Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad. Lola López Mondéjar. Anagrama Argumentos.
Toda identidad se construye a partir de una narración que integra hechos, experiencias, pensamientos, recuerdos en una búsqueda de sentido. López Mondéjar examina en este ensayo los orígenes y las consecuencias de una pandemia que afecta al hombre digital: la adopción de lo que llama identidades adhesivas, y la pérdida de la capacidad para narrarse, para entenderse, y por tanto para convivir: «la atrofia de esta capacidad de imaginar y pensar nos coloca frente a un nuevo tipo de individuo cuyas mutaciones apenas podemos vislumbrar: individuos sumisos, estultofílicos y actuadores, que huyen del pesamiento y evacuan mediante la acción un malestar que apenas pueden representarse». Psicoanalista de profesión, López Mondéjar constata la incapacidad de sus pacientes para relatarse. Y sin relato, el psicoanálisis se desmorona.

A lo largo de ‘Sin relato’, López Mondéjar advierte que vivimos en una época corrosiva para la individualidad. El consumo digital, la colonización de la atención de las grandes audiencias de las pantallas, covnertidas en una extensión del cuerpo, propaga modos de ser que arrasan con la capacidad crítica y el afán de construir una historia propia, una identidad única. Somos, en su consideración, rehenes del algoritmo, seres dominados por un neocapitalismo que ha visto en la tecnología un gran negocio, basado en la creación de burbujas y cámaras de resonancia, y una oferta mimética que ahoga la diversidad.
La creación y oferta de esas identidades adhesivas no es nueva en la historia de la humanidad, y el libro lo reconoce cuando busca en el nazismo, por ejemplo, los mecanismos de anulación de los individuos, sus métodos para anestesiar las posiciones críticas. La novedad es la capacidad actual de las grandes corporaciones digitales, la fuerza e inteligencia de sus modos de actuación, su conocimiento de la neurociencia, la velocidad de propagación de sus ofertas, el músculo persuasivo puesto al servicio de su negocio.
Menos mal que en los últimos capítulos de su ensayo López Mondéjar apunta, en un par de párrafos, las ventajas de la era tecnológica. De lo contrario estaríamos ante un texto más de los muchos que abundan con colores apocalípticos. Así, hacia el final, añade: «observarán los lectores que no nos detenemos en los beneficios que las redes sociales nos aportan porque son evidentes…. Hemos optado por subrayar los efectos indeseables que las redes producen en nuestro psiquismo precisamente por la atracción que sus ventajas conllevan». Quizá a los inconvenientes de las redes les ocurre lo mismo que a las ventajas, que resultan evidentes: asilamiento social, pérdida de habilidades sociales, merma de la capacidad expresiva, oral y escrita, falta de introspección, y ausencia, por tanto, de las herramientas básicas que nos sirven para dar sentido a la vida propia.
El libro es amplio, 335 páginas. Y en su devenir, López Mondéjar se mete en muchos asuntos, algunos relacionados con la actualidad. Así, llama la atención que cuando subraya que, a pesar de todo, sigue habiendo personas con capacidad de rebeldía, de construir su propia biografía al margen de la corriente, cite entre sus modelos a Greta Thunberg, la joven activista sueca que riñe a gobiernos y poderes globales para que tomen medidas ante la alarma climática. A estas alturas de siglo está muy claro que Thunberg es una pieza de marketing que obecede a intereses muy concretos, y que ha tenido notoriedad gracias a la capacidad de las redes de secuestrar nuestra atención. La autora siembra también algunos comentarios que desconciertan, como cuando atribuye un comentario de fobia contra los homosexuales que ha oído en la calle, al voto creciente a Vox en su región de residencia: Murcia.
Más allá de esos detalles el libro se lee con sumo interés. Trata de un asunto antiguo, la persuasión colonizadora de la mente humana, actualizado al mundo digital, y propone una adaptación humanista a la tecnología: regresar al contacto humano, a la fricción en la que se crea la personalidad, al diálogo presencial en el que se fundamenta la democracia. Es decir, a la comunicación de calidad, la que parte de la escucha, del reconocimiento del otro, de la preocupación por las vidas y existencias que pasan junto a nosotros.