El Guggenheim de Bilbao reúne 90 cuadros de Alice Neel. Con el titulo genérico de Las personas primero, la muestra es una retrospectiva que abarca toda la trayectoria de una pintora que siempre fue contracorriente, desde sus primeros dibujos, en edad escolar hasta el final de sus días. Neel nació con el siglo XX en 1900. Su obra no fue reconocida hasta sus últimos años, seguramente porque los cambios sociológicos en la América del siglo XX condujeron el interés hacia una pintura que huye de la belleza canónica y de lo edulcorado, para mostrar el retrato o la maternidad con una crudeza radical. En la muestra ha colaborado el Metropolitan de Nueva York, el mismo museo que en 1969 rechazó la obra de Neel para una exposición colectiva de pintores americanos.
Neels huyó siempre de los círculos intelectuales integrados de Manhattran. Prefirió instalarse en Spanish Harlem. Allí encontró el material humano para sus retratos: vecinos, amigos, gentes que pasaban por la calle y llamaban su atención. Retrata parejas homosexuales, niños. Su mirada no busca embellecer las cosas sino mostrarlas con una, a veces, brutal sinceridad. Por eso pinta desnudos, hombres con el pene flácido, embarazadas exuberantes. Su descubrimiento de la maternidad como objeto de la pintura data de 1926, de un viaje a Cuba.
De esos años viene también su adhesión al marxismo, su perfil de activista que no abandonará nunca. A Cuba viajó con Carlos Enríquez, con el que se había casado en 1925. En Cuba perdió a su primera hija que apenas había cumplido su primer año de vida. Esa tragedia la marca de por vida. La pérdida será uno de los temas de su pintura. Huye de todo romanticismo, en cuadros que recuerdan las formas expresivas de Egon Schiele.
La muestra, que se puede ver hasta el 6 de febrero, se plantea de forma cronológica. Reúne las primeras pinturas, realizadas en Cuba y termina con las producidas en Nueva York. Entre las primeras está el retrato de su marido, Carlos Enríquez. También obras con acento político como Los nazis asesinan a los judíos, que evoca la manifestación del primero de mayo de 1936, en la que se advirtió ya del antisemitismo del régimen nazi.
Otro de los géneros que trabajó fue el bodegón. Siempre con un interés social, político, o de activismo, como ese Día de Acción de gracias en el que vemos un pavo congelado que espera la hora de ser asado mientras se templa en el fondo de un fregadero. Siempre fue crítica con la pintura abstracta, tan en boga en los años de la posguerra, aunque terminó reconociendo que todas las pinturas, incluso las suyas propias, tienen algo de abstracto.
Pero lo más notable de su obra son los retratos, esas personas que llevó hasta la pintura en años en los que la diversidad étnica o social no eran el objetivo de los pintores. Y menos la realidad social que entra en la delincuencia. La prueba es Georgie Arce No. 2 (1955. Colección de Lonti Ebers), un muchacho al que Nell representó a lo largo de los años y al que mostró aquí con un cuchillo girado hacia ella y, por ende, hacia el espectador. La muestra está patrocinada por Iberdrola y cuenta con un triple comisariado: Lucía Aguirre, conservadora del museo bilbaíno; y Leon Psky’ y Randall Griffey, del Metropolitan Museum of Art.
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