Historia de África desde 1940. El pasado del presente. Frederick Cooper. Editorial Rialp
Uno tiene la impresión de que los problemas del mundo occidental en las primeras décadas del siglo han relegado el interés por África a un tercer plano. África era noticia constante en los informativos del final del siglo XX. La llegada del nuevo siglo, con sus oleadas de emigrantes y sus movimientos de refugiados, han convertido el continente en una referencia de dolores de cabeza, para algunos, oportunidades de crítica occidental para otros, y mercado de la solidaridad para un tercer grupo. El continente terminó el siglo como la única área del mundo en la que el combate contra el hambre estaba fracasando. Hoy muestra zonas de desarrollo económico pujante, que no han disminuido la enorme desigualdad entre las élites y las clases bajas.
Una obra de referencia
Las clases medias siguen siendo tan solo una aspiración en muchos países. Pero África reclama su lugar en el mundo, y para entender un continente de una enorme complejidad y diversidad, hay pocos textos de altura. El de Cooper es una referencia que se maneja en la universidades con títulos de prestigio. El libro, como afirma su autor, «se centra en el continente africano al sur del desierto del Sahara, pero en el contexto de los vínculos, continentales y de ultramar, que pergeñaron la historia de esta región».
Una de las líneas que Cooper se marca como objetivo en esta obra ambiciosa es la de superar «una de las divisiones clásicas de la historia africana: entre lo «colonial» y lo «postcolonial». En cierto modo, lo hace para que podamos preguntarnos precisamente qué factor diferencial supuso el fin de los imperios, así como qué tipo de procesos continuaron incluso cuando los gobiernos cambiaron de manos».
El África del siglo XXI
El relato de Cooper se centra en los procesos y las actitudes que se generaron entre los africanos, y que no estaban en los planes de los colonizadores. Los campesinos de Kenia, los intelectuales educados en las escuelas coloniales, los inmigrantes que llenaron las ciudades y las minas del África austral, o los movimientos cristianos. Los años cuarenta fueron el momento de oportunidades de prosperar, económica, social y políticamente. Cooper apunta a que la retirada de los colonizadores se debió a la creciente demanda de derechos civiles y políticos. Luego llegaron años de desarrollismo, fracasado, que llevaron a África a una dependencia de las instituciones internacionales en los años setenta y ochenta del siglo pasado.
Cooper tiene una visión esperanzada del África del siglo XXI y de su lugar en el mundo. El cambio político en el continente «no proviene solamente de intrusos bienintencionados que se salen con la suya, o de auténticas comunidades locales que derriban a los todopoderosos. Una y otra vez, el cambio ha sucedido por la interacción» Y afirma que como deja clara la experiencia de los movimientos sociales transnacionales, «no resulta del todo utópica la posibilidad de que se puedan cambiar las instituciones a gran escala». En su última pregunta, Cooper apunta a que la esperanza está en forjar asociaciones y mutuas alianzas, nuevas formas de acción religiosa, cultural y política que ofrezcan nuevas esperanzas para el futuro.
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