Cuando se recuerda a las grandes escritoras del siglo XX, el nombre de Rosa Chacel (Valladolid, 1898 – Madrid, 1994) sigue siendo un enigma para muchos jóvenes lectores. Y sin embargo, su obra ocupa una cumbre singular dentro de la literatura española: no tanto por su difusión, que ha sido siempre escasa y minoritaria, como por la intensidad intelectual, estilística y moral de su escritura. Rosa Chacel fue una autora incómoda, brillante, radicalmente libre y ferozmente lúcida. Leerla hoy no es fácil; pero es un privilegio. También te puedes acercar a su figura en este enlace, que te lleva al capítulo de A Fondo en el que Soler Serrano entrevista a Chacel.
Una voz insumisa en el siglo XX
Chacel fue parte de la llamada Generación del 27, aunque no con la misma notoriedad que sus compañeros masculinos. Se formó en la Residencia de Señoritas de la Institución Libre de Enseñanza y fue amiga de Ortega y Gasset, quien publicaría su primera novela, Estación. Ida y vuelta (1930), en la Revista de Occidente. Fue esposa del pintor Timoteo Pérez Rubio y vivió el exilio tras la Guerra Civil en Brasil y Argentina, con etapas posteriores en Nueva York, Roma y finalmente en Madrid.
La literatura de Chacel no es ni complaciente ni fácil. Como ha escrito la historiadora literaria Carmen Martín Gaite: “Chacel no pide lectores, exige cómplices”. Su prosa es compleja, cargada de introspección, simbolismo, y reflexión filosófica. Como narradora, no sigue el ritmo de la acción, sino el pulso de la conciencia.
Obras fundamentales: un itinerario para descubrir a Rosa Chacel
Para quien no se haya asomado nunca a su mundo, proponemos este recorrido, que va de menos a más en dificultad y hondura:
- Memorias: Desde el amanecer (1972) y Al sur de la memoria (1992). Una puerta de entrada accesible y reveladora. En sus memorias, Chacel despliega su carácter, su historia, y su mirada crítica sobre el siglo. Aquí se ve a la escritora en carne viva, enfrentada a los dogmas, los afectos y los traumas del exilio.
- Novelas breves: Estación. Ida y vuelta (1930). Primer ejercicio de estilo, a medio camino entre el simbolismo y el existencialismo. Novela de formación sobre una adolescente en crisis. Imprescindible.
- Trilogía del ciclo de Teresa:
- Memorias de Leticia Valle (1945): su novela más célebre. Una niña precoz en un pueblo de provincias, una historia de iniciación teñida de deseo, poder y represión.
- La sinrazón (1960): novela-río, profundamente orteguiana, donde el análisis psicológico alcanza una densidad inusual.
- A la orilla de un pozo (1991): cierre del ciclo, compleja y deslumbrante.
- Ensayos y conferencias: En Saturnal (1970) o La confesión (1971) se halla una de las prosas ensayísticas más exigentes de la literatura española del siglo XX. Reflexiona sobre el arte, la escritura, la muerte, y el cuerpo femenino con una libertad que aún hoy incomoda.
Una literatura de la conciencia
Chacel es heredera de la tradición introspectiva y ensayística de Ortega, pero su estilo posee una densidad casi proustiana. No se somete a la historia ni a la trama, sino al pensamiento. La narración para ella es un ejercicio de lucidez: “No escribo para contar cosas, sino para pensar cosas”. La frase es suya, y resume una poética. Su escritura desborda la página, exige al lector un esfuerzo poco común: pero también una recompensa rara, una clase de iluminación.
Juan Goytisolo escribió sobre ella: “Fue la más inteligente de su generación. La más ingrata de leer. Pero también la que más arriesgó, la que más lejos llegó en la forma de pensar una novela”.
El carácter: orgullo, lucidez y distancia
Chacel fue célebre por su carácter difícil, por su lengua afilada, su arrogancia intelectual y su antipatía. Se mantuvo al margen de las modas literarias, despreció los premios fáciles, y nunca se sometió al paternalismo con el que algunos editores querían tratarla. “No soy una escritora mujer, soy una escritora. A secas. Y eso molesta”, dijo en una entrevista en 1983.
Rafael Conte la describió como “una esfinge con bata de casa”, y muchos recuerdan sus desplantes, su sinceridad brutal, su sarcasmo. Fue temida, no tanto por su genio, como por su incorruptibilidad.
Herederas de Chacel: su estirpe literaria
No son muchas las escritoras que han recogido su antorcha. Quizá porque Chacel nunca fue un modelo fácil de seguir. Pero su influencia se percibe en autoras como Belén Gopegui, en la introspección crítica de Marta Sanz, en la densidad simbólica de Mercedes Cebrián, o incluso en la exploración intelectual del yo en Clara Usón.
El escritor y editor Andrés Trapiello afirmó que “si Chacel fuera francesa, estaría en los programas de instituto y tendría su rostro en los billetes de diez euros”. La ironía duele porque es cierta: Chacel, como tantas escritoras de su siglo, fue relegada por su carácter, su género y su exigencia intelectual.
Leer a Chacel hoy: una necesidad
En un tiempo dominado por la inmediatez, el testimonio emocional y la escritura rápida, Rosa Chacel es un desafío. Pero uno necesario. Sus novelas, sus ensayos, sus memorias, devuelven al lector el gusto de pensar. Escribir, para ella, era una forma de justicia.
La joven que en 1918 dio una conferencia en el Ateneo de Madrid titulada La mujer y sus posibilidades —y escandalizó a los presentes al hablar del deseo femenino con total libertad— es la misma que 70 años después decía: “Moriré escribiendo. Porque sólo escribiendo puedo estar viva”.
Lo cumplió. Y nos dejó una obra que no se agota, que no se adapta, que resiste. Como ella.