Buenos días, España. 12 de diciembre

No nos habíamos recuperado del documental de la Preysler, de las lágrimas de su chófer y de la crueldad de Tamara, que desde su ser adiposo llamó gorda a Ramona, la cocinera de mamá, cuando llegó Sánchez, toda vestida de azul, a presentarnos un libro que no ha escrito, pero que asume como propio. No solo no lo ha escrito, es probable que ni siquiera lo haya leído. ¿Qué necesidad tiene? ¿Qué le va a contar a Sánchez un libro sobre Sánchez que Sánchez no sepa? Con la de cosas que Sánchez le podría contar al libro y no le ha contado.

Le ayudaron en la faena teatral una periodista de El País y Jorge Javier, desterrado de Tele5 y convertido en mayordomo por una mañana.  Lo de JorgeJa tenía sentido, y fue la estrella de la juerga, porque se lo tomó como una competencia entre dos narcisistas, que es de lo que se trataba. El sultán se llevó a Jorge para ver qué gallo es más gallo en la gallera.  La chica de El País pasó mucha vergüenza, pero vistió la cuota sexual con rigor.

La ideológica no, porque mientras el sultán se quejaba de que las tertulias están llenas de señores de derechas, él puso a su lado a dos que presumen de izquierdistas: el primero JorgeJa, que siempre dijo que hacía programas para rojos y maricones, y la segunda que representaba a un periódico al que todo lo que hace Sánchez le parece bien, menos el nombramiento de Oliver al frente de la agencia Efe, que se lo tomaron como algo excesivo.


Los presentes tuvieron que pasar por una tormenta de insultos antes de entrar por la puerta del Círculo de Bellas Artes, el lugar elegido para la sesión. En la puerta estaban los protestantes, que ya acompañan al sultán en cualquier acto público. Vaya donde vaya, le ponen de chupa de dómine. El sin embargo asegura que solo percibe el amor que le entrega la calle en cuanto pone el pie en el asfalto. Su narcisismo le blinda ante las críticas, y escucha la bronca como un elogio, y los insultos como piropos a su cuerpo serrano, a su porte de caudillo.

Asistieron catorce ministros, rieron catorce ministros, aplaudieron catorce ministros, catorce ministros que deberían haber estado trabajando. Ninguno de esos ministros acompañó al Rey Felipe a la toma de posesión de Milei. Para este gobierno la historia no cuenta nada, tan solo vale la ideología, y al Rey le dejaron solo, aunque no pareció que echase de menos a ninguno ministro. Catorce ministros en una matinal que resultó una obra pornográfica del cinismo.

Deberían haber estado trabajando, pero ayer había recreo para jalear al Fuhrer que nos ha entregado el segundo tomo de mi lucha, titulado Tierra Firme. Firme el ademán, como cantaba el fascio en tiempos del otro caudillo. En primera fila reían las gracias, Marlaska y Óscar Puente. Estaba también la melena de Yolanda, que caracoleaba en posición de privilegio. Yolanda se parece cada vez más a Luis XIV y está a punto de vestirse de armiño para acudir a la siguiente manifestación en Madrid, que está convocada por los sindicatos contra los supermercados en vísperas de la Navidad, que es cuando más molesta una huelga a la campaña del marisco.  

Fue una sesión muy reveladora de la verdadera personalidad de Sánchez. Unos dicen que es astuto y taimado, un malvado alimentado de resentimiento, un psicópata de libro, un esquizofrénico que por la mañana es el doctor Jekyll y por la tarde mister Hyde. La esquizofrenia explicaría los cambios de opinión radical y también la risa de caballo en la investidura. Incluso nos permitiría entender que un día dijera que iba a hacer un muro y al día siguiente no lo recordara.

