Trenes por el mundo. Sergi Reboredo. Anaya Touring
Hay trenes que atraviesan continentes, que cruzan desiertos o se encaraman en cordilleras por trayectos de vértigo. Los trenes cruzan regiones, son ajenos al tráfico y sus atascos, no suelen implicar esperas y suponen una forma de viajar diferente, paciente, cómoda. Los trenes de vapor, recuerda este libro, «hicieron posible el viaje de placer y aventura en condiciones seguras». Fueron los primeros, por tanto, en democratizar aquello que se llamó turismo y que nació en el siglo XIX. Los trenes nacieron con espíritu comercial y mercantil. Pronto se convertirían en puerta de acceso a la aventura.
El tren. El índice de este libro es, como dice el autor, una lista de deseos para viajar por el mundo, sin prisa, hilando conversaciones a bordo de un tren, de cualquier tren, o de todos los trenes. Como una vuelta al mundo. Comienza por Europa, con dos españoles: el Transcantábrico y el tren Al Ándalus. También el Venice Simplon-Orient Express, que une Venecia con Londres. O el Glacier Express en Suiza y el Tren Círculo Polar, que transita por los territorios del norte de Noruega.
En América viajamos impulsados por locomotoras de Canadá, Estados Unidos, en el fascinante Belmond Hiram Bingham Machu Pichu del Perú, o en el Tren del Fin del Mundo de Argentina. África tiene tres trayectos, en Sudráfrica, Madagascar o Zambia, y en Asia y Oceanía tenemos el Trnasiberiano, el Transtibetano chino, o trenes de Japón, Sri Lanka y Australia.
Sergi Reboredo estructura cada capítulo en dos partes: una primera habla del viaje hoy, de las experiencias del viajero, de lo que es va a encontrar. La segunda parte es un viaje en la historia, para entender el nacimiento del ferrocarril. El California Zephyr es un tren que cruza el oeste americano, desde Chicago hasta San Francisco. Es la expresión del sueño americano. Fue inaugurado en 1949. La bella actriz Eleanor Parker estrelló una botella de champán contra el morro de la primera locomotora. Le llamaron, al tren, la Dama de Plata. De día se contemplan las Montañas Rocosas. De noche, los desiertos de Nevada con sus cielos plagados de estrellas.
Al otro lado del mundo, el Tren de la Selva cruza Madagascar entre aromas de té y especias. Es un tren desvencijado. Viajar en uno de sus vagones es toda una experiencia en un país fascinante, aislado del continente africano, una isla de una rica diversidad biológica y de una singularidad cultural sorprendente. Fue creado por los franceses para unir las tierras del interior de Madagascar con el puerto de Manakara.
Como en tantos otros proyectos, la finalidad era comercial: transportar los productos de las cosechas hasta un puerto de mar abierto al océano Índico. El tren ha tenido una vida azarosa y amenazada siempre con el cierre por el coste de su mantenimiento. Pero al final las autoridades de Madagascar han llegado a la conclusión de que mantenerlo es la garantía de que los agricultores pueden vender sus cosechas y preservar así los bosques del interior de la isla.
Hemos elegido dos ejemplos de los muchos viajes que contiene un libro que es un despliegue de aventuras, de lugares exóticos, de historia, de cultura y de relaciones humanas. El tren ha creado cultura, comercio, ha fomentado intercambios, y ha facilitado la actividad humana en el mundo. Europa, hoy, no se podría entender sin la historia de los trenes. Y así sucede en todos los lugares por los que transitan las locomotoras que nos presenta Reboredo.
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