Un inmenso lienzo cuelga en la pared de la entrada. Un caballo imposible mira con aire aristocrático. El portero se ha contagiado de ese espíritu elevado, y apenas nos ve nos ordena que nos sentemos a esperar, disciplinados, bajo el jamelgo. Antes de que inicie un sueño de jockey en el tramo final de esta tarde tibia, aparece Lola, todo sonrisa y abrazos. Se lamenta de que no nos hayan hecho pasar al salón. La Casa Samanillo es un edificio modernista donde tiene su sede el Círculo ecuestre. El modernismo es un estilo decorativo y teatral. Hay una escalera en espiral por la que se podría bajar a caballo, y molduras de caoba en los umbrales, y unos sillones mullidos para asistir con distancia y desdén a la función nacional disparatada. Desde el ventanal se contempla, en la esquina de la Diagonal, la majestad de la torre del Banco Atlántico, obra del arquitecto Francesc Mitjans Miró.
–Usted pasea por Barcelona viendo las obras de su padre, el Nou Camp, o la torre Atlántico.
Es un edificio que es una referencia familiar. Mi vida ha estado muy vinculada al arte, a través de la arquitectura. Pero no solo por la profesión de mi padre. Es que yo he vivido en el Partenón. La casa en la que hemos vivido toda la familia, tiene en la entrada, en un muro de piedra, varios bajorrelieves que eran copias de fragmentos del Partenón. Así que fue siempre algo familiar. Yo no he tenido que aprender el arte, lo he vivido. Y por eso me he sentido muy cómoda en el mundo del arte, en todas sus vertientes.
-Tuvo la educación de vivir en un estudio de arquitectura.
Yo trabajé con él en el estudio, y la disciplina de mi padre era muy dura. Era exigente y riguroso. Me pedía que le ayudara en sus trabajos más decorativos y le ayudaba a buscar tapicerías, molduras y colores. En aquel momento no había Pantone (catálogo de colores) y los colores los hacían los propios pintores mezclando las tierras, poniendo un poco más de ocre, un poco más de negro, hasta dar con el tono. Era un trabajo muy creativo, muy educativo, nada rígido como es ahora con el ordenador y el Pantone. Había excelentes artesanos y yo disfruté mucho de esa relación con los oficios, con gente que tenía un gran conocimiento. Cuando mi padre terminaba el edificio y le pedían que lo decorara, me lo encarga a mí. Esa fue una época de una gran educación, que me dejó una cierta facilidad para entender las obras de arte. No es pretencioso. Es que estaba acostumbrada a valorar, para mí era lo normal, era algo cotidiano. Desde la forma de envolver un paquete hasta los marcos de las puertas. En esas cosas pequeñas encontrabas el equilibrio, la disonancia. Esa era la vida que yo había vivido, desde el Partenón.
Infancia entre arquitectos
-Usted era la mayor de los hermanos.
Somos cinco. Dos son arquitectos. Uno vive en Londres y otro aquí. Y dos hermanas, una especializada en derecho constitucional y otra que estudió políticas. Yo soy la única que vivió cerca de mi padre. Soy la mayor y me llevo seis años con el segundo. Mi cuarto de jugar era el taller de mi padre, y era divertidísimo, lleno de delineantes, estudiantes de arquitectura. La secretaria se empeñó en que aprendiera a escribir a máquina, pero yo me negaba. Lo mío era el arte. Yo pertenecía al mundo de mis padres. Mi madre era muy aficionada a la lectura, tenía su club de lectura en el que discutían sobre libros. El ambiente en casa era estupendo, muy culto. Era una vida buena.
-Imagino que de grandes relaciones.
Mi padre fue siempre muy discreto. Fue una persona muy familiar. Nunca persiguió la publicidad. Yo le decía, oye papá, tal arquitecto ha puesto su nombre en una placa a la entrada del edificio. Y mi padre me contestaba: me parece muy hortera. Jamás quiso notoriedad.
–A pesar de hacer obras tan conocidas como el Nou Camp.
