Scott Galloway, profesor de marketing en NYU y habitual provocador en el ecosistema mediático de Silicon Valley, vuelve al ataque con El álgebra de la riqueza (Deusto, 2024). Su nuevo libro es un compendio de fórmulas —tan directas como agresivas— para alcanzar lo que él considera la única forma legítima de libertad en el siglo XXI: la independencia financiera.
No hay espacio aquí para sentimentalismos ni para el postureo de la autoayuda. Galloway escribe con la claridad de un empresario que ya ha ganado y ahora reparte bofetadas dialécticas a una generación que, según él, confunde “trabajar en lo que te gusta” con “no trabajar”.
La tesis: libertad = riqueza, y se construye con ecuaciones, no con ilusiones
Galloway plantea que la riqueza es una variable dependiente que responde a cuatro elementos: aptitud, ambición, ahorro e inversión. Quien entienda esta fórmula y actúe en consecuencia podrá liberarse de la esclavitud del salario, las decisiones ajenas y los ciclos económicos. Para él, la verdadera riqueza no es tener dinero, sino controlar tu tiempo. Y eso solo lo logra quien entiende el sistema… y juega mejor que los demás.
Frente a la cultura del emprendimiento edulcorado —ese que vende unicornios, co-working y rondas de financiación como si fueran logros espirituales—, Galloway defiende una visión más seca y pragmática del éxito: construir capital, generar retornos, y mantener los gastos bajo control mientras se crece en patrimonio. En resumen: menos discursos de TEDx y más cuenta de resultados.
Una crítica liberal: entre el aplauso y la sospecha
Desde una perspectiva liberal —la de quienes creen en la libertad individual, el mérito y el libre mercado como ejes de progreso— el libro resulta, en muchos aspectos, un manifiesto bien afinado. Galloway no se disculpa por defender el capitalismo como motor de movilidad social. Al contrario, lo reivindica con pasión. Aplaude el ahorro disciplinado, critica la deuda de consumo, y no tiene paciencia con quienes esperan subsidios del Estado o validación moral de su precariedad.
Sin embargo, el liberalismo no es solo una oda al individualismo: es también una defensa del marco institucional que permite que el mérito emerja y la competencia sea real. Ahí es donde Galloway cojea. Su visión del mundo económico es casi darwinista: el mercado premia a los fuertes y castiga a los débiles, sin matices. Poco se detiene a analizar cómo las condiciones iniciales (educación, redes, entorno) afectan la capacidad de cada individuo para “jugar el juego”.
La consecuencia es una narrativa peligrosamente meritocrática que corre el riesgo de volverse ciega a la desigualdad estructural. Su mensaje —aunque útil para quien parte con cierta ventaja— puede convertirse en frustración para quienes, incluso siendo talentosos, no logran avanzar al ritmo de las “ecuaciones” del autor.
También conviene matizar su fetichismo por el trabajo duro. No todo se resuelve con horas y esfuerzo: hay límites físicos, psicológicos y éticos. Y hay riesgos —no menores— de que la obsesión por la riqueza se convierta en una nueva forma de servidumbre disfrazada de ambición.
¿Para quién escribe Galloway?
Este no es un libro para lectores de comodidad ideológica. Es, más bien, una ducha fría para jóvenes capitalistas que quieren resultados y no excusas. Para el estudiante que quiere salir de la universidad con un plan claro. Para el empleado que ya intuye que su trabajo no le va a salvar. Para el emprendedor primerizo que necesita una hoja de ruta, no un mantra.
Quien busque consuelo, ánimo o culpables externos, que no abra este libro. Aquí solo encontrará responsabilidad individual, presión por rendir, y la promesa de que —si se hacen las cosas bien— el capitalismo sí paga dividendos.
Lecturas complementarias: para corregir, ampliar y cuestionar
Aunque el enfoque de Galloway puede resultar estimulante, es igualmente saludable confrontarlo con otras voces. Aquí algunas propuestas:
- Viktor Frankl – El hombre en busca de sentido
Un recordatorio de que la libertad interior no depende del saldo bancario. Frankl ofrece una brújula moral para no perderse en la obsesión por el éxito. - Thomas Sowell – Economía básica
Una lectura rigurosa para entender los principios del libre mercado sin caer en dogmas ni simplificaciones. Ideal para estructurar el pensamiento económico. - Morgan Housel – The Psychology of Money
Complementa a Galloway mostrando que el comportamiento, no la inteligencia, es la clave de las finanzas personales. - Robert Kiyosaki – Padre rico, padre pobre
Aunque más narrativo y menos riguroso, introduce de forma accesible el concepto de libertad financiera como objetivo vital. - Michael Sandel – Lo que el dinero no puede comprar
Para poner freno a la idea de que todo en la vida es transaccionable. Un contrapunto ético necesario para no convertirnos en autómatas del rendimiento.
Conclusión
El álgebra de la riqueza es un libro para inconformistas que quieren jugar en serio. Galloway no adorna su discurso, y eso se agradece. Tampoco pretende ser justo: quiere ser eficaz. Y en esa honestidad brutal, encuentra su valor.
Pero como toda fórmula, la suya requiere interpretación y contexto. No es una receta universal, ni una verdad absoluta. Es una propuesta radical, útil para quien sabe que en la jungla del capital, sobrevivir no basta: hay que prosperar.