Una gran exposición en París muestra la trayectoria de El Greco, su paso por Venecia y Roma, y su trabajo en Toledo, acogido por la corte y por la jerarquía eclesiástica. El Grand Palais muestra setenta obras de un pintor que influyó en las primeras vanguardias del siglo XX.
París, el París de las vanguardias, se rinde a El Greco y reconoce, con una gran exposición, la deuda de la modernidad con el gran pintor. El Greco en el Grand Palais, el Greco, lectores, al lado de Toulouse Lautrec, que es otra de las estrellas de este otoño en París, en el Grand Palais.
Francia siempre ha presumido de ser el punto donde los pintores de la vanguardia redescubrieron a El Greco. Estamos a finales del siglo XIX y a principios del siglo XX. Los grandes de la época, escritores como Baudelaire, o pintores como Manet, pudieron ver la obra de El Greco. Sus figuras estiradas hasta esos cielos dramáticos, sus colores eléctricos, colgaban en la galería de pintura española creada en el Louvre por el rey Luis Felipe. Cézanne le copió la Dama del armiño, y Modigliani hizo lo mismo con el Caballero de la mano en el pecho. Idénticos colores, y los mismos rostros, almendrados.
Una trayectoria original
Paris vuelve a reconocer a Doménikos Theotokópoulos. El comisario de la muestra es Guillaume Kientz, que fue el responsable de la pintura española en el museo del Louvre hasta hace unos meses. Kientz ha organizado la muestra como un viaje por la pintura del maestro, por su trayectoria, que es lo que le convierte en una figura original. Creta primero, para seguir por sus inicios en Venecia, donde EL Greco deja atrás el arte bizantino y se convierte en un pintor renacentista, plenamente italiano. En Venecia incorpora los colores de Tintoreto. De Venecia pasa a Roma donde asimila el manierismo, y de la capital salta a Toledo, donde encuentra la protección de la corte y de la jerarquía eclesiástica.
La muestra se aleja de la etiqueta mística del pintor. Kientz piensa que ese aspecto ha sido exagerado, que El Greco era tan místico como cualquier pintor de su época, y que si fue místico no lo fue en el sentido de experimentar un trance que le dictaría su pintura, esa forma de pintar estilizada, sino en un sentido renacentista: el hombre que conoce el mundo superior de las ideas. Vamos, un tipo de pensamiento platónico que traduce el mundo superior de las formas para que los mortales comprendan lo trascendente a través del arte. No debemos olvidar la fuerza en la época del Concilio de Trento, y la carga pedagógica que se volcaba sobre la pintura, como forma de explicar al vulgo las verdades canónicas de la religión frente a la reforma protestante.
La búsqueda de la perfección
Es la primera vez que Francia organiza una gran exposición sobre El Greco. La que se abre en el Grand Palais cuenta con 73 préstamos, y debemos recordar que en esta ocasión no hay cuadros procedentes del Museo del Prado. El Prado negó tres obras, argumentando que en 2019 se celebra el 200 aniversario del museo, y que es conveniente que las colecciones estén integras para la celebración de este bicentenario.
Sin embargo, el propio museo se ha saltado esta «moratoria» en varias ocasiones, por ejemplo con El Tránsito de la Virgen, de Andrea Mantegna, prestado a la National Gallery de Londres. Los tres cuadros que no han viajado a París a pesar de la petición de los organizadores de esta gran exposición son Una fábula, La huida a Egipto, y La Trinidad.
La muestra trabaja la tesis de que El Greco tenía algunos formatos a los que regresaba una y otra vez para alcanzar una perfección ideal, como si en cada obra sintiera que se ha quedado lejos de lograrla. Y son esos formatos los que habrían pasado a la modernidad vanguardista del París del cambio de siglo, como partes de su mismo lenguaje. Ahí están, por ejemplo, los retratos de Diego de Covarrubias, el del cardenal Niño de Guevara o el de Hortensio Paravicino. La muestra huye de la imagen de El Greco como retratista devoto del catolicismo.
El pintor antiguo más importante del siglo XX
En declaraciones del comisario, Guillaume Kientz, «Si contemplamos ‘La visión de San Juan’, en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, vemos la pintura de Cézanne. La herencia de El Greco es el color y esa batalla por reinventar la imagen, que es lo mismo que hicieron los modernos tras la invención de la fotografía, cuando tuvieron que reinventar la imagen«.
Estaríamos por tanto ante el primer pintor de la modernidad, de un pintor que abre un camino que no se retoma hasta el siglo XX, en París. «El Greco, añade Kientz, «es sin duda el pintor antiguo más importante del siglo XX y quizás del inicio del XXI. La paradoja es que el público conoce a El Greco pero también lo desconoce, conoce sus imágenes pero no la materia de su pintura». ¿Será por esa razón que Picasso solía decir que prefería mil veces a El Greco que a Velázquez?
Los cuadros cuelgan sobre un fondo blanco. Guillaume Kientz afirma que ha querido darles el mismo tratamiento que habría utilizado para mostrar a Picasso o a Bacon: paredes incoloras. Contra un fondo neutro los colores de El Greco son más eléctricos, sus azules más intensos, sus verdes más luminosos, casi lisérgicos. Estarán ahí hasta el 10 de febrero. Si pasan por Paris, paren en el Grand Palais.