El canto de la nieve silenciosa. Hubert Selby Jr. Traducción de José Luis Piquero. Hermida editores.
En los cuentos de Hubert Selby Jr. los personajes se suelen llamar Harry, son seres solitarios, y perciben el mundo como si habitaran en el fondo de una laguna del bosque: contemplan las cosas en claroscuros, y escuchan siempre una voz interior que es la que suele arruinar sus destellos de felicidad. El canto de la nieve silenciosa es una colección de cuentos y relatos breves marcados por esa luz que parece anticipar la dicha. Es tan solo un instante. A veces, como en el relato que da título al volumen, la luz es la tentación de la nada, de dejarse llevar, de anularse en una ataraxia indolora y dulce. Pero a pesar de sus fracasos, los Harrys que habitan en los cuentos de Selby tienen un apego a la vida. A veces una adhesión absurda, infantil. Pero de una fortaleza y una convicción que mueve la piedad del lector, la identificación con todos los pretextos y certezas que componen la idea de la vida buena.
El abrigo
De todos los cuentos que componen este magistral volumen, el que mejor refleja esa irracional voluntad de vivir, es El abrigo. Selby retrata la vida urbana. No hay en su escritura ningún afán moralista. Más bien al contrario, anota las contradicciones de sus personajes, las divergencias entre su voz interior y lo que se espera de ellos, o el descarrilamiento de su vida por una tensión mal resuelta.
En El abrigo se trata de un mendigo que embellece la fealdad de su mundo a través del vino moscatel. Su asidero a la vida es un abrigo militar que le salva de frío y le acaricia el cuello. Cuando es ingresado en un hospital como consecuencia de una paliza, su vida estará a punto de naufragar ante el temor de que los celadores hayan perdido la única prenda, mugrienta y vieja, que le ata a la existencia.
El campeón y la duda
Uno de los Harrys de Selby es el centro de la atención de Hola, campeón. Un amante dubitativo e inseguro quiere causar una buena impresión a la mujer que desea. Y le pide a Jack Dempsey, viejo campeón de boxeo que regenta un restaurante, que le salude como si le conociera de toda la vida cuando lleguen a cenar. Los personajes de Selby están más acostumbrados al fracaso que al éxito. Y cuando la cosas funcionan, simpre hay una gota de ácido en su alma que comienza a corroer el brillo de las superficies perfectas, hasta quebrar el cristal de la felicidad en mil pedazos. Lo que comienza siendo una victoria en Hola campeón, será lo que tumbe a Harry en la lona de la vida.
La vida de Morris estallará una tarde que regresa a casa del trabajo. Todas sus tensiones, sus demonios interiores, le dominan en una batalla absurda para conseguir que su hijo de ver la televisión. Selby escribe desde la realidad y desde el corazón. Nos relata las fantasías de un hombre con la mujer que ve todos los días en el metro, antes de caer en la frustración de su vida conyugal. O la obsesión por un vendedor con las galletas chinas de la buena fortuna. Su éxito en las ventas se convierte en una molesta victoria.
Selby y los beat
Solos, sin fe, sin futuro, los personajes de Selby conectan siempre con el lado sombrío de la existencia: «pensó en la tristeza y en la soledad (pero no en la aventura) que siempre habían estado asociadas al mar y sintió una conexión entre él y esa soledad». En Estoy siendo buena, una madre escribe a su marido desde el psiquiátrico en el que está internada. En El sonido, entre brumas y dolores, un recluso recuerda los instantes previos a la muerte de su padre en medio de una colosal tormenta.
Selby es en El canto de la nieve silenciosa un maestro del relato. Sorprende que no aparezca en la Antología del cuento norteamericano que editó Richard Ford. No fue un escritor bien valorado. Su gran éxito fue Última salida para Brooklyn (!964). Tuvo un gran talento literario, formado a partir de algunas lecturas de Joyce y de Melville, de Babel y de Céline, y poco más. En sus libros se pueden rastrear esas influencias. Se le vincula a los beatniks (Kerouac, William Burroughs), pero ese rastro se aprecia más en su vida que en su obra. Tenía un gran conocimiento del alma humana. Escribió también poesía. Y en uno de sus Salmos dejó estas frases que condensan muy bien el espíritu de estos cuentos:
No, Dios,
no, no hay perdón para ti.
Pero voy a perdonar a los demonios,
estos desamparados instrumentos de Tu semblanza
y querer a mis amigos,
consolarles,
ayudarles a encontrar todos sus desprendidos, torturados «ellos mismos».
Lavar las heridas de sus rodillas
y ayudarles a mantenerse con dignidad
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