Espresso con cítricos. Ramen con fideos udon, gyozas variadas y sake. Crepe nocturno en un food truck. Mariposa de infusión de romero y zanahora morada. Gelato di neve. Croissants con mantequilla y lemon curd. Cóctel de whisky y huevo con algo «dulce y salado a la vez, como ahumado». Estas son algunas de las delicias que degustan los protagonistas de Foodie Love, la primera incursión de Isabel Coixet en el mundo de las series (en este caso, de la mano de HBO). Y lo hacen no solo compartiendo tenedores, palillos y mesa y mantel, sino intercambiando soledades, risas, dramas y misterios y adentrándose en una relación que se va cociendo a fuego lento y que comienza con una de app ficticia de citas para amantes de la comida.
De esta forma tan original arranca la nueva creación de la directora catalana, en la que un hombre de alrededor de cuarenta y una chica de poco más de treinta se conocen «solo para un café» y acaban intercambiando intimidades de lo más variopinto, desde su pasión por los viajes hasta relaciones pasadas que dejan «heridas con costra». Si la comida es la excusa perfecta para engancharnos a todos (a los dos protas y a los que serieespectadores), lo que subyace en el fondo es la auténtica pasión de su creadora por las relaciones personales, por la carne que recubre los huesos y da sentido a la existencia.
Un viaje hacia fuera y hacia dentro
Roma, Japón, Barcelona y el sur de Francia son algunos de los lugares que han debido enamorar a Isabel Coixet en algún momento, y a los que vuelve para dar vida a esta historia. Bares, restaurantes, pequeñas esquinas, calles mal iluminadas… sitios de lo más cotidiano a los que la directora es capaz de arrancar todo un aluvión de sentimientos. Una auténtica delicia de serie que, en solo ocho capítulos, es capaz de resumir muchos (por no decir todos) de los estados emocionales por los que pasa una relación. Selfies, mensajes en el móvil, alguna videollamada… pero, sobre todo, frases, diálogos, pensamientos en off, y muchas miradas, gestos, caras.
Cualquier persona de más de veinte que haya tenido alguna vez una cita puede verse perfectamente reflejado en algún momento de la serie. O en muchos. Y es que la directora (que también ejerce de guionista exclusiva, toda una rareza en el tele actual) dota a sus protagonistas de una veracidad prácticamente inverosímil, una franqueza y un realismo lleno de ternura, sinceridad y matices.
Dos actorazos perfectamente dirigidos
Si algo necesitaba esta serie es tener dos actorazos. Y los tiene. Laia Costa y Guillermo Pfening no solo están espléndidos, sino que consiguen eso tan difícil de que nos podamos identificar con ellos. Tímidos y dubitativos en su primer encuentro, sus palabras, gestos y miradas van cambiando mientras se van conociendo. En la serie aparecen radiantes, cansados, cobardes, enfadados, angustiados, drogados e incluso resfriados, en un alarde de recursos en los que la directora ha sido capaz de encauzar de forma maravillosa.
Y todo contado a través de lugares en los que una fotografía increíble, auténtica tercer protagonista de la serie que consigue precisamente lo más difícil de todo: que esté sin notarse.
Una serie de personajes, de actores, de lugares y de comida tremendamente apetecible, que atrapa desde la primera cita. Lo peor: que cuando se acaba puede que quieras repetir.
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