El hijo perdido. Marghanita Laski. Nórdica
‘El día de Navidad de 1943 Hilary Wainwright se enteró de que su hijo estaba perdido‘. Con esta inquietante frase, arranca la novela que Marghanita Laski publicó en 1949 y que ahora publica Nórdica. Wainwright, un escritor que en este momento está en el ejército, da permiso al desconocido que le da la noticia, para buscar a su hijo. Al terminar la guerra se desplaza a la Francia de la postguerra para intentar encontrarlo.
Búsqueda sin pistas
La tarea no es fácil. Hay pocos indicios por los que empezar y además, el protagonista tan solo vio a su hijo el día después de su nacimiento, cuando era un bebé. No sabe nada de la vida cotidiana que llevó hasta la muerte de su madre, cuando se pierde su pista.
La búsqueda de El hijo perdido es la excusa de la autora, para hablar de muchos otros temas: de la pérdida y la recomposición del ser humano, del deber, de la valentía y del amor como necesidad para una vida plena. La autora no rehúye el colaboracionismo, la lucha por la supervivencia en la posguerra y la doble moral de condenar pero a la vez disfrutar de lo que el mercado negro ofrece a quienes tienen recursos para pagarlo.
Marghanita Laski, gran conocedora y amante de Francia, hace un retrato crudo de la postguerra en suelo francés. Como explica la madre superiora del orfanato cuando el protagonista se asombra de que niños tuberculosos convivan con niños sanos, en ese momento, y en Francia “…correr el riesgo de contraer tuberculosis en un hogar con una cama y tres comidas al día supone tener una infancia feliz”.
Qué hizo usted durante la guerra
Tampoco los franceses, tan dados a relatar incansablemente en películas y libros su ‘Résistence’, salen bien parados. Cuando el protagonista le pregunta a su amigo Pierre, si cada vez que ve a un extraño se pregunta qué hizo durante la ocupación, éste le responde: “Oh sí, pero ahora lo hago de un modo automático y no me importa la respuesta. Estoy cansado de cómo se usa la palabra colaboracionista. Cada uno hizo con los alemanes lo que fue capaz de hacer”.
La autora no es indulgente tampoco con el protagonista. Sus actos le retratan como un inglés estirado que desdeña de forma despreciable a su amigo Pierre por sus ideas políticas, y que se deja arrastrar por las debilidades y pasiones más mundanas. Wainwright no solo no es un tipo simpático, sino que hacia el final de la novela se convierte en un hombre cada vez más débil y odioso. Pero en la última y sorprendente página, sabemos que será redimido.
El hijo perdido es una estupenda novela que no se debe perder. Se lee en dos tardes y consigue arrancar lágrimas con su poderoso desenlace.
*Nota para el Editor:
Es una pena que una edición tan cuidada tanto en su portada, como en su encuadernación, papel y tipografía se vea empañada por errores de edición y tipográficos tan burdos como los que presenta este volumen.