‘Prado negro’, el olvido de los otros de Manuel García

Prado negro. Manuel García. Ediciones Hiperion. Madrid. 2021

Ver, oír, tocar y «sabotear el tiempo en el fondo de su vaso diario de aguardiente». Así escribe Manuel García sobre las cosas importantes que forman parte de su libertad. El secreto, apunta en el prólogo, está en «ese olvido dichoso de los otros». Ajenos a los mensajes encerrados en una botella en el mar, a las cartas certificadas, a los mail que nunca piensa contestar. Los poemas de Prado negro giran en torno al paisaje, a la vida telúrica de las rocas, o al azahar que suspende el tiempo («si hay algo que paralice el mundo es el azahar»), a la mirada fascinaba que contempla la nieve y sus formas, a la muerte, la historia personal, el vino y la escritura.

Los latidos parados

Prado negro es un libro compuesto con letras de registros diversos. Comienza el paso el paisaje, y los reflejos en el interior, como en Invierno y olivar, donde poeta contempla un olivar preñado, de olivas no recogidas, abandonadas al viento: «Como madre que ve cómo se pudren antes de andar sus hijos, así, no sé en qué rama, en qué intemperie se quedaron parados mis latidos». Le siguen el silencio de la nieve, o la explosión de trueno, esa «voz que llega del futuro» para contar una verdad terrible: «Y minetras mejor vivas, lo sabrás sin decírselo a nadie, sin escribirlo apenas: que hubo un poeta en ti que ya está muerto». Al poeta le llaman una encina varias veces centenaria, una roca «con fuego dentro» o las ruinas de un cortijo: «si pasas tú, mortal, sigue muriendo y párate a mirar la primavera que habrás de ser debajo de tu traje».

Carne de perro

En Perros de compañía (disertaciones acerca de la carne de perro), el poeta cambia de tercio, la música se hace dura y cortante, y se despliega en cantares al amigo muerto, «no faltará el verso que diga su nombre ni faltará el vino para recordarlo». Son letras amargas, como en La copa rota: «Por más que la copa vuelva a tus labios, no se sacian: hay manchas que quedan siempre y sed que nunca se apaga».

En Perros de compañía, escrito con tinta de ironía, el tema es el dolor de la libertad: «y tú, que estás leyendo por error estos versos, calcula que al tremendo dolor de ser más libre es preferible ser carne de perro». La vida del poeta transita por los bares, la geografía a la que siempre recurre: «y vuelves otra vez a vaciarte sin luz, con la conciencia de esfumarte en la tarde, Te sientas en un bar a escribir lo que sabes: que una nada te busca y tendrá que encontrarte».

Prado negro continúa con El combate de Tancredo y Clorinda, poema escénico y se cierra con el Cuaderno de otoño. Son poemas en prosa en los que recuerda su infancia: la nieve, el gato Sam al que envenenó con abono químico para creerse Dios, el agua o el vino: «yo también me emborracho para ser eterno». Y la escritura: «y ahora, después de tantos años, cuando escribo, todavía no sé lo que estoy escribiendo».

Aguardiente Arenas

El aguardiente Arenas es un dardo que nada por la sangre. Cuando lo bebes, baja por la garganta una calentura que es la debilidad del cuerpo y la euforia de la mente. Tomarlo es habitar el paraíso blanco de la desmemoria, un jardín propio, el cuarto de la verdadera intimidad. El aguardiente Arenas se adueña de la sangre mientras hacemos las cosas cotidianas: comprar en los mercados, andar por la calle, escribir los poemas, hablar con la gente, hacemos como que vivimos y somos normales. Pero no, no somos normales, porque por nuestras venas nos conduce un naufragio, porque nuestros ojos ven detrás de esa nube blanca y porque una garra ardiente nos atenaza con la esperanza irrepetible de su dulzura. El aguardiente Arenas me dio mis mejores momentos. Por eso, cuando salgo de España y no puedo beberlo, como ahora me pasa, tengo que recurrir a sucedáneos como el vodka, que es como soñar con un cuerpo cuando se abraza otro.

El autor

Manuel García (Huéscar, Granada, 1966) ha publicado como poeta Estelas (Diputación de Granada, 1995), Sabor a sombras (Point de Lunettes, 1999), Cronología del mal (Point de Lunettes, 2002), La mirada de Ulises (Prensa Cicuta, 2006), Poemas para perros (Point de Lunettes , 2008), Manuel de cordura (Diputación de Valladolid – Fundación Jorge Guillén, 2008) y De bares y de tumbas (Hiperión, 2011), La sexta cuerda (Hiperión, 2014), Es conveniente pasear al perro (Hiperión, 2017), Mejor la destrucción (Renacimiento, 2018) y Prado negro (Hiperión, 2021). Como narrador ha publicado Mañana, cuando yo muera (Algaida, 2019), que cuenta los últimos años de la vida de Ángel Ganivet. Ha versionado en versos castellanos el Epitafio (2009 y 2012) y los Dieciocho cantares de la patria amarga (2012) de Yannis Ritsos.

Toca la viola de gamba y ha colaborado con sus textos y sus versiones literarias en la edición de varios discos de la sevillana Accademia del Piacere. Es encuadernador y ha traducido del francés el libro de Octavio Uzanne La encuadernación moderna, artística y caprichosa (2012). Hace labores de editor en Point de Lunettes. Ejerce de profesor de instituto en centros de Andalucía.

Conversación entre Miguel Munárriz y Manuel García

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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