Pero yo creo que todos esos adjetivos de la psicopatología clínica son producto de la exageración y no terminan de afinar el retrato, el perfil del sujeto. En la presentación de su libro lo que vimos fue un ejercicio de melapelismo. Se llama así a la actitud indiferente ante toda cuestión relevante. El melapelismo es la capacidad de pasar olímpicamente de todo criterio político, de toda decencia, de todo límite. En Italia lo llaman menefregismo, porque el italiano, cuando algo se la sopla de verdad dice me ne frega. Y en momentos extremos puede decir me ne frega un cazzo, que en traducción al español vulgar se podría convertir en me importa una mierda.

Cuando a Isabel Preysler una voz en off le pregunta por su criterio para poner la mesa en Navidad, la señora se toma la pregunta muy en serio y responde con ideas que son obviedades, pero al menos están bien colocadas en su sitio, son pertinentes. Cuando a Sánchez le preguntan por la amnistía se lo toma a broma y responde con una gracia que Puente ríe feliz en primera fila como si ya hubiéramos llegado al planeta de los simios. Si habla del mediador, Sánchez se ríe, si le preguntan por las cercanías, se descompone de risa, y aplica la guasa a toda cuestión por importante que sea. Carece de solemnidad, está privado de todo sentido de lo serio, no concibe la política más que como una broma, como un chiste, y él también, como Bolaños, parece recién llegado de una orgía con cabras.

En definitiva, todo se la pela, de ahí el melapelismo al que hemos aludido como actitud general ante la vida. Ese estilo, esa forma de ser, esa actitud vital de reírse de todo y de todos se ha contagiado a todo el consejo de ministros. El primero que cogió el virus fue Bolaños. Pero la epidemia se extendió rápidamente al resto. Y así tenemos a un ministro de transportes al que se la pelan los trenes que pasaban casi por debajo de donde se celebraba la fiesta, una vicepresidenta a la que se la pela el empleo, y una ministra de infancia y juventud a la que se la soplan los niños porque ella ha venido solo para llenar con unos cuantos adolescentes las últimas filas del salón de presentación de esa obra magna, de ese ejercicio de vanidad intrascendente que es el Tierra firme, manual de melapelismo del sanchismo.

Podríamos seguir así hasta llegar al titular de cultura, que debió de disfrutar durante la mañana del lunes mientras los canales de Moncloa, las redes, y las terminales emitían en directo esa ceremonia organizada a mayor gloria de un tipo al que todo le da igual mientras sea el centro de la fiesta. No es extraño que haya filósofos en esta hora de la evolución, como un tal Franco Berardi, que proponen que la especie abandone su reproducción. Uno ve a Sánchez hablar de si mismo y piensa que los humanos hemos llegado al más alto grado de perfección.

Ahora, si lo conoce y está habituado a sus trolas, entonces concluye que se trata de un experimento de la naturaleza, un ensayo, una prueba, para ver qué pasa en la especie si creamos el ser más narcisista que ha creado la humanidad. ¡Un libro! No hay libro que contenga el prodigio, no hay tomo que pueda encerrar tanta luz, tanto talento. Al lado de esa gloria, las cosas son banales cuestiones, como las que ocupan a Isabel Preysler en su continuo deambular por la casa de los trece baños con sus correspondientes retretes.

Lo que vimos este lunes en el Círculo de Bellas artes fue una ceremonia de invitación general a la indiferencia, al pasar de todo, a reducir las cosas más relevantes al absurdo insustancial, al no pasa nada, al vamos a reírnos un rato que somos estupendos. Fue el acto político más importante de este gobierno, una declaración política que propone dejar la política en manos de los pícaros, esos que no tienen nada que perder, ni siquiera la vergüenza. Han corrompido todas las instituciones y no ha pasado nada. Y están celebrando que la fiesta les ha salido gratis. ¡Que digo gratis! Entre todos le hemos pagado la presentación de un libro que no ha escrito, que no ha leído, y que no cuenta nada, porque su único plan es que tu abandones toda esperanza y celebres la fiesta con idéntico y frívolo cinismo.

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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