‘En tierra de Dioniso’ o la memoria de los paisajes

En tierra de Dioniso. Vagabundeos por el norte de Grecia. María Belmonte. Editorial Acantilado

En tierra de Dioniso es un viaje a Grecia, a una Grecia menos conocida, en los márgenes de las guías turísticas, pero es sobre todo un viaje interior, un vagabundeo geográfico, pero sobre todo intelectual, una búsqueda del alma de los paisajes. El vagar de María Belmonte recorre la Macedonia de hoy y la de Alejandro Magno, la Estagira de Aristóteles, los márgenes del monte Athos y Tesalónica, más que una ciudad, una superposición de ciudades.

Las puertas interiores

En tierra de Dioniso
En tierra de Dioniso

La autora de En tierra de Dioniso hace, de nuevo en este, su tercer libro de viajes (antes fueron Peregrinos de la belleza y Los senderos del mar) un ejercicio del mirar, en busca de lo invisible, lo que escapa a una mirada rápida. Conocer el alma, el genius loci exige conocimiento de la historia, contemplación y tiempo para abrirse a la «memoria de los lugares». Theo Angelópoulos es una referencia, una presencia constante en el vagar de María Belmonte. Su cine es un ejercicio de comunicación de un paisaje interior: dolor, desarraigo, niebla, vida de fronteras. Su ritmo es lento, exige del espectador una entrega paciente.

También lo es el ejercicio de mirar y de contemplar el mundo, al que Belmonte dedica algunos pasajes brillantes, como el de las impresiones ante una flor de azafrán o el sicomoro de belleza sublime ante el que se detuvo Jerjes, para enfado de sus generales, que no entendían que aquel árbol pudiera detener su paso marcial hacia la historia. «Hay puertas en nuestro interior que se pueden abrir inesperadamente a otra realidad, debido, quizá, a alteraciones espontáneas de la química del cerebro». En Belmonte hay siempre un afán por desentrañar lo invisible y para conseguirlo convoca a los personajes de la historia y a otros viajeros, a cronistas e historiadores, para hacerse con el alma de cada lugar. Eso exige tiempo y dedicación. Los bancos de madera, bajo olivos, frente al mar homérico, se reiteran en el viaje de En tierra de Dioniso. El resultado es que consigue lo que Kazantzakis proclamaba como el primer mandamiento del viajero: «el buen viajero crea el país por el que viaja».

El Edicto de Tesalónica

Hay sin embargo en En tierra de Dioniso algún juicio histórico que sorprende. Sobre todo cuando escribe sobre el Edicto de Tesalónica, del emperador Teodosio, que decretaba que el cristianismo se convertía en la religión oficial de un imperio en decadencia. Los bárbaros ya golpeaban las puertas. Era el año 380: «se instauró en las conciencias una doctrina mortalmente seria, basada en la culpa y el pecado. El amor por el saber fue sustituido por el culto deliberado de la ignorancia».

Y cita a San Pablo con un corte arbitrario de un fragmento de su Carta a los Corintios: «La sabiduría de este mundo es necedad para con Dios». Interpretar este Corintios 3:19 como un elogio de la ignorancia es una distorsión que chirría. La crítica paulina se orienta más bien a afirmar que el conocimiento sin amor es vano. Una cosa es afirmar que la sabiduría humana es incompleta, temporal y engañosa y otra sostener que Pablo de Tarso animaba a la feliz estupidez del fanático. No es eso.

Caridad y perdón

Afirmar que el cristianismo es una doctrina que mata de aburrimiento serio no es menos injusto. Resumir la doctrina cristiana en culpa y pecado es caer en un reduccionismo que pasa por alto el amor caritativo y el perdón. Asegurar que el Edicto tuvo «consecuencias de sometimiento femenino que ha sido una constante de la historia» es otra atribución exagerada: ignora que no veníamos precisamente de un mundo igualitario para las mujeres.

Idealizar el comunitarismo igualitario de los primeros cristianos es otro rasgo melancólico de algunas visiones críticas. Decretar un cristianismo oficial tuvo consecuencias letales para muchos y efectos perniciosos para la libertad, también para la libertad de la Iglesia, pero no es el punto en el que el mundo se vuelve ignorante, machista y tenebroso. En un libro que se caracteriza por un estilo de una nítida precisión, estos pasajes desentonan. Interpreta el Edicto como el final de un esplendor, el comienzo de una edad oscura de profunda ignorancia. A Agustín de Hipona, por ejemplo, todavía le quedaban unos cuantos años de cumbre filosófica.

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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