Los falsificadores de pimienta. Una historia familiar. Monika Sznajderman. Traducción de Anna Rubió y Jerzy Slawomirski. Editorial Acantilado
El pasado familiar de Monika Sznajderman, antropóloga, escritora y editora polaca nacida en 1959 estuvo cubierto durante mucho tiempo por el silencio. El padre, de familia judía, internado en los campos de exterminio, no hablaba de su historia. La madre, hija de una familia de la aristocracia polaca, había construido el relato de sus antepasados con anécdotas e historias sobre la benevolencia con la que trataban a los judíos. Decir los Sznajderman era incorrecto. El único sobreviviente de la familia era el padre de Monika. El resto de la familia había muerto en los campos o en los pogromos. Venían de Radom, una zona rural en la que el antisemitismo tenía siglos de tradición. Los Lachert, la familia de la madre, eran terratenientes en Volinia. Monika inicia una investigación sobre el pasado familiar. El resultado es un libro fascinante que ahonda en los mecanismos del antisemitismo, en el que aflora el verdadero papel que jugó la sociedad polaca en el exterminio de los judíos.
Un hombre solo
La autora de Los falsificadores de pimienta le habla al padre. Al padre de los silencios, a ese Marek que apenas deja caer, de vez en cuando, unas palabras casuales sobre “el campo”. Monika Sznajderman comienza sus recuerdos por la mesa de la cocina, y el espacio que en ella ocupaba la familia. El pasado esta envuelto en misterio, o en anécdotas que revelan tan solo algunos pasajes luminosos en medio de la tiniebla. ¿Qué había alrededor? Las familias han sufrido una diáspora, la que comienza en los años treinta y llega hasta la posguerra. Unos fueron a Australia. Otros se marcharon a Estados Unidos. De allí llega un envío de fotografías y postales familiares, con algunas anotaciones en el dorso. Con ese material comienza una investigación.
Lo primero es reconstruir la peripecia del padre. Ese muchacho solo. “A diferencia de todos ellos, te salvaste. Pero no pudiste cargar con todo el peso de la memoria. Sólo has llevado a cuestas unas cuantas migajas, a partir de las cuales yo intento ahora construir mi relato, poblar el vacío que ha quedado en el claro de Miedzeszyn” Era el lugar de la casa familiar de los Sznajderman. La madre es asesinada en el pogromo de Zloczow (1941). Deja dos niños que corren a Varsovia en busca del padre, un médico del que la madre se había separado. En Varsovia, lo que queda de familia será rota de nuevo. Marek (el padre de Monika) es enviado a Majdanek primero, después a Auschwitz. El padre y el hermano pequeño, Alus, son transportados al exterminio.
La autora de Los falsificadores de pimienta va reconstruyendo en pasado pieza a pieza: “hurgo en el pasado y multiplico, hilvano, enhebro y cojo los puntos sueltos. Creo un relato a partir de fragmentos desenterrados de la historia, de los escasos documentos y de los aún más escasos comentarios de mi padre, un superviviente del Holocausto”. Los antepasados de Monika son “gentes sin historia”, de una existencia borrada por la Shoah de una forma casi perfecta.
Los Lachert
La otra parte de la familia, la materna, los Lachert, descienden de la nobleza rural, venidos a menos por avatares, resucitados al esplendor por el bisabuelo Waclaw, un brillante hombre de negocios que se abre camino entre la clase industrial polaca, y que llega a tener un puesto relevante en Moscú, de donde la familia regresará a Polonia espantada por la revolución soviética. Entre los hijos de Waclaw hay nacionalistas y hombres de izquierda, gentes con un acusado sentido social, terratenientes y con una gran formación intelectual. “Cuidan” de los judíos que son la mano de obra de sus campos. “Los Lachert tenían todos los triunfos en la mano: cultivaban con esmero la leyenda de su pasado masónico, eran patriotas hasta los tuétanos como mandaba la tradición, y podían presumir de méritos incontestables en la recuperación de la independencia de Polonia y en la subsiguiente reconstrucción del país”. Pero con todo ese patrimonio moral, los Lachert no hicieron nada por los judíos que estaban siendo asesinados de forma planificada. El antisemitismo venía de atrás. Antes de la guerra, a partir de 1935, los pogromos inspirados por los nacionalistas polacos se propagan por todo el país.
En su investigación para escribir Los falsificadores de pimienta, Monika Sznajderman descubre que su familia materna compartía la misma distancia moral con respecto a los judíos que el resto de la sociedad polaca. Como apunta Isaac Bashevis Singer, “el católico polaco nunca llegó a saber quién era el judío que habitaba en su país” Lo que marcaba las relaciones entre judíos y católicos no era el odio sino el desconocimiento. Eso explica los sucesos que se detallan en el libro: después de la guerra, Polonia siguió siendo una de las zonas más peligrosas para los judíos. Los ataques antisemitas continuaron a pesar del final de la contienda. Para los polacos nacionalistas, el exterminio era quizá la única ventaja de la guerra: los nazis estaban cumpliendo con más rigor y precisión un trabajo que ellos habían comenzado.
Los falsificadores de pimienta es la historia de dos familias, judíos uno, católicos otros, se une en un punto, en el que confluyen las tragedias y la responsabilidad moral de la catástrofe del siglo XX. Un horror al que la autora niega cualquier explicación de naturaleza mística. El horror se puede expresar en palabras y tiene razones, y algunas de las más terribles tienen que ver con la indiferencia y el desprecio con los que se trató durante siglos a los judíos.
Anotemos dos virtudes más de este libro, que son seña de identidad de Acantilado: una traducción excelente que permite leer este ensayo biográfico con una facilidad líquida, mérito de Anna Rubió y Jerzy Slawomirski, y una limpieza estricta del texto en el que no hemos podido encontrar ni una sola errata.
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