El cerebro narrativo. Lo que nuestras neuronas cuentan. Fritz Breithaupt. Traducción de Joaquín Chamorro Mielke. Editorial Sexto Piso.
En un mundo en el que todos hablan del poder del relato en la comunicación, por fin llega un libro que aborda la narración desde un punto de vista científico, al tiempo que se apoya en las experiencias cotidianas de la ficción. El ser humano se ha servido de lo narrativo para transmitir experiencia y conocimiento, para compartir emociones, para crear comunidad. Las narraciones nos permiten coexperimentar, escapar de la prisión cerebral para que nuestra conciencia trascienda el aquí y el ahora, con una movilidad que, en opinión del autor, es el gran logro evolutivo de nuestra especie. La narración, por tanto, está ligada a la evolución. Narrar ha hecho al hombre, el relato ha permitido el desarrollo de una cualidad humana tan relevante como la empatía.
Y ¿por qué nos adentramos en un relato? El autor de El cerebro narrativo asegura que buscamos la gran recompensa de las emociones. Los relatos se transmiten en episodios, en los que se marca un principio y un final. Y en cada episodio, las emociones son las encargadas de fijar la idea de que algo se ha logrado, de que una transformación personal se ha consumado. Una narración ofrece compartir una experiencia, y permite así reproducirla sin límite. Los niños piden el mismo cuento una y otra vez, porque en cada impresión, sienten la recompensa de las emociones. No importa que ya conozcan el final. Es más, como nos pasa con la música, el hecho de conocer la melodía y sus variaciones, refuerza el sentimiento que nos despertó la primera vez que escuchamos una sinfonía.
La obra de Breithaupt tiene algunos capítulos magistrales, de una gran perspicacia. Por ejemplo el que dedica a investigar la relación entre los cuentos de los hermanos Grimm y la ideología de la Ilustración. Es entonces cuando la vulnerabilidad de los personajes se torna en los relatos populares como algo positivo que es elevado a la categoría de valor. El que vence ya no es el fuerte, sino el vulnerable, que tiene que aplicar una estrategia para convertir su debilidad en una ventaja: “una ideología de la vulnerabilidad cambia el imperativo moral negativo de que no hay que hacer daño a nadie por el giro positivo de que lo vulnerable es en sí el bien: por lo tanto es deseable ser vulnerable”. La huella de ese cambio radical se mantiene en el psicoanálisis, en los movimientos obreros, en la pedagogía moderna, en el feminismo y todos los movimientos que parten de la categoría de víctima para sus individuos. Todo ser vulnerable tiene más capacidad de llamar la atención.
El cerebro narrativo no solo estudia las funciones de la narración sino que se adentra en las posibilidades que el pensamiento narrativo tiene a la hora de definir las identidades y conocer quiénes somos o lo que los unos sabemos de los otros. La narración presenta aquí posibilidades de juego casi infinitas, pero también se detiene en seco cuando las personas son etiquetadas: “entonces, el pensamiento narrativo ya no encuentra ningún espacio de jugabilidad y de posibilidades de acción, y corre como sobre raíles. Ya nada podrá ser diferente”.
El ensayo de Breithaupt termina con un llamamiento a superar la inmadurez narrativa de una sociedad que puede caer con facilidad en “la pobreza o el desánimo narrativos” El pensamiento narrativo es una forma de hacernos sensibles para la contingencia: todo puede ser diferente. “Y esta sensibilización para la contingencia y la tolerancia de la ambigüedad, por una parte, refuerza la esperanza de un final justo, pero al mismo tiempo nos prepara para otras posibilidades”. Por eso, el autor nos anima en el tramo final de su ensayo a no ser meros consumidores de relatos, sino a ser Homo narrans, a ser personas que narran sus propias historias y a utilizar todo el potencial del cerebro narrativo.