muy bien ambos mundos. Quienes hayan leído su Adiós a Berlín encontrarán en La violeta del Prater la misma precisión en el relato de la vida en las ciudades de la época. Para los amantes del cine, se trata de un precioso relato sobre las eléctricas luchas de ego que hay detrás de cualquier proyecto cinematográfico.
En busca de un guionista
Corre el año 1933. Hitler acaba de ser nombrado canciller de Alemania cuando el escritor Christopher Isherwood recibe una surrealista llamada en su casa. Se le propone en tono conminatorio un encuentro con el director de cine Friedrich Bergmann. Isherwood se hace de rogar, pero accede finalmente a encontrarse con el director y productor cinematográfico de Bulldog Imperial Pictures. En la convulsa Europa de preguerra, la productora pretende sacar adelante un insulso drama romántico, La violeta del Prater y quiere a Isherwood de guionista. Y a ello se ponen.
Bergmann toma bajo su ala al escritor inglés, le orienta y le instruye. Isherwood procede de una familia aristocrática y no sabe cómo habla la violetera del Prater, ni su padre, el vendedor de salchichas. En sus largas jornadas juntos hay más de charla que de trabajo: la productora les ha dado carta blanca, ya habrá tiempo para escribir.
Un mundo que se hunde
Bergmann un personaje excesivo, entrañable y exagerado, enseña a Ishervood los secretos del oficio. Interpreta a los protagonistas, describe los escenarios, los sentimientos de sus personajes. «Fue asombroso», dice Isherwood del momento en el que el director le describió la escena inicial, «de pronto todo adquirió vida: los árboles empezaron a agitarse bajo la brisa de la tarde, la música se oía, los tiovivos se pusieron a dar vueltas, todo el mundo hablaba» […]»Todo resultaba tan sencillo, tan eficaz, tan evidente. ¿Por qué no se me había ocurrido a mí?».
Las largas jornadas laborales están ensombrecidas por la situación en Austria, donde se encuentran la mujer y la hija de Bergmann. Su humanidad y bonhomía se ven empañadas por la desesperanza que le produce el futuro del continente y por la pasividad e indolencia británica al respecto.: “La respetabilidad británica piensa: ”Tengo mis tradiciones y ellas me protegerán. Nada desagradable, nada que no sea propio de un caballero puede ocurrirme en mi jardín privado. Ese respetable paraguas, es la varita mágica de los ingleses. Con ella que tratarán de hacer desaparecer a Hitler. Cuando Hitler, que es un grosero se niegue a desaparecer dirán: “Bueno y a mi qué más me da que llueva un poco”.
La máquina infernal
Bergmann se convierte en el padre sustituto de Isherwood. No solo le instruye sobre la escritura de guion. No. Sus enseñanzas lo abarcan todo: las mujeres, sus secretos y sus elecciones; la literatura, la lucha de clases, y sobre todo ello, planeando, el terrorífico futuro: las imágenes apocalípticas de la destrucción universal que se avecina.
Cuando el productor considera que los escritores ya han tenido suficiente diversión y manga ancha les coloca un sabueso para bridarlos: antes o después habrá que comenzar a rodar. Y aquí comienza lo que Bergmann califica como la máquina infernal. Esta segunda parte del libro es más prosaica. La sumisión inevitable de los intelectuales a los técnicos de una película, que no pierden ocasión de recordarles que son sus rehenes: sin ellos no hay rodaje, ni sonido, ni montaje. La lucha de egos de los actores, sus caprichos, la guadaña del tiempo. Salvando las distancias, recuerda a la genial crónica Aventuras de un guionista en Holywood de William Goldman.
La novela, escrita en 1945, está basada en la propia experiencia del autor durante el rodaje de Little friend, en 1934, que dirigió el director austriaco de origen judío Berthold Viertel.
Christopher Isherwood es autor de Adiós a Berlín (Goodbye to Berlin, 1939), obra que, junto a otros relatos, sirvió de base para el musical Cabaret, llevado al cine en 1972.
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