Hermida editores recupera la primera gran obra de Emil Cioran, profeta del nihilismo. Este En las cumbres de la desesperación no es el primer libro que edita Hermida, que ya antes publicó otras dos de las grandes obras del rumano: Soledad y destino, Lágrimas y santos y Extravíos. Nada mejor que una pandemia, una trágica pandemia, adornada de mentiras, muertos que aparecen y desaparecen y todo tipo de atropellos de un poder que se resiste a ser barrido por la peste, para volver a leer esta obra ácida y venenosa, a veces incluso cómica. Un destello para despejar a los ingenuos.
Alternativa al suicidio
Escribe Cioran a propósito de En las cumbres de la desesperación: «es evidente que , de no haberme puesto a escribir este libro me hubiese suicidado. En el estado en el que me hallaba en esa época sólo podía escribir un libro excesivo que a veces raya en el delirio. El título es pomposo y trivial a la vez. La expresión se utilizaba con mucha frecuencia en la rúbrica necrológica de los periódicos de entonces. A propósito del menor suicidio se evocaba «las cumbres de la desesperación». Cioran recuerda que tenía varios títulos como posibles encabezamientos de su libro. Así que una tarde, en el café que frecuentaba, le pregunto al camarero. Y le puso al libro el título que más le gustaba al empleado.
Ópera prima
En las cumbres de la desesperación es la ópera prima del autor. Publicada en 1934, galardonada con el premio para jóvenes autores inéditos que la Fundación para la Literatura y el Arte Rey Carol II comenzaba a otorgar ese año, En las cumbres de la desesperación (Pe culmile disperãrii) nos remonta al drama inicial que el propio Cioran refiere como el «fenómeno capital», el «desastre por excelencia», el cataclismo mayor que puede acaecer sobre una existencia. Todos los temas que obsesionaban a Cioran en aquella época de juventud y que seguirían presentes en su obra, están aquí.
Uno de ellos, el insomnio: «el insomnio es una lucidez vertiginosa que convertiría el paraíso en un lugar de tortura. Todo es preferible a esa vela permanente, a esa ausencia criminal de olvido. Fue durante esas noches infernales cuando comprendí la inanidad de la filosofía. Las horas de vigilia son en el fondo un interminable rechazo del pensamiento por el pensamiento, es la conciencia exasperada por ella misma, una declaración de guerra, un ultimátum infernal del espíritu a sí mismo», declararía décadas más tarde en su prefacio a la expurgada edición francesa».
La inconsistencia del ser humano
El otro es la falta de sentido de existencia. El hombre es un animal en busca de una forma de vida inédita en la naturaleza. Un ser que se afana en hacer cosas. En un pasaje de la obra, Cioran se pregunta algo que podríamos preguntarnos con toda naturalidad una tarde de confinamiento: «¿Por qué los seres humanos se empeñan en realizar algo a toda costa? ¿No estarían mucho mejor inmóviles en este mundo, gozando de una calma total? Pero ¿qué es lo que hay que realizar? ¿Por qué tantos esfuerzos y tanta ambición? El ser humano ha perdido el sentido del silencio» El sentimiento de futuro ha sido para el hombre, concluye, una calamidad.
La humanidad, para Cioran, se divide en dos tipos de seres: los que han sido conducidos por la conciencia a una vida interior que es suplicio y tragedia, y aquellos precipitados a un deseo ilimitado de adquirir y poseer, seres desequilibrados y desgraciados.
Relámpagos de lucidez
Un ser de destellos y de relámpagos: «no amo sino la explosión, y considero que el único período de mi vida que puede calificarse de heroico es el de mi primer libro rumano Pe culmile disperãrii; a cada momento sentía que el momento siguiente bien podría no tener jamás lugar. Si hay algo de inexplicable en mi existencia, es el hecho de haber podido sobrevivir a tanta fiebre, éxtasis y locura. Ninguna camisa de fuerza hubiera sido lo bastante sólida para resistir a mi delirio. Tenía poderes sobrenaturales, y era la más débil criatura al mismo tiempo. Temblaba noche y día, difundía en mis palabras y en mis gestos mi falta de sueño, prodigaba mi desasosiego, sudaba mis terrores.»
Lean a Cioran, palabras que son como cianuro, que diría Blanca Andreu. Luego volverán al ritmo de cobayas en una rueda de molino y será tarde, porque no soportarán ni una sola línea. Aparte de su prosa abismal, de una belleza tenebrosa, era, como dice Beatriz de Moura, que lo conoció a fondo, un ser tierno, de una dulzura afable.
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