Yo le acompañé cuando le encargaron el campo de fútbol. Fuimos desde Roma a Finlandia, a visitar campos de fútbol, a ver estadios. Íbamos de los estadios a los muesos, y a ver la arquitectura de las ciudades, de Berlín, por ejemplo, que se estaba reconstruyendo. De ciudad en ciudad. Fue una educación muy enriquecedora. Así ya me quedé totalmente enganchada al arte. He vivido en un ambiente muy enriquecedor.
-¿Cuándo empezó a volar por su cuenta?
Empiezo a volar cuando me caso y me marcho, y entonces ya cambio. Fueron años de auténtica desconexión. Tuve tres hijos y cuando los chicos ya fueron mayores empecé a trabajar por mi cuenta. Vivía en Madrid y hacía despachos. Disfrutaba haciendo ese trabajo. Mire, a mi una buena canalización de aire acondicionado siempre me ha emocionado. Las cosas técnicas me encantan. No quería hacer decoración porque es estar a las órdenes de quien te dice lo que quiere. Yo prefería la cosa más estructurada de los despachos. Luego vinimos a Barcelona, y continué haciendo oficinas hasta que ya empecé a dedicarme de lleno al arte, a las colecciones, a las exposiciones, a los asociaciones de amigos de los museos. Me gusta disfrutar del arte, pero no vivir de él.
La colección de La Caixa
-¿Cómo fue ese salto a un mundo tan experto como el de las colecciones?
Mi marido (José Vilarasau i Salat, primer ejecutivo de la Caixa durante 27 años) decidió crear la colección e la Caixa, que es estupenda. Nos reunimos un grupo de expertos de muesos, y eran reuniones en las que se discutía y se aprendía mucho. Yo he sido muy esponja, He tenido una gran capacidad de absorber lo que me están enseñando. Aprendí muchísimo. Y sigo aprendiendo. No entiendo a las personas que se plantean qué hacer después de la jubilación. ¡Hay tantas cosas por hacer! Yo ahora me he propuesto aprender informática y fotografía. Soy una emigrante del conocimiento.
-Es decir que usted va por la vida de aprendiz, discretamente.
He tenido una gran suerte, de aprender muchísimo con la colección de la Caixa, con tan buenos directores de museos que aconsejaron, y después me invitaron a ser miembro de lnternational Council del Moma, y esto es maravilloso. El IC era muy pequeñito, era muy familiar, con gente muy apasionada por el arte, y entregados, y eso fue un enriquecimiento extraordinario. Allí me di cuenta de una cosa, sobre todo en el City Bank. Visitando las oficinas descubrí que tenían colgadas en las paredes unas obras de arte maravillosas. Y esto es lo que intenté hacer aquí: convencer a los empresarios que estaban haciendo oficinas fantásticas, que pusieran obras de arte.
-¿Y qué se encontró?
Lo primero que te preguntaban cuando sugerías que pusieran arte es si se iba a revalorizar. Y yo les respondía: ¿le pides lo mismo a la moqueta que estás pisando? Disfruta del arte, y no te preocupes del valor contable. Y logré, en empresas importantes, meter un poco de arte. Tuve la gran suerte de que Juan Antonio Samaranch, presidente del CIO, cuando pasó a ser presidente de la Caixa decidió que le gustaría hacer una colección de arte un poco para no perder la ocasión. Se lamentaba de que si se hubieran hecho adquisiciones desde el principio tendríamos obras maravillosas. Le dije: mira, no pretendas tener un Picasso, vamos a quedarnos con el arte de hoy, con el mecenazgo. Le dimos un nombre: Colección Testimonio de un año de exposiciones.
-Se lanzaron a por lo nuevo.
Buscábamos galerías que tuvieran buenos artistas españoles. Lo nuestro era mecenazgo para españoles. A lo largo de 17 años llegamos a comprar 2.200 obras de arte de 1.900 artistas. Algunas eran la única obra que habían vendido en toda la exposición. Íbamos antes de la inauguración para coger la mejor. Buscábamos buenas galerías, porque el primer juez de la obra es la galería. Se juegan su prestigio. Con buenas galerías ya tienes la mitad ganado. La idea era que esto fuera a las oficinas, que todos los espacios de la empresa tuvieran arte actual, y fue muy bonito. En los primeros años, los directivos pedían una marina, un paisaje, y luego fueron entrando a obras más dinámicas, modernas, arriesgadas.
-Educaron el gusto de los directivos.
Sin duda se educó el gusto. De todas aquellas obras, 450 pasaron a la colección de arte contemporáneo. Ya no eran obras de la colección Testimonio. Y eran obras de grandes artistas: Gordillo, Carmen Calvo, Tàpies. Se terminó la colección Testimonio y fue un shock en el mundo de las galerías. La Caixa dejó de interesarse por el mundo del arte. El problema para las galerías no era el negocio, es que se quedaban desprotegidos.
-Su otra actividad tiene que ver con los Amigos de los museos.
Yo había estado siempre en contacto con Amigos de los museos y me decanté del todo. Es fascinante. Es creativo. Amigos de los museos se creó en 1933. Este año celebramos el 80 aniversario. Se creó en un momento en que los muesos estaban desprotegidos. Una de las misiones es captar fondos para comprar obras de arte, ayudar a los muesos. A partir de los años 40 los museos dependían de los ayuntamientos, luego de la Generalitat. Y nos dedicamos más a la vertiente educativa. Organizamos grupos y lo hemos ampliado a galerías, cuando tienen buenas exposiciones. Y hacemos cursos sobre arte, sobre música, sociología. Y viajes estupendos. Con mi marido hemos viajado muchísimo, y siempre hemos ido buscando museos especiales, cosas preciosas, porque las hemos buscado. Si usted viene a París le llevaré a museos pequeñitos que no conoce. Esto es lo que hcaemos nosotros. Enseñar algo diferente.
-¿Qué criterio sigue para aconsejar la compra de una obra de arte?
Son las obras de arte las que te llaman. Mi colección particular, por ejemplo. Yo he comprado cosas sin saber quién es el artista. Me tiene sin cuidado. Luego te dicen que tal artista va bien. Yo compré sin saber quién era, y esto me ha sucedido a menudo. Porque lo notas. Es como distinguir un jersey de cachemira o de algodón. Es una vibración. He ayudado a algunos artistas, a tener becas, o a viajar a Inglaterra. Somos amigos, pero a veces en una exposición te preguntan si quieres conocer el artista. Es que no me interesa nada. Serán estupendos, pero a mí me importa la obra de arte.
España y el arte
-No somos un país que educa para valorar el arte.
El arte no está valorado. Bueno, no lo está y sí lo está. Una de las cosas que me gusta del telediario es ver que en la Moncloa hay cuadros estupendos. Una vez en Arco coincidí con la señora de Zapatero, y le dije, ¿de quién son los cuadros de tal rincón? No lo sabía. Esto yo creo que fue el paso de Narcis Serra por el gobierno, que invirtió en piezas que son importantes. Siempre salen un par de cuadros de Estaban Vicente, que quizá porque estaba en América no está muy valorado aquí. Pero en general no está muy valorado, no se aprecia el arte. Los artistas viven pobremente y las galerías son un sacerdocio. No hay afición, se ha perdido.
-La solución puede estar en el mecenazgo.
El mecenazgo es también una cuestión de educación. Cuando vas a Nueva York ves como las colecciones están vinculadas a familias, a personas que han devuelto al país lo que les ha dado. La colección Rockefeller es maravillosa, sin pretensiones, maravillosa. Así como en Europa si tienes una fortuna tu responsabilidad es dejarlo a tus herederos, en Estados Unidos les enseñan que tienen que dejar algo para la comunidad. El que se ha hecho millonario hace un museo y le pone su nombre, y ya es una persona reconocida. Es una forma de adquirir rango de nobleza. Tienen la educación de disfrutar de las cosas y luego cederlas para que las disfruten otros. Esto es el mecenazgo. Aquí no tenemos dinero, y tampoco esa tradición.
-¿Qué artistas ha descubierto en su carrera?
No soy gran descubridora. Una vez compré un cuadro de dos metros de alto por uno de ancho. Encajaba en el lugar donde lo quería poner por un centímetro. Me costó aprenderme su nombre. Manuel Salcedo. Ahora es muy famoso. En otra ocasión compré una obra y en casa me decían, ¿dónde está el cuadro? Era blanco con unas rayitas. Era de Nico Manuera. Y luego hay un artistas que no lo sabe pero su obra la hice yo. Fue en Arco. Había varios cuadros de colores, con capas de tonos diferentes. Por los bordes se escapaban los churretes de pintura. Eran de Miquel Mont. Me gustaron todos. Con los cuatro cuadros hicimos uno, y ha estado en Caixa Forum de Madrid, junto a la escalera metálica durante muchos años.
-Veo que tiene mucho interés en la obra y menos por quien la ha creado.
Hay artistas estupendos pero es que la obra trasciende. Estamos acostumbrados al pase de modelos que la chica es estupenda, pero a lo mejor el diseñador no lo es. Me interesa la obra. La firma de artista cotizado no me dice nada. También estuve en la Fundación del Macba, del Museo de arte contemporáneo de Barcelona. El día de la nominación de la Barcelona Olímpica, habían venido unos americanos. Yo tenía buenas relaciones con el ayuntamiento. Maragall me dijo que teníamos que hacer una asociación de arte, para tener un museo de arte moderno, y me dio un guion escrito a lápiz que lo conservo. Me pidió que me pusiera de acuerdo con Ferrer Salat y Leopoldo Rodés. Ferrer me dijo que no, porque había trabajado mucho para la nominación. Leopoldo me dijo que si, y nos pusimos a trabajar. Y allí estaba yo. Lo que pasa es que nunca lo cuento. Me quedé de vicepresidenta. Que vayan haciendo. A mi me gusta empujar para que las cosas vayan adelante. Tengo una situación que puede ayudar a que los artistas hagan cosas interesantes. Y con que se hagan ya estoy contenta. Me interesa el resultado.
-¿No quiere medallas?
Me gusta poner en marcha las cosas y que luego vayan funcionando, pero nunca poner las letras de mi nombre en una placa en el edificio. Esa fue una gran lección de mi padre. El poder me interesa, pero no el estrellato. Me interesa influir pero no figurar. No es necesario. Una vez que las cosas salen, adelante, que las cosas se hagan . Me pone nerviosa la gente que dice “ se tendría que hacer”… ¡hazlo! Me gusta mejorar la vida de los demás, sin que digan nada. Me gusta hacer que la gente disfrute.
-La capacidad de disfrutar está ligada a la educación.
Eso se ve desde que somos pequeños. Mire, a mis nietos les pongo en el ascensor posters de las exposiciones que me van enviando. Les pongo clásicos de vez en cuando y muchos modernos. Y en el ascensor aprenden, porque ellos no tienen el Partenón que tuve yo.
-Elija una obra clásica.
Así de pronto… La verdad es que en el Museo del Prado expusieron una temporada la Venus del espejo de Velázquez, que es una belleza de cuadro. Hay una cosa emocionante. En la nuca el pintor le puso un punto blanco: todo el color y toda la poesía está en ese punto blanco. La última exposición de El Bosco, que era de pasarte horas. En esa ocasión hice socios del Prado a no sé cuantos amigos, para que entraran y salieran cuando quisieran. Y en cuanto a los modernos, a la hora de la verdad me gusta mucho Richter. Y he tenido la suerte de conocer a artistas modernos, que son estupendos, como Roy Lichtenstein. Era un hombre encantador, con el que me gustaba mucho estar. Su escultura está más allá de la belleza.
-¿Cuál es el premio de ser una buena consejera de arte?
He aconsejado mucho, y como no había dinero por medio, como yo no vendía, pues me quedo tranquila. He logrado que cuando alguien entrara en una empresa tuviera una impresión diferente. A las pocas personas que disfrutan del arte, esa felicidad es muy importante. El arte mejora la vida.
Lola tiene prisa por aprender. Me pide la cámara con la que hemos hecho el retrato. Atiende a dos o tres explicaciones, pone su ojo vivaz en el visor y dispara. Le prometo poner su nombre, esta vez sí, en el pie de foto. Admite abandonar su discreción. Uno se va del Círculo Ecuestre convencido de que hay una forma de nobleza, de aristocracia, que se aprende, y que está por tanto, al alcance de todos.