El filósofo surcoreano-alemán Byung-Chul Han ha sido galardonado con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, un reconocimiento que corona su estatus de gurú cultural global. Han se ha convertido en una figura ubicua en librerías, editoriales y redes sociales. Su prosa breve, apodíctica y melancólica, combinada con títulos llamativos como La sociedad del cansancio, La expulsión de lo distinto o La sociedad de la transparencia, lo han convertido en un autor de culto para una época que se reconoce en el diagnóstico de su malestar. Sin embargo, el brillo de su éxito editorial contrasta con la fragilidad conceptual de muchas de sus tesis, una falta de rigor que resulta llamativa para quien espere en Han un pensamiento filosófico de largo aliento
Filosofía de la intuición: aforismo, collage, consigna
La forma misma de los libros de Han delata un pensamiento que privilegia la intuición y la frase lapidaria por encima del desarrollo argumentativo. Sus obras son breves, divididas en capítulos que apenas rebasan las dos o tres páginas. En lugar de conceptos desplegados con profundidad, encontramos impresiones o intuiciones sostenidas con un aparato de citas que a menudo opera como ornamento más que como fundamento. El filósofo se ampara en autores tan variados como Heidegger, Hegel, Foucault o Baudrillard, pero las referencias rara vez se detienen a desentrañar tensiones o contradicciones entre ellos.
Al contrario: Han suele cortar y pegar fragmentos de autoridad, sin someterlos al escrutinio crítico. Muchas de las traducciones de sus citas —particularmente de textos franceses o griegos— han sido cuestionadas por filólogos y especialistas. En algunos casos, como señala Markus Gabriel, las traducciones distorsionan el sentido original, reforzando la impresión de que Han se interesa más por el efecto que por la exactitud. Sus textos, escritos en alemán, aparecen en español con rapidez inusitada: un síntoma más del fenómeno editorial en que se ha convertido.
Un pesimismo sin historia
El eje central del pensamiento de Han es una crítica al presente. Las nuevas tecnologías, la hipertransparencia, la autoexplotación, el narcisismo digital, la pérdida del otro, la caída de la negatividad, el exceso de positividad… todo se ordena bajo la lógica de una catástrofe antropológica silenciosa. El sujeto posmoderno, según Han, vive disuelto en un infierno de rendimiento y visibilidad, incapaz de experimentar la alteridad, el misterio o el silencio. Pero este diagnóstico, aunque seductor, adolece de un defecto estructural: carece de contexto histórico.
En Han no hay una teoría del capitalismo que explique los mecanismos de producción, ni un análisis de clase, ni un estudio serio de las transformaciones económicas o técnicas. El capitalismo es una presencia vaga, un telón de fondo apenas esbozado. La historia desaparece, y con ella, la posibilidad de cambio estructural. Lo que queda es una fenomenología lírica de la decadencia. Su visión del presente es tan sombría como ahistórica, y eso lo convierte, más que en un pensador crítico, en un melancólico reaccionario.
El conservadurismo disfrazado de crítica
Aunque Han es percibido por muchos como un autor progresista, su pensamiento encierra una veta profundamente conservadora. En su elogio del silencio, de la negatividad, del ritual, de la lentitud y de la comunidad orgánica, resuenan ecos de Martin Heidegger y de una crítica antimoderna que se opone frontalmente a la racionalización del mundo. La modernidad, para Han, parece haber sido un error: todo lo que ella trajo —igualdad, racionalidad, emancipación— queda asociado con la pérdida de sentido, de misterio, de alma.
Es significativo que Han apenas dialogue con pensadores contemporáneos que defienden horizontes emancipatorios —no hay Marx, no hay feminismo, no hay pensamiento decolonial, ni siquiera una preocupación sostenida por la justicia o la redistribución. Su obra es una crítica cultural encerrada en sí misma, una elegía de un mundo perdido que, en realidad, nunca existió.
La seducción del vacío
¿Por qué entonces Han tiene tanto éxito? Porque ofrece diagnósticos simples, intuitivos, que confirman el sentimiento de incomodidad del lector moderno. Sus textos no incomodan: reconfortan. Su crítica a las redes sociales, al ruido digital, a la productividad sin fin, sintoniza con un deseo de sentido que no se atreve a proponer alternativas. No hay política en Han: hay nostalgia.
Paradójicamente, esto le convierte en el filósofo ideal de nuestro tiempo. Un tiempo que consume crítica como entretenimiento y que transforma la melancolía en una mercancía premium. En este contexto, premiar a Han con el Princesa de Asturias no deja de ser coherente: se celebra la figura del filósofo como influencer, como marca personal. Pero la filosofía —la verdadera— debería incomodar más y consolar menos.
Contra el cinismo disfrazado de sabiduría
Byung-Chul Han no es un pensador menor, pero tampoco es el nuevo Foucault, como algunos proclaman. Es un síntoma. Su éxito editorial y su recepción entusiasta reflejan una crisis de la filosofía como pensamiento riguroso. Frente al vértigo del presente, Han ofrece una estética de la derrota. Pero mientras lo leemos con deleite, el mundo sigue exigiendo ideas que no solo diagnostiquen el malestar, sino que lo confronten con inteligencia, datos, y sobre todo, con esperanza